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Mateo 7.13, 14 | Al igual que muchas personas hoy, los israelitas del tiempo de
Jesús creían que estaban destinados a ir al cielo. Pensaban erróneamente que
estar asociados con el pueblo de Dios, hacer buenas obras y tener fe intelectual
era todo lo que necesitaban.
Para
ayudarnos a entender cómo entrar en el reino de su Padre, el Señor Jesús habló
de dos caminos en direcciones opuestas. Uno es un camino ancho por donde viaja
la mayoría de las personas. Es un viaje fácil, ya que permite todo tipo de
filosofías. Debido a que casi todo es aceptable, cada persona es libre de ser
indulgente consigo misma y de elegir lo que le parezca mejor. La senda ancha
promete darnos cualquier cosa que deseemos, pero al final no da nada que tenga
valor perdurable.
El otro
camino es el estrecho. Tiene una entrada pequeña, porque solamente hay una
manera de reconciliarse con Dios —que es por medio de la fe en Cristo. Viajar
por este camino requiere un compromiso con el Salvador y un estilo de vida de
dependencia, sacrificio y fe.
Una vez que
pertenecemos a Jesús, el Espíritu Santo nos da el poder para amar a Dios con
todo nuestro corazón, amar a nuestros prójimos y cumplir con los propósitos del
Señor. En contraste con las desilusiones que se encuentran en el camino ancho,
cada promesa divina está garantizada en el camino estrecho.
Cada uno de
nosotros tiene que elegir qué camino va a tomar: el ancho que termina en
desesperación y separación eterna de Dios, o el estrecho que lleva a la vida
eterna.
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