Juan
6:47-71 | En el estudio anterior
consideramos la primera parte de la respuesta que Jesús dio a la afirmación que
habían hecho los judíos: "Nuestros padres comieron el maná en el desierto,
como está escrito: Pan del cielo les dio a comer" (Jn 6:31).
Allí vimos
que el maná que sus padres habían recibido en el desierto, sólo era un símbolo
del verdadero pan del cielo que Dios les estaba dando ahora, y que no era otro
que su propio Hijo, el Señor Jesucristo. Por lo tanto, ellos debían ir a él, o
lo que es lo mismo, debían creer en él: "Jesús les dijo: Yo soy el pan de
vida; el que a mí viene nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed
jamás" (Jn 6:35).
Sin
embargo, la multitud sólo quería pan para satisfacer las necesidades de su
cuerpo, y por eso rechazaron el Pan de Vida para el alma. Incluso quisieron
forzar a Jesús para que se adaptara a sus expectativas religiosas y políticas,
pero cuando vieron que no estaba dispuesto a complacerles, cambiaron
radicalmente de opinión en cuanto a él. De repente no veían en Jesús nada más
que al hijo de José, el carpintero de Nazaret, y lo rechazaron. A pesar de
todas las evidencias que había presentado ante ellos, se negaron creer en él
como el Hijo de Dios enviado a este mundo.
Ahora, al
comenzar este nuevo estudio, vemos que el Señor amplía su respuesta. Si antes
se había identificado como "el verdadero pan del cielo", ahora va a
incidir en la necesidad de comer de este pan para tener vida eterna. Así que,
del mismo modo que sus padres habían comido el maná en el desierto, ellos
tendrían que comer de él si querían tener vida.
"Yo
soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá
para siempre"
En primer
lugar se enfatiza la necesidad de "comer" el pan. No vale con tener
el pan, es necesario comerlo si queremos saciar nuestra hambre. Y del mismo
modo, para que Cristo nos comunique su vida hay que comerlo.
Como ya
explicamos, el Señor no se estaba refiriendo al mantenimiento de la vida física
en esta tierra, sino a la vida eterna, y en este sentido, la diferencia entre
los efectos que el maná produjo en sus padres y el que experimentaría si comían
de este pan, eran evidentes. Los israelitas que comieron el maná en el desierto
murieron allí, mientras que Cristo prometía que quien comiera de él viviría
para siempre, tanto espiritual como físicamente, ya que él lo resucitaría en el
día postrero (Jn 6:54).
Cristo da
la vida definitiva, que no sólo se caracteriza por su duración eterna, sino
también por su calidad, ya que incluye la comunión restaurada con Dios. No se
trata simplemente de una existencia eterna sin ningún tipo de propósito.
Además, debemos notar también que esta vida comienza aquí y ahora, por eso dice
que "tiene vida eterna", y no que "tendrá".
"El
que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna"
Ahora bien,
a partir de este momento Jesús ya no se referirá más a sí mismo como el
"pan de vida", sino que hablará de su carne y de su sangre, invitando
a sus oyentes a comer y beber de ellos. Evidentemente, este nuevo lenguaje les
resultó difícil de aceptar. ¿Cómo debían entender la invitación del Señor a
comer su cuerpo y beber su sangre?
Jesús había
afirmado su procedencia celestial y divina: "Yo soy el pan vivo que
descendió del cielo". Sin embargo, para que su venida a este mundo fuera
eficaz y pudiera salvar a los pecadores, era necesario que muriera en su lugar,
por eso añadió: "y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la
vida del mundo" (Jn 6:51).
La figura
del "pan" resultaba muy apropiada para ilustrar la fe con el acto de
comer, pero no lograba explicar la necesidad de la muerte del Hijo en
sustitución de los pecadores. Por esa razón, a partir de aquí el Señor habla de
su carne y de su sangre, que al ser presentados por separado, inevitablemente
nos llevan a pensar en su muerte. Al fin y al cabo, no había otro modo de
lograr la salvación para los hombres si no era dando su vida por ellos. Si
volvía a subir al cielo sin morir ni pasar por el juicio de Dios que merece el
pecador, toda su vida en la tierra no podría salvar ni a un solo hombre.
