No Dudamos Nada, Creemos Hasta en lo Imposible y Nos Hagarramos del Invisible.
miércoles, 11 de febrero de 2015
El paralítico de Betesda
Ahora vemos
que Jesús regresó nuevamente a Jerusalén con motivo de "una fiesta de los
judíos". Recordamos que en su visita anterior, el Señor presentó con toda
claridad sus pretensiones mesiánicas cuando purificó el templo, y esto despertó
la oposición y hostilidad de los judíos (Jn 2:13-22). Ahora, en su
segunda visita a Jerusalén, rápidamente veremos que la actitud de los judíos se
endureció aun más contra él, hasta el punto de que se pusieron de acuerdo en
perseguirle y procuraban matarle (Jn 5:16). Y veremos
que cuando más adelante regresó nuevamente a Jerusalén, los judíos seguían
manteniendo la misma actitud hostil contra él debido a la sanidad del
paralítico que nos relata este pasaje que ahora vamos a estudiar (Jn 7:10-24). Estamos, por
lo tanto, ante una ocasión crucial en el ministerio de Jesús, que con el tiempo
le llevaría finalmente hasta la cruz.
En cuanto a la
curación milagrosa del paralítico de Betesda, debemos decir que sólo es
referida por Juan, y que vemos que hay muchos detalles que nos han sido
velados. Por ejemplo, no sabemos a qué fiesta de los judíos se refiere el
evangelista, tampoco cómo supo el Señor que el paralítico llevaba treinta y
ocho años en esa situación, o si sanó a algún otro de los muchos enfermos que
había allí, y también es significativo el silencio en cuanto a los discípulos
que no son mencionados en todo el pasaje. Sin duda, Juan quiere centrar nuestra
atención en otros detalles que son los que vamos a considerar a continuación.
"Y hay en Jerusalén un estanque, llamado en hebreo
Betesda..."
Empecemos por
notar que la primera parte de los incidentes relatados en este pasaje tuvieron
lugar en un estanque llamado Betesda, que tenía a su alrededor cinco pórticos
en los que se cobijaban una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos.
Tal vez Jesús fue hasta allí intentando salir del ambiente asfixiante que había
en el templo. Porque como ya vimos, la forma en la que los sacerdotes habían
convertido la casa de su Padre en una casa de mercado, le desagradaba en lo más
profundo de su alma. A ellos, lo único que les importaba eran los sustanciosos
beneficios económicos que obtenían de los israelitas que iban a la fiesta,
aunque por supuesto, esto intentaban ocultarlo bajo una capa de religiosidad
externa. ¿Qué tenía Jesús en común con aquellos que recibían gloria los unos de
los otros, y no buscaban la gloria que viene de Dios? (Jn 5:44). ¿Cómo podía
el Señor sentirse cómodo con aquellos que escudriñaban y cribaban la ley en la
esperanza de que, con un análisis sutil de cada una de sus letras y partículas,
serían poseedores de la vida eterna? Estaban totalmente alejados de la verdad,
y en sus intentos elaborados de mostrar más ingenio que sus rivales, rechazaban
al Mesías enviado por Dios. Basándose sólo en la lectura exterior habían dejado
de ver todas las lecciones de su milagrosa historia. Se habían pervertido y
jugaban con las cosas sagradas, mientras que a su alrededor había hombres que
sufrían y perecían, extendiendo sus manos secas y paralizadas sin que sus
gemidos y lamentos fueran escuchados por ellos.
Estos
sacerdotes habían convertido la religión en un negocio muy próspero, en el que
no tenían cabida el tipo de personas que se reunían alrededor del estanque de
Betesda. Ellos ni escuchaban, ni tampoco les importaban sus gemidos
angustiados. Como mucho, quizá aliviarían sus conciencias llevándoles de vez en
cuando alguna limosna.