Ahora bien,
no debemos perder de vista que el contexto en el que Jesús estaba explicando
estas cosas era el de la fiesta de la pascua (Jn 6:4). Y ahora se va a referir
al sacrificio del cordero pascual, que como ya sabemos, sirvió para librar al
pueblo de Israel de la ira de Dios y fue el comienzo de su constitución como
nación libre (Ex 12:1-14). Al comenzar la celebración de la pascua, los
israelitas tuvieron que sacrificar el cordero y luego separaron su sangre para colocarla
en el dintel y en los postes de las casas, y prepararon su carne para comerla
en cada casa.
El Señor
mismo explicó en otra ocasión que su sacrificio en la cruz iba a ser el
cumplimiento definitivo de aquella pascua que los israelitas habían celebrado
en Egipto (Lc 22:15-16). Y con esto coincidió también el apóstol Pablo cuando
apuntó al sacrificio de Cristo como nuestra pascua que "ya fue sacrificada
por nosotros" . También en este mismo evangelio hemos visto ya que Juan el
Bautista presentó a Jesús como "el Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo" (Jn 1:29), y ahora en este pasaje Cristo asume esa posición
para explicar que él daría su sangre y su carne en sacrificio por la vida del
mundo. Así pues, el sacrificio de Cristo es el cumplimiento definitivo de la
pascua, ya que no sería realizado únicamente a favor de la nación judía, o de
algunos elegidos, sino que tendría valor suficiente para salvar a todo el mundo
(Jn 6:51).
Por lo
tanto, queda claro que Jesús estaba hablando de su muerte, que finalmente
ocurrió en la cruz, como un sacrificio sustitutorio que libraría a los
pecadores de la ira de Dios y les traería la libertad. Ahora bien, aunque este
sacrificio tiene valor potencial para salvar a toda la humanidad, sin embargo,
es necesario que el hombre se apropie de él por medio de la fe. Y es a esto a
lo que Jesús se refería nuevamente cuando les hablaba de comer su cuerpo y
beber su sangre. Paradójicamente, para tener la vida eterna es necesario creer
en un Cristo sacrificado y muerto. Aceptar que Jesús era un buen hombre, o un
gran maestro, o el mayor de todos los profetas, no puede salvar al hombre de
sus pecados. Sólo puede ser unido a Dios por medio de la fe en el sacrificio de
Cristo en la cruz del Calvario. Esta es la única forma en la que el hombre
puede salvarse. El Señor Jesucristo dijo: "Si no coméis la carne del Hijo
del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros" (Jn 6:53). No
hay ninguna otra alternativa. La muerte de Cristo en la cruz es la única base
de esperanza y garantía de inmortalidad. Toda otra creencia deja al hombre en
su estado de perdición eterna. La vida del Padre sólo nos llega a través del
Hijo. Nunca podremos tener esta vida en independencia del Padre y del Hijo:
"Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que
me come, él también vivirá por mí" (Jn 6:57).
Notemos
también que la ilustración de "comer y beber" sirve para enfatizar el
grado de intimidad que se establece en esta relación. Cuando comemos o bebemos
algo, eso no sólo aporta energía y vida a nuestro organismo, sino que también
llega a formar parte inseparable de nosotros mismos. Y de la misma manera,
cuando creemos en Cristo, somos unidos con él en una comunión vital y
existencial, del mismo modo que él está unido al Padre.
Concluyendo
pues, si en los versículos anteriores el Señor había ilustrado por medio del
pan la necesidad de creer en él como aquel que había sido enviado del Padre,
ahora complementa su enseñanza con una referencia a su carne y sangre para
añadir que es imprescindible creer también en su sacrificio en la cruz para
poder disfrutar de la vida eterna.
Todo esto
desagradó a los judíos que escuchaban a Jesús. Si antes se habían negado a
aceptar su origen divino, ahora todavía mostraban mayor resistencia a creer en
un Cristo muerto. Y seguramente por su falta de fe en él llegaron a interpretar
sus palabras de una forma literal, lo que les conducía a una situación absurda
a todas luces. Comer la carne de un hombre sería canibalismo, y para un judío
especialmente, beber su sangre, no sólo le resultaría repugnante, sino que
estaba expresamente prohibido por la ley (Lv 17:10). Pero claro está que Jesús
no les estaba invitando a hacer tal cosa. Si esa fuera la condición para tener
la vida eterna, sólo un reducido grupo de personas de aquel momento habrían
podido salvarse. Pero no había nada en el lenguaje de Jesús que favoreciera una
interpretación literal de sus palabras. Ya deberían haber estado acostumbrados
a entender la forma espiritual en la que él les hablaba. Recordemos por ejemplo
que cuando les dijo que él era el pan descendido del cielo que ellos debían
comer para tener vida eterna, estaba ilustrando la necesidad de creer en él (Jn
6:47-48), lo mismo que cuando en otra ocasión les había invitado a ir a él a
beber del agua de la vida eterna (Jn 4:10) (Jn 7:37).
Si perdemos
de vista que el Señor estaba usando cosas materiales y necesidades físicas para
ilustrar grandes verdades espirituales, no seremos capaces de entender
correctamente estos pasajes. Ese fue el problema de los judíos que escuchaban a
Jesús: "Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede
éste darnos a comer su carne?" (Jn 6:53).
¿Cuál
es la postura de la Iglesia Católica?
La Iglesia
Católica también interpreta las palabras de Jesús de una forma literal. Ellos
creen que hay que comer a Cristo de manera física para poderle recibir. Ahora
bien, como su cuerpo ya no está en medio de nosotros, han instituido el
sacramento de la eucaristía, de modo que cuando en la misa el sacerdote católico
consagra el pan y el vino, dicen que se opera el cambio de toda la sustancia
del pan en la substancia del cuerpo de Cristo, y lo mismo ocurre con el vino
que se convierte en su sangre. Ellos llaman a este cambio la
transubstanciación. Según ellos, Cristo está entero en cada fracción del pan.
Así pues, conservan las hostias sagradas con el mayor cuidado posible y las
presentan a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas en
procesión. Y el sagrario que las contiene lo colocan en un lugar especialmente
digno de la iglesia, de tal forma que subraye y manifieste la verdad de la
presencia real de Cristo en el santo sacramento. Aclaran que la presencia del
verdadero cuerpo de Cristo y de la verdadera sangre de Cristo en este
sacramento no puede ser conocido por los sentidos humanos, sin embargo, afirman
que al recibir la eucaristía se produce la comunión íntima con Cristo. Además,
aseguran que en ese momento se restauran las fuerzas, se fortalece el amor y
borran los pecados veniales y preserva de futuros pecados mortales.
Ahora bien,
el Señor no estaba instituyendo aquí la Santa Cena o la eucaristía. Y es seguro
que ninguno de los judíos que escuchaban a Jesús pensó que estuviera hablando
de la transubstanciación que debería ser llevada a cabo por un sacerdote
católico. Esta interpretación carecería de sentido para todos cuantos le
escuchaban. No cabe duda que la Iglesia Católica comete un error similar al de
aquellos judíos cuando interpretan las palabras de Jesús de forma literal y
enseñan que hay que comer a Cristo físicamente después del proceso imposible de
verificar de la transubstanciación.
Como ya
hemos señalado, no se trataba de comer o beber su sangre literalmente, sino de
creer en su persona y en el sacrificio que iba a realizar en la cruz.
Simplemente estaba ilustrando la necesidad de "venir a él" y
"creer en él" por medio de algo que ellos entendían perfectamente
como era el comer y el beber. Cuando el Señor dijo "Yo soy el pan de
vida", sólo se trataba de una figura o símbolo, igual que cuando dijo
"Yo soy la luz del mundo", "Yo soy la puerta de las
ovejas", "Yo soy el camino y la verdad y la vida", "Yo soy
la vid verdadera"... En todos estos casos, no tiene sentido interpretarlo
de forma literal. Es más, el Señor mismo aclaró lo que quería decir unos
versículos más adelante: "El espíritu es el que da vida; la carne para
nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida"
(Jn 6:63).
Evidentemente,
esta interpretación de la Iglesia Católica no surge del deseo de hacer justicia
al texto, sino de apropiarse de la administración de la salvación para este
mundo. Notemos que según ellos, cualquiera que quiera recibir a Cristo, tendrá
que recibirlo de manos de un sacerdote católico. Pero el Señor nunca dijo que
iba a ofrecer su salvación a través de ninguna persona o religión, sino que
invitó a todos los hombres a ir a él mismo: "venid a mí" (Mt 11:28).