Pero aunque
los líderes religiosos ignoraran sus necesidades espirituales, siempre estaban
presentes en el corazón de Jesús. Así que el Señor se apartó del templo para
interesarse por aquella multitud de enfermos. De esta manera vemos la
preocupación constante de Jesús por buscar a los perdidos allí donde éstos se
encontraran. Y si ellos no tenían acceso al templo, el Señor iría a buscarlos
allí donde estuvieran. No había otra manera de llevar salvación a aquella
multitud ignorante que sufría el abandono espiritual de las clases religiosas.
"Yacía una multitud de enfermos que esperaba el
movimiento del agua"
Juan nos
detalla la creencia popular que había surgido en relación con el estanque de
Betesda y que sirve para explicar el porqué había tantos enfermos reunidos a su
alrededor: "Porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque, y
agitaba el agua; y el que primero descendía al estanque después del movimiento
del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese".
No debemos
pensar que esta creencia fuera cierta, o al menos no hay nada en el texto que
nos haga pensar que el evangelista la apoye. Él incluye esta explicación para
dar sentido al pasaje, porque esto era lo que creía el paralítico al que sanó
Jesús, y otros muchos que estaban allí en una situación parecida.
En cualquier
caso, esta creencia no tiene nada que ver con el carácter de Dios. Si lo
pensamos bien, el "ángel que descendía de tiempo en tiempo al
estanque" era bastante cruel, porque aunque venía a sanarlos, los hacía
esperar indefinidamente, para llegado el momento, obligarlos a luchar con todas
sus dificultades para llegar al estanque antes que los otros. Podemos
imaginarnos el patético espectáculo cuando por alguna razón comenzara a moverse
el agua. De repente, aquella multitud de ciegos, cojos y paralíticos estarían
luchando entre ellos, arrastrándose como pudieran, golpeándose unos contra
otros en un esfuerzo desesperado por ser los primeros en llegar al agua. Por
supuesto, no encontramos nada parecido en la forma en la que el Señor sanó a
todos los enfermos que le fueron presentados. Y de hecho, cuando el Señor sanó
al paralítico no hizo ningún uso de este estanque.
A la vista de
esto, surge de modo natural la pregunta de si habían ocurrido realmente
milagros en aquel estanque que hubieran servido para dar continuidad a esta
creencia. Y nos preguntamos esto, porque también en la actualidad sigue
habiendo muchos lugares de peregrinación donde acuden constantemente enfermos
con la esperanza de ser sanados por alguna virgen o santo. Y aunque la atención
de nuestro pasaje no se centra en esta cuestión, podemos decir que no sería de
extrañar que se hubieran producido curaciones en algunas circunstancias, de
hecho es difícil negarlo después de haber leído los relatos de peregrinaciones
a lugares de curas milagrosas. Pero como en este caso, es imposible afirmar que
los milagros sean producidos por Dios. Lo que es evidente es que la mayoría de
las curaciones que se producen en estos lugares tienen que ver especialmente
con aquellos casos de enfermedades que tienen su origen en el sistema nervioso,
y que una fuerte sugestión, como la que el enfermo siente al encontrarse en un
ambiente así, puede producir una sanidad de este tipo.
"Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años
que estaba enfermo"
En cualquier
caso, lo que el Señor se encontró en aquel estanque de Betesda, era una triste
exhibición de la miseria humana, tanto del cuerpo como del alma.
Hasta cierto
punto podemos comprender los sentimientos que tuvieron que haber agitado el
corazón de Jesús a la vista de esta multitud de enfermos. ¡Cuánto ha dañado el
pecado la imagen de Dios en el hombre!
Pero entre
todos los enfermos había uno por el que Jesús se interesó de manera especial.
Se trataba de un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba sufriendo
mientras esperaba una sanidad que nunca llegaba. Bien podríamos decir que era
un caso extremo entre toda aquella multitud. Y como vamos a ver a continuación,
después de tanto esperar, y viéndose cada vez más viejo e incapacitado, el
hombre había llegado a perder toda esperanza de ser sanado.
"¿Quieres ser sano?"
Cuando Jesús
inició la conversación con él, lo primero que le dijo nos puede parecer algo
ridículo: "¿Quieres ser sano?". Pero nunca hay nada absurdo en lo que
el Señor hace. De hecho, el Señor estaba abordando el problema en su misma
raíz. Porque aunque nos pueda parecer extraño, hay muchas personas que están
enfermas y prefieren continuar en su estado, ya que éste les atrae la simpatía,
lastima y la ayuda de otros.
Esto se
percibe con total claridad cuando reflexionamos acerca del estado espiritual
del hombre. ¿Cuántos hay que a pesar de tantos fracasos en la vida, no quieren
acudir a Dios en busca de una solución a su situación? Viven sin poder escapar
de su dilema personal, de los problemas y el vacío de su alma, y sin embargo se
niegan a ser sanados moral y espiritualmente. A pesar de que se sienten
totalmente insatisfechos con su situación, prefieren resignarse como excusa
para no hacer nada y así seguir viviendo de la misma manera que les causa sus
problemas.
Por lo tanto,
la pregunta con la que Jesús inició la conversación tenía como propósito que
aquel hombre manifestara que realmente quería ser sanado.
"No tengo quién me meta en el estanque"
La respuesta
del paralítico puso de relieve su frustración. Había perdido toda esperanza de
ser sanado, y le explica al Señor todos los problemas que encontraba para
llegar a la única solución que él conocía.
No es de
extrañar su desanimo. Después de tantos años de perseverar sin descanso en lo
que no solucionaba su problema, había llegado a darse por vencido. Pero lo más
grave de su estado era que cuando Jesús se presentó ante él, su frustración le
impedía darse cuenta de que tenía delante de sí la verdadera solución a su
situación.
Por otro lado,
también aprovechó la ocasión para dar rienda suelta a su amargura y culpar a
otros por su falta de interés y solidaridad para ayudarle a llegar al estanque
cuando el agua se agitaba. Esta falta de amigos o familiares que se mostraran
dispuestos a ayudarle, aun nos hace sentir más simpatía por este paralítico.
Pero lo cierto es que así somos los seres humanos. Y esto se manifiesta con
mayor crudeza cuando lo que está en juego son nuestros propios intereses
personales, en esos casos ocurre como en aquel estanque de Betesda, donde la única
regla que parecía aplicarse es la de que cada uno peleara por lo suyo sin
importarle nada más.
En realidad,
tal como aquí se nos presenta a este hombre, podemos decir que es un símbolo de
la impotencia espiritual de todos los hombres. Porque lo reconozcamos o no,
todos nosotros somos totalmente incapaces de ayudarnos a nosotros mismos para
cambiar las graves consecuencias que el pecado ha traído sobre nosotros. En lo
profundo de nuestro ser sentimos el vacío, la ruina y el fracaso en nuestra
lucha por lograr agradar a Dios con acciones que sean dignas de él. Y muchas
veces gastamos la vida confiando en personas y cosas que nunca llegan a
aportarnos ninguna solución.
Así pues,
frente a nuestra propia debilidad y la incapacidad de otros para ayudarnos,
Cristo se interesa por nosotros y viene a dar su vida por nosotros. Pablo lo
resumió de esta forma tan hermosa:
(Ro 5:6-8) "Porque
Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos.
Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que
alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en
que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros."
"Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda"
Jesús se
dirigió al paralítico para mostrarle que, a pesar de tantos fracasos, no todo
estaba perdido, porque él mismo tenía más poder que ningún ángel o que
cualquier agua milagrosa y era capaz de sanarlo con una sola palabra. De esta
manera Jesús se presento ante el paralítico como el amigo que todos nosotros
necesitamos y que muchas veces hemos echado de menos. Él siempre se ha
interesado por nuestros problemas, hasta el punto de hacerlos suyos, y nunca
desatiende ni desprecia a nadie que se acerca a él.