Lejos de estar instituyendo nuevas formas religiosas, el Señor quería llevar a
sus oyentes a una relación directa y personal con él por medio de la fe.
Reacciones
contrapuestas a las palabras de Jesús
Volvemos a
nuestro texto para pensar hasta qué punto lograron entender todo lo que Jesús
les había enseñado. Como ya hemos dicho, es evidente que muchos de ellos
interpretaron las palabras de Jesús de una forma literal, y por lo tanto, no
lograron entenderlas plenamente. Aun así, en alguna medida, sí que
comprendieron que les estaba llamando a un mayor grado de compromiso con él, y
esto fue lo que dio lugar a las diferentes reacciones que vamos a considerar a
continuación:
Los judíos,
y sus líderes en general, se mostraron hostiles. Desde un principio habían
estado murmurando contra Jesús y le despreciaron (Jn 6:41-42).
Sus
discípulos, un grupo de seguidores más o menos regulares del Señor, se
volvieron atrás y ya no andaban con él (Jn 6:66). Seguramente habían sido
atraídos por los grandes milagros que hacía, juntamente con sus maravillosas
enseñanzas, pero se escandalizaron ante las profundas verdades que apuntaban a
su muerte en la cruz en lugar del pecador.
Los
apóstoles vieron en sus palabras la vida eterna, y aunque todavía no
comprendían plenamente la cruz, aun así se quedaron con él (Jn 6:68-69).
Y
finalmente aparece Judas, uno de los apóstoles de Jesús que todavía permaneció
con él, pero cuya fe era falsa y acabaría convirtiéndose en el traidor que entregaría
al Señor.
En
conclusión podemos decir que muchos de ellos se habían forjado una idea
equivocada de Jesús y su ministerio, así que cuando reveló el verdadero
carácter de su misión, su popularidad se vino abajo y multitud de discípulos le
abandonaron. Una vez más se demostró que cuando el hombre es enfrentado con la
cruz de Cristo, la reacción mayoritaria es la de rechazo y desprecio. El
apóstol Pablo tuvo la misma experiencia:
"Porque
los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros
predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y
para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos,
Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios."
"Dura
es esta palabra; ¿quién la puede oír?"
La conclusión
a la que llegaron la mayoría de los discípulos que escuchaban a Jesús fue que
era una palabra dura, difícil de escuchar, y por esta razón se "volvieron
atrás, y ya no andaban con él". Se ve con claridad que el problema no era
que la enseñanza de Jesús les pareció difícil de entender, porque en ese caso
habrían pedido alguna aclaración pero no se habrían ido. Todo el problema
radicaba en que la enseñanza de Cristo hizo clara la necesidad de su muerte en
la cruz como único medio para traer bendición espiritual sobre los hombres, y
les estaba llamando a creer no sólo en él, sino también en el valor de su
muerte sustitutoria. Una vez más había aparecido el "tropiezo de la
cruz" (Ga 5:11) y ellos decidieron darle la espalda. En realidad, parecían
disgustados, defraudados y hasta ofendidos (Jn 6:61), pero el verdadero
problema no estaba en las palabras de Cristo, sino en la dureza y rebeldía de
sus propios corazones.
Es
asombroso que la enseñanza de la Cruz pueda producir tal escándalo, pero
siempre es así. Recordamos el momento crucial cuando en los evangelios
sinópticos los discípulos llegaron a entender la verdadera identidad de Jesús:
"Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente". Y "desde
entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a
Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de
los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día". Los evangelistas
nos presentan la dificultad de los apóstoles para aceptar esta cuestión. Ellos
intentaron disuadir a Jesús para que no emprendiera ese curso de acción, pero
él se enfrentó a ellos y dijo "a Pedro: ¡Quítate de delante de mí,
Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino
en las de los hombres" (Mt 16:15-23).
En cualquier
caso, en esta ocasión los apóstoles no cuestionaron las intenciones del Señor
ni se unieron al numeroso grupo de seguidores que le abandonaron.
"¿Pues
qué, si viereis al Hijo del Hombre subir a donde estaba primero?"