Ahora bien, es
muy probable que cuando el inválido vio que Jesús se interesaba por él, parece
que pensó que ese forastero estaría dispuesto a ayudarle a llegar a tiempo al
estanque la próxima vez que las aguas se agitaran. Pero qué sorpresa recibió
cuando el "Médico celestial", sin necesidad de aquel estante o de una
intervención angélica, le dirigió aquellas palabras inolvidables que le
devolvieron una sanidad completa e inmediata.
Aun así, el
paralítico tenía que hacer algo para ser sanado. Básicamente tenía que confiar
en Jesús. Fijémonos que en una sola frase el Señor le mandó tres cosas que eran
completamente imposibles para un paralítico: "Levántate, toma tu lecho y
anda". ¿Haría caso a este forastero, que además de ser un desconocido para
él, le pretendía sanar de una forma que él no esperaba? ¡Qué desafío para un
hombre que acababa de confesar su completa incapacidad!
Pero el hombre
percibió tal autoridad y poder en las palabras de Jesús, que confió y obedeció
lo que el Señor le mandaba. Y entonces fue cuando descubrió que cuando el Señor
manda algo, también da las fuerzas y la capacidad necesarias para llevarlo a
cabo.
Y así,
"al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo". De
esta forma se resalta el carácter completo y repentino de la curación.
"Y era día de reposo aquel día"
La historia no
terminó allí, de hecho, este momento marcó el comienzo de una larga
controversia entre Jesús y los judíos, porque aunque pudiéramos pensar que un
milagro de sanidad tan extraordinario como este alegraría a todos los que
llegaran a conocerlo, el hecho es que no fue así. Los judíos no tardaron en
aparecer en la escena para criticar lo que Jesús había hecho. Desde su punto de
vista, el poder y la misericordia manifestados por el Señor al sanar completamente
a aquel pobre hombre no tenían importancia alguna. Para ellos, todo esto podía
ser ignorado, porque lo único que les parecía importante es que según su
interpretación de la ley se había quebrantado el día de reposo: "Entonces
los judíos dijeron a aquel que había sido sanado: Es día de reposo; no te es
lícito llevar tu lecho".
En el
evangelio de Juan, los "judíos" son los caudillos del pueblo, los
ancianos, gobernantes y escribas. No la muchedumbre, sino los representantes de
la nación. Aquellos que como antes hemos señalado, difícilmente se acercarían a
personas como el paralítico. Sin embargo, puesto que se sentían defensores de
la verdadera religión, no tardaron en intervenir en este momento.
Pero, ¿que
había de malo en lo que el Señor acababa de hacer? A nosotros su actitud nos
parece totalmente incomprensible, pero intentemos entender su razonamiento. La
ley de Dios mandaba reposar en el séptimo día, y ellos interpretaban con esto
que no se debía realizar ningún trabajo, por lo tanto, cuando vieron que el
paralítico sanado estaba llevando su lecho, consideraron que estaba realizando
un trabajo y de esta manera quebrantaba el mandamiento divino: "Es día de
reposo; no te es lícito llevar tu lecho".
Pero el
propósito de Dios al dar este mandamiento, tenía que ver con traer reposo al
hombre. Así que, aunque tal vez Jesús sanó al paralítico en el día de reposo
porque quizá no iba a haber otra ocasión, aun es más probable que lo hiciera
para manifestar lo que significaba el verdadero reposo de Dios al que él nos
quiere llevar. Pensemos en el que había sido paralítico, ¿podía haber mayor
reposo para él que haber sido liberado de la humillante enfermedad que había
padecido durante treinta y ocho años de su vida? Sin duda que aquel hombre
disfrutaba por primera vez en muchos años de un día de reposo en condiciones.
Sin embargo, los judíos no podían entender esto, porque lo único que les
preocupaba era el cumplimiento externo de la ley.