El Señor
continúa su razonamiento y les dice que si su muerte les escandalizaba, ¿qué
pensarían de su ascensión? Con esto les está indicando cuál sería el siguiente
paso que vendría después de su muerte y que no sería otro que su resurrección y
regreso al cielo con el Padre. Este es el cuadro completo de la obra de Cristo:
la cruz, la resurrección y la ascensión al cielo. No sólo su muerte, sino
también su glorificación. Porque para que la vida pudiera ser impartida al
mundo, se requiere de la obra completa de Cristo.
Pero si la
cruz no se ajustaba a las expectativas que los judíos tenían en cuanto al
Mesías, su retorno al cielo aun les desagradaría más. No olvidemos que ellos
esperaban un Mesías que establecería de manera inmediata su reino en Jerusalén
y que les libraría del dominio romano, así que, ni la muerte ni tampoco la
ascensión encajaban con esto. Por lo tanto, aunque ellos habían pensado por
algún tiempo que Jesús era el Mesías que esperaban, cuando entendieron que su
programa incluía su muerte y ascensión al cielo, le rechazaron y ya no andaban
con él.
Además, los
líderes judíos tampoco estaban dispuestos a aceptar su naturaleza divina, y
Jesús no dejaba de hacer referencia al hecho de que había descendido del cielo
y que se disponía a regresar allí junto al Padre. Estas declaraciones que ellos
entendían como una afirmación de su deidad, tampoco eran de su agrado.
Cuando
consideramos estas cosas, tenemos que admitir que los tiempos no han cambiado
en absoluto. Tanto la necesidad de la cruz como único medio para salvar al
pecador, así como la afirmación de la deidad de Cristo, siguen creando el mismo
malestar ahora que entonces.
"Las
palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida"
El anuncio
que el Señor hizo de su ascensión, sirvió también para esclarecer aun más las
palabras que antes había dicho. Al fin y al cabo, si el Señor iba a subir al
cielo, quedaba claro que ellos no podrían comer su carne y beber su sangre de
una manera literal, puesto que su cuerpo subiría al cielo en donde sería
inaccesible para los hombres. Y por si aun quedaba alguna duda en sus mentes,
añadió: "El Espíritu es el que da vida; la carne para nada
aprovecha". Comer literalmente su cuerpo no podría beneficiarles en nada.
Lo que realmente otorga la vida eterna es el espíritu, es decir, su persona
entregada por la vida del mundo.
Observamos
que otra vez vuelve a aparecer el contraste entre carne y espíritu que ya vimos
en la conversación que el Señor mantuvo con Nicodemo: "Respondió Jesús: De
cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no
puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo
que es nacido del Espíritu, espíritu es" (Jn 3:5-6). Sólo el Espíritu
Santo puede regenerar al pecador y darle la vida de Dios. Esta acción del
Espíritu de dar vida volveremos a verla en el siguiente discurso del Señor:
"El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos
de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en
él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún
glorificado" (Jn 7:38-39). Notemos atentamente cómo la ascensión de Jesús
y su glorificación harían posible la actuación del Espíritu Santo en los
creyentes.
Ahora bien,
el Señor no se refirió únicamente a la acción vivificadora del Espíritu, sino
que dijo que este poder fluía como consecuencia de creer en las palabras que él
había hablado. El apóstol Pedro también relacionó la regeneración del Espíritu
Santo con la Palabra: "Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia
a la verdad, mediante el Espíritu" .
Las
palabras de Jesús no eran meras palabras, sino que eran palabras divinas que
transmitían vida. En primer lugar, porque no eran promesas vacías que él no
pudiera cumplir. En segundo lugar, porque señalaban hacia la obra redentora que
Cristo iba a realizar en la cruz y por medio de la cual pondría la vida eterna
a disposición de todos los pecadores que creyeran en él. Y en tercer lugar,
porque sus palabras tenían el soplo de la inspiración divina; las palabras de
Jesús son las palabras de Dios.
Este poder
que fluía de sus palabras lo percibieron hasta sus enemigos. En el siguiente
relato de Juan, los alguaciles que fueron a prender a Jesús regresaron a los
principales sacerdotes sin haber llevado a cabo su misión, y la única
explicación que alcanzaron a dar fue la siguiente: "¡Jamás hombre alguno
ha hablado como este hombre!" (Jn 7:46).