Con esto se
puso de relieve el tremendo contraste entre la obra salvadora de Cristo y la
religión legalista de los judíos. En tanto que ellos discutían y perfilaban lo
que constituía trabajo en el séptimo día, imponiendo nuevas cargas sobre los
hombres, el verdadero reposo de Dios trae liberación al hombre. Según el
parecer de los judíos, el hombre había sido creado para el día de reposo, pero
tal como Cristo lo entendía, el día de reposo había sido hecho por causa del
hombre(Mr 2:27).
Al prohibir a
este hombre sanado que llevara su lecho, como si estuviera haciendo algo
comparable al que llevaba una carga al mercado para venderla, hacían de la ley
de Dios una caricatura. Y es que debajo de su religiosidad externa, se escondía
la dureza del corazón de hombres que tenían la conciencia cauterizada. ¿De qué
otra manera podemos entender su actitud frente a este milagro del Señor?
"Le preguntaron: ¿Quién es el que te dijo: Toma tu
lecho y anda?"
Los judíos
encontraron al que había sido sanado y comenzaron su peculiar interrogatorio.
En ese momento el que había sido paralítico se debió asustar y en su respuesta
parece que intenta librarse de cualquier responsabilidad por lo que estaba
haciendo y arroja la culpa sobre el Señor: "Él les respondió: El que me
sanó, él mismo me dijo: Toma tu lecho y anda".
En cualquier
caso, independientemente de lo que estuviera pasando por su mente en esos
momentos, la respuesta que dio a los judíos ponía en evidencia que Jesús
actuaba con un poder sobrenatural que ellos no tenían, ¿por qué cuál de ellos
podía decirle a un paralítico que se levantara y llevara su lecho? Pero este
hecho no les interesaba, así que, en lugar de preguntar quién le había sanado,
sólo se interesaron por saber quién le había mandado llevar su lecho.
Durante los
treinta y ocho años que este hombre había estado enfermo, ellos no habían hecho
nada por él, y ahora, en lugar de alegrarse por su sanidad, comenzaban una
persecución implacable contra su bienhechor. ¿No se daban cuenta de lo ridículo
de su actitud? ¿No veían que al fin y al cabo lo único que el hombre estaba
llevando era un lecho?
Pero en
realidad, lo que les movía no era su defensa de la ley de Dios, sino su odio
contra Jesús. En esta ocasión vieron una oportunidad para atacarle porque había
mandado a un hombre que llevara su lecho después de ser sanado, pero cuando más
adelante devolvió la vista a un ciego en el día de reposo, entonces no le mandó
llevar nada, pero aun así los judíos tampoco estuvieron satisfechos y también
cuestionaron que el poder con el que actuaba no provenía de Dios (Jn 9:16). Porque como
decimos, su problema era que odiaban a Jesús, así que nada de lo que hiciera
les parecería bien.
"Y el que había sido sanado no sabía quién fuese"
Es curioso que
el paralítico no pudo explicar quién era el que le había sanado. Parece que
antes de su sanidad no conocía quién era Jesús, y después no debió tomarse
mucho interés en averiguar algo más acerca de su benefactor, porque suponemos
que de haberlo hecho, no habría tenido muchas dificultades en encontrar a
alguien que le informara acerca de él, puesto que sus señales habían llegado a
ser bien conocidas en Jerusalén (Jn 2:23).
En cualquier
caso, también es verdad que el Señor no se quedó mucho tiempo en aquel
estanque, sino que se apartó pronto. El por qué lo hizo no lo podemos saber con
seguridad. Es muy probable que estuviera huyendo nuevamente de la popularidad,
aunque también es posible que quisiera dar una oportunidad a este hombre sanado
para afirmarse en sus convicciones al verse obligado a expresarlas sin la ayuda
de nadie.
"Después le halló Jesús en el templo"
El hecho de
que el paralítico no supiera todavía quién era Jesús, pone en evidencia que
había un asunto pendiente, y como sabemos, el Señor no deja las cosas a medias,
así que nuevamente buscó al paralítico, al que en esta ocasión encontró en el
templo. Quizá había ido allí para dar las gracias a Dios, aunque esto tampoco se
nos dice. Pero donde por supuesto ya no iba a estar, sería en aquel estanque en
el que había pasado los últimos treinta y ocho años de su vida.
Notemos que
nuevamente fue el Señor quien buscó al que había sido paralítico. Su propósito
en esta ocasión no era otro que el de tratar con él un asunto aun más
importante que el de su sanidad física. Como vamos a ver, esto tenía que ver
con su condición espiritual, porque hasta ese momento no había habido ninguna
evidencia de que este hombre hubiera confiado en Cristo para su salvación, ni
tampoco que sus pecados hubieran sido perdonados.
"Has sido sanado; no peques más para que no te venga
alguna cosa peor"
El paralítico
había sido completamente restablecido desde la perspectiva física, pero otra
cosa muy distinta era su espíritu. Y como vamos a ver, esto segundo era lo
realmente importante. Así que cuando Jesús lo volvió a encontrar en el templo,
abordó esta cuestión de la siguiente manera: "Has sido sanado; no peques
más para que no te venga alguna cosa peor".
Estas palabras
del Señor nos sorprenden. ¿Qué podía haber peor que pasar treinta y ocho años
paralítico, tirado en el suelo y olvidado de la sociedad? Sin duda es posible
encontrar tragedias mayores en un mundo como el nuestro, pero no es fácil. Pero
¿a qué se refería el Señor? Pues indudablemente tenía que ver con el castigo
eterno. Y la única forma de evitarlo sería seguir las indicaciones de Jesús:
"No peques más".
Es indudable
que el Señor quería que aquel hombre comprendiese que el pecado tiene consecuencias
mucho más terribles que una dolencia física. Notemos además que en las palabras
de Jesús hay implícito un elemento de juicio. Tarde o temprano, todos tendremos
de dar cuenta de nuestros hechos. Como dijo el autor de Hebreos: "está
establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el
juicio" (He 9:27). Y aquellos
que mueren sin que sus pecados hayan sido perdonados, se enfrentarán a la
condenación de Dios y a una angustia eterna que de ninguna manera puede ser
comparable con la peor de las tragedias que en esta vida presente podamos
llegar a imaginar. Es cierto que no queremos oír estas cosas, pero el Señor
Jesucristo advirtió sobre ello. Algunos pueden pensar que de esta manera lo que
pretendemos es infundir miedo y terror a las personas para que busquen a Dios.
Y por supuesto, estas cosas nos deberían hacer pensar seriamente en ello, aunque
nunca una persona se puede convertir a Dios de verdad si lo hace por miedo. La
conversión auténtica sólo puede ser por amor a Dios.
Ahora bien,
fijémonos en que junto a su solemne advertencia, él Señor expuso la única forma
posible de librarse de aquello que ha descrito como "algo peor". Esta
solución es el arrepentimiento. Tanto aquel paralítico, como nosotros mismos,
debemos escuchar esta exhortación del Señor, que es la misma norma divina que
también fue expuesta a la mujer tomada en adulterio: "Vete y no peques
más" (Jn 8:11).
Este
arrepentimiento debe ser genuino y se debe manifestar en un cambio real de
vida. Por supuesto, también es necesaria la fe en Cristo. Esto último ya lo
hemos considerado en otras porciones de este mismo evangelio (Jn 3:16), y en la
medida que avancemos veremos que esta fe se debe depositar no sólo en su
Persona, sino también en la Obra de la Cruz que él se disponía a llevar a cabo.
Por último,
debemos abordar otro aspecto más que se desprende de las palabras de Jesús. En
el caso del paralítico, da la impresión de que su enfermedad fue un castigo por
su proceder. Tal vez tenía algún pecado concreto y como resultado quedó
paralítico. Y esto reabre el debate: ¿es la enfermedad un castigo divino? Esto
es algo que frecuentemente se preguntan los que sufren por enfermedades graves.