Concluyendo
podemos decir que sólo por la fe en él, una fe que se ajusta a lo que él dijo y
enseñó, es el cauce para que el pecador pueda recibir la vida eterna. La
práctica de ciertos ritos religiosos nunca podrán dar la vida de Dios a quienes
los practican. Una relación personal con Cristo es insustituible.
"Pero
hay algunos de vosotros que no creen"
Si la fe en
las palabras de Jesús trae la vida eterna al hombre, la incredulidad tiene el
efecto de impedir su desarrollo. Y éste era precisamente el problema de muchos
de los judíos que escuchaban al Señor. Ellos se quejaron de que sus palabras
eran duras de escuchar, pero la verdadera razón de su alejamiento fue la
incredulidad. Se negaban a creer en la cruz como él único medio para la
salvación del pecador.
Seguramente
el abandono masivo que el Señor experimentó en ese momento tuvo que sorprender,
y hasta desanimar a muchos de sus discípulos, pero no a Jesús, que "sabía
quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar". Él
distinguió desde el principio entre la verdadera confianza en él y el mero
reconocimiento de labios para fuera (Jn 2:24).
"Ninguno
puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre"
A raíz de
esto, el Señor volvió a repetir algo que ya les había dicho: "Ninguno
puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre". En este contexto no
hemos de pensar que ellos no podían creer en Jesús como consecuencia de que no
formaban parte de un selecto grupo de elegidos, sino que lo que nuevamente está
explicando es que al rechazar a Jesús, estaban manifestando que tampoco creían
en el Padre, porque de otro modo, también habrían creído en él. Se deduce que
la enseñanza de Cristo que ellos escuchaban, era acompañada por la previa o
simultánea enseñanza del Padre. Pero ellos no podían recibir esta influencia
divina porque debajo de su apariencia de religiosidad se escondía un corazón
incrédulo. Por supuesto, el Padre siempre atrae a todos los hombres hacia su
Hijo, pero en el caso de esos judíos, esta atracción quedaba silenciada por la
incredulidad.
Estas
palabras de Jesús nos muestran de una forma muy realista las dificultades que
el hombre caído tiene para creer en Cristo. Por un lado ha quedado muy dañado
por el pecado y necesita ayuda para comprender y creer en el mensaje de la
cruz. Y por otra parte, el dios de este siglo se encarga de cegar sus mentes y
silenciar la voz de Dios en el corazón . Ahora bien, como ya vimos en la
lección anterior, el Padre contrarresta esta acción negativa atrayendo a todos
los hombres por medio de la enseñanza de la Palabra (Jn 6:44-45),
resplandeciendo e iluminando nuestro conocimiento para que comprendamos la
gloria de Cristo , y también el Espíritu Santo convence a los hombres caídos de
pecado, justicia y juicio (Jn 16:8). Como vemos en estos pasajes, esta ayuda divina
es recibida por todos los hombres, no sólo por un grupo selecto de escogidos, y
consiste en atraer, iluminar y convencer a los hombres. En todo esto no hay
nada que nos haga pensar, tal como dice la teología calvinista, que el Espíritu
Santo regenera previamente a algunos escogidos para que posteriormente se
puedan convertir cuando escuchen el evangelio, quedando el resto
imposibilitados para acceder a la gracia de Dios. Además, esta influencia
tampoco debe ser interpretada como una fuerza irresistible que el hombre no
pueda rechazar. De hecho, estos judíos hicieron lo mismo que sus antepasados:
"¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros
resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también
vosotros" (Hch 7:51).
"Desde
entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás"
Este fue un
momento de crisis en el ministerio de Jesús. "Muchos de sus discípulos
volvieron atrás". ¿Cuál fue la razón por la que se apartaron de Jesús?