Evidentemente,
no todas las enfermedades son fruto del pecado personal del enfermo, porque en
ocasiones vemos que quienes se enferman son criaturas inocentes. Sin embargo,
en otras ocasiones la relación es muy evidente. Por ejemplo, si una persona
fuma no es de extrañar que acabe teniendo un cáncer de pulmón como consecuencia
de ello. Pero hay otros muchos casos en que la conexión no es tan fácil de
establecer, y no nos toca a nosotros ser los jueces de nadie.
Aun así, la
Biblia nos enseña que tanto la enfermedad como la muerte, son siempre el
resultado de formar parte de una raza caída. Aunque no nos lo parezca, el
pecado ha traído graves consecuencias para toda la raza humana, y aun para la
creación en la que vivimos (Ro 8:20-23).
Desgraciadamente vemos sus resultados con demasiada frecuencia en nosotros
mismos y a nuestro alrededor. Sin embargo, como ya hemos señalado, de las
palabras de Jesús se desprende que hay una solución que puede cambiar nuestro
destino final.
"El hombre se fue y dio aviso a los judíos que Jesús
era el que le había sanado"
Después de su
breve encuentro con Jesús, el que había sido paralítico fue a los judíos para
informarles de que quien le había sanado era Jesús. Nosotros nos preguntamos
por qué lo hizo y cuáles eran sus intenciones. Tal vez quería dar testimonio de
él y rendirle su tributo. O quizá sólo pretendía quedar bien con los judíos y
librarse definitivamente de la acusación que le habían hecho por llevar su
lecho en un día de reposo. No podemos saberlo. En cualquier caso, su actitud
trajo graves consecuencias para Jesús: "Por esta causa los judíos
perseguían a Jesús, y procuraban matarle, porque hacía estas cosas en el día de
reposo". Su confesión sirvió para que se avivara aun más la hostilidad
contra Jesús, llegando a una confrontación abierta.
Al terminar
este estudio nos quedamos con una sensación un tanto extraña. ¿Por qué decidió
Jesús sanar a aquel paralítico? Por un lado, el enfermo ni sabía quién era
Jesús, ni tampoco esperaba nada de él. Además, una vez sanado, el Señor le tuvo
que advertir seriamente que no siguiera viviendo de la misma manera que hasta
ese momento lo había hecho, para que no le viniera alguna cosa peor, lo que nos
hace pensar que después de su sanidad, no parecía tener intenciones de cambiar
espiritualmente. Y por último, la actitud que adoptó en su trato con los
judíos, sólo sirvió para causar problemas a Jesús. Ante todo esto, nos
preguntamos ¿por qué el Señor lo sanó? ¿qué vio en él? Y la respuesta es que lo
que movió a Jesús no fue lo que vio en el paralítico, sino su propio carácter:
el Señor es muy misericordioso y compasivo (Stg 5:11). Y en
realidad, esta es la misma razón por la que fue a la cruz para morir también
por nosotros.
Preguntas
1. Razone en
qué sentido el estado en el que se encontraba este paralítico es un ejemplo de la
situación espiritual en la que se encuentra todo hombre. Justifique su
respuesta con otras citas bíblicas.
2. Señale
algunas de las diferencias que había entre los judíos y el Señor Jesús que
encontramos en este pasaje.
3. Hemos visto
que el Señor tuvo dos encuentros con el paralítico, uno en el estanque de
Betesda y otro en el templo. ¿Por qué el Señor lo buscó nuevamente después de
haber sido sanado?
4. ¿A qué cree
que se refería el Señor cuando habló al paralítico de "alguna cosa
peor"? Razone su respuesta aportando citas bíblicas apropiadas.
5. ¿Qué
relación existe entre el pecado y la enfermedad?
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