¿Cómo explicar el cambio tan radical que estaban experimentando? Las claves
para entender su reacción las hemos visto a lo largo de todo el pasaje. En
primer lugar, y por encima de todo, estaba su incredulidad en Dios. Por otro
lado, ellos habían ideado un Mesías a su gusto, y esperaban que Jesús se adaptara
a sus expectativas, algo que evidentemente no hizo. El interés de ellos se
centraba en cuestiones materiales, como la comida, y buscaban apasionadamente
su liberación política de los romanos, pero no se sintieron correspondidos por
el Señor, que enfocaba su preocupación en sus necesidades espirituales y
eternas. Pero sobre todo, el detonante que les llevó a abandonarle, fue el
anuncio de su muerte y su posterior ascensión al cielo. Esta palabra les
resultó dura y difícil de aceptar, y les llevó a cambiar el entusiasmo que un
principio había provocado el milagro de la multiplicación de los panes por el
abandono y la indiferencia.
Vieron el
tipo de relación que el Señor quería tener con ellos, no les agradó. Querían un
rey que los guiara a la victoria sobre el invasor romano, pero no estaban
dispuestos a aceptar un Salvador personal que los librara de sus pecados y
gobernara sus vidas. Así que, una vez más, la predicación de la Palabra creó
una separación entre los verdaderos y los falsos creyentes. En otra ocasión el
Señor había hablado también de estos dos caminos, y de que eran muchos más los
que preferían el camino que lleva finalmente a la condenación eterna:
(Mt
7:13-14) "Entrad por la
puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a
la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la
puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la
hallan."
Debió ser
muy triste ver aquel éxodo masivo de personas que dejaban a Jesús. Pero no era
él quien las había rechazado ni quien les había impedido seguirle. Fueron ellos
mismos, quienes después de haber entendido el mensaje, decidieron darle la
espalda.
En
cualquier caso, el Señor no hizo lo que ahora es tan frecuente en muchos
ámbitos llamados cristianos: no adaptó el mensaje al gusto de los oyentes, ni
rebajó sus demandas para que las personas se quedaran. La mayor preocupación
del siervo de Dios no debe ser que las personas se vayan de la iglesia porque
no quieren aceptar el mensaje del evangelio, sino que se queden porque han
aceptado un evangelio diferente que ha sido adaptado a los gustos y
preferencias de la gente, pero que finalmente no les puede salvar.
Lo que
estaba ocurriendo servía para identificar quiénes eran verdaderos creyentes,
porque no debemos olvidar que la permanencia en la Palabra es la evidencia de
una auténtica conversión.
(Jn 8:31)
"Dijo entonces Jesús a
los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra,
seréis verdaderamente mis discípulos"
La reacción
de estas personas sacó a la luz que no eran verdaderos discípulos. Ahora bien,
cuando una persona se aleja de Cristo porque no tolera la enseñanza de su
Palabra, fácilmente terminará convirtiéndose en enemigo de Dios. Y en este
sentido, estamos asistiendo al principio de la última etapa del ministerio de
Jesús. Este primer rechazo masivo se convertiría en un odio creciente que
culminaría en la cruz.
"Dijo
entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros?"
A partir de
aquí Jesús se vuelve hacia sus doce apóstoles. Ellos habían pasado mucho más
tiempo con él y habían tenido muchas más oportunidades de conocer sus milagros
y enseñanza ¿Qué harían? ¿Cómo reaccionarían ante el éxodo masivo que estaban
presenciando? La decisión era de ellos. Cristo no retiene a nadie contra su
voluntad. La pregunta nos recuerda el libre albedrío del hombre, y es muy
parecida a la que Josué hizo a sus contemporáneos:
(Jos
24:14-15) "Ahora, pues,
temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad; y quitad de entre
vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del
río, y en Egipto; y servid a Jehová. Y si mal os parece servir a Jehová,
escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros
padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos
en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová."
No cabe
duda que a todos nos duele y desanima cuando vemos a personas que antes venían
a la iglesia y que de repente dejan los caminos del Señor. ¿Cómo reaccionarían
ellos?
"¿A
quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna"
Pedro, como
de costumbre, es el que tomó la palabra para hablar en nombre del grupo, y dejó
claro que si en algún momento el pensamiento de deserción se había cruzado por
sus mentes cuando la multitud se fue, lo echaron fuera en el acto. Habían hecho
su elección. Su confesión incluye tres razones lógicas por las que no iban a
abandonarle:
Primero, no
había otro al que ir: "¿A quién iremos?". Con esto reconocen que tenían
profundas necesidades espirituales que nadie más había logrado saciar
adecuadamente. Ellos no se conformaban con el pan que calmaba el hambre física,
porque sabían que las cosas materiales de la vida no ofrecen la felicidad
verdadera. Y por otro lado, ya conocían lo que la religión les podía ofrecer, y
de ninguna manera querían regresar al pasado. Por otro lado, volver al mundo y
al pecado sería una locura. ¿A quién irían si le dejaban a él? ¿A quién
encontrarían que se le pudiera igualar? ¿Qué otro camino encontrarían que fuera
mejor? Esta fue la primera razón por la que decidieron permanecer unidos a él.
Segundo,
las enseñanzas de Jesús tenían todo lo que necesitaban y les podían conducir a
la vida eterna. En este sentido, dejarle a él sería sellar su propia
condenación eterna, sería dejar la fuente de agua viva y cristalina para volver
a las cisternas rotas que no retienen el agua (Jer 2:13).
Tercero,
ellos habían comprobado que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios: "Nosotros
hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
viviente". A pesar de que los escribas, los fariseos, los saduceos, y
también las multitudes rechazaban a Jesús y sus palabras, los doce habían
llegado a la firme convicción de que él era el Mesías prometido por los
profetas, y que no era simplemente un hombre, sino que era también el Hijo de
Dios, afirmando de este modo su origen divino.
"¿No
os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo?"
En cierto
sentido, Jesús tiene que corregir a Pedro. No debía creer que todos los
apóstoles eran verdaderos creyentes. Ningún hombre es capaz de distinguir con
exactitud quiénes son del Señor auténticamente, y es un hecho que con
frecuencia, entre los verdaderos creyentes, hay también falsos discípulos.
(Mt 13:24-25)
"Les refirió otra
parábola, diciendo: El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró
buena semilla en su campo; pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y
sembró cizaña entre el trigo, y se fue."
Así que,
aunque había habido una deserción general, todavía quedaba uno entre ellos que
no había creído realmente. Se trataba "de Judas Iscariote, hijo de
Simón". Tal vez pensó en abandonar y unirse con las multitudes, pero por
alguna razón que desconocemos, decidió quedarse con el grupo de los doce. No
era un verdadero creyente, no había sido lavado (Jn 13:10-11), pero guardó las
apariencias y se camufló entre los otros apóstoles sin que ellos notaran nada
extraño en él por mucho tiempo (Jn 13:21-22). Pero el Señor conocía su corazón.
Lo curioso
es que el Señor lo había escogido como uno de sus doce apóstoles. En este punto
debemos aclarar que esta elección no se refiere a su salvación eterna, sino a
que fue escogido para formar parte del grupo apostólico. Pero aun así, no deja
de sorprendernos que el Señor en su omnisciencia incluyera a Judas en el grupo
de sus discípulos íntimos.
En
cualquier caso, aunque Judas acabó convirtiéndose en un servidor del diablo, no
lo era cuando el Señor le llamó a ser su apóstol. En él hubo un proceso espiritual
totalmente diferente que en el de los otros apóstoles. Y en este pasaje
encontramos la primera referencia a él como quien "le iba a
entregar", que surge justo cuando Jesús revela sus intenciones de morir a
favor de los hombres como único modo de traerles la salvación eterna.
De todas
maneras, Judas, al igual que el resto de la multitud, tomó su propia decisión
ante las palabras de Jesús, y no debemos pensar que el Señor lo eligiera como
apóstol con el fin de que desempeñara el papel de traidor. En la última cena
del Señor con sus discípulos en el aposento alto, antes de que fuera arrestado
por los judíos, vemos cómo Jesús intentó hasta el último momento recuperar a
Judas para que permaneciera con él, sin lograr conseguirlo finalmente. Y
entonces llegó el momento en el que Satanás entró en él (Jn 13:2,27).
Judas ha
quedado para nosotros como un claro ejemplo de que los mayores privilegios
espirituales no garantizan la salvación. Pocos hombres pudieron disfrutar como
Judas de la cercanía con el Señor y ser testigo presencial de sus obras y
enseñanza. Pero sin embargo, no quiso valorarlo, y el rechazo de tantos
privilegios, le llevó a una angustiosa desesperación que finalmente le condujo
al mismo suicidio (Mt 27:3-5).
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