Leer Juan 7:37-39
| "En
el último y gran día de la fiesta"
El
evangelista nos lleva ahora hasta el octavo día, "el último y gran día de
la fiesta" de los tabernáculos. La ley decía que en ese día se debía
celebrar una "santa convocación" de gran solemnidad (Lv 23:35-36) (Nm
29:35). Esto hacía que fuera un día de mucho gozo y alegría, y más aun si
tenemos en cuenta que durante esa fiesta se celebraba también el fin de la
recogida de la cosecha.
"Jesús
se puso en pie y alzó la voz"
En cada uno
de los siete días de la fiesta que ya habían pasado, una comitiva de sacerdotes
acompañados por mucha gente habían traído agua en un jarro desde el estanque de
Siloé hasta el templo, y la habían vertido sobre el altar. Y aunque este rito
concreto no se encontraba estipulado en la Ley, los judíos lo hacían para
simbolizar el derramamiento futuro del Espíritu Santo que tendría lugar cuando
el Mesías viniera.
Es muy
probable que fuera inmediatamente después de que tuviera lugar la ceremonia del
derramamiento del agua cuando "Jesús se puso en pie y alzó la voz"
para decir algo muy importante. No cabe duda de que el Señor eligió tanto el
momento como la forma de comunicarse para que todos le prestaran atención. En
cuanto a la ocasión, ya hemos señalado que era un momento de gran solemnidad,
pero sobre la forma en que lo hizo, nos llama la atención tanto que se pusiera
en pie como que alzara la voz. Debemos recordar que los maestros judíos por lo
general se sentaban para enseñar, y por otro lado, el Señor sólo alzó su voz en
ocasiones especiales en las que tenía que decir algo realmente muy importante
(Lc 8:8) (Mr 15:37) (Jn 11:43).
Además, no
debemos olvidar que a lo largo de la fiesta las autoridades habían dado
instrucciones para prender a Jesús, así que una intervención tan notoria como
esta, llevada a cabo en el mismo templo, y en un momento de máxima audiencia,
era realmente arriesgado para su seguridad. De alguna manera, el evangelista
quiere hacernos notar que lo que Jesús iba a decir era algo que se revestía de
la mayor importancia.
Y como
veremos inmediatamente, lo que afirmó fue su pretensión de ser considerado como
el cumplimiento de todas aquellas ceremonias que ellos llevaban a cabo. En
realidad, una vez más se estaba presentando como el verdadero Mesías que ellos
llevaban siglos esperando.
"Si
alguno tiene sed, venga a mí y beba"
Una vez más
el Señor emplea un elemento físico para enseñar una verdad espiritual. Todos
entendemos que sin agua es imposible la vida física, y del mismo modo, también
tenemos necesidades espirituales que sólo Cristo puede satisfacer. Algo similar
le había dicho anteriormente a la mujer samaritana:
(Jn
4:13-14) "Respondió Jesús y le dijo: Cualquiera que bebiere de esta agua,
volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed
jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte
para vida eterna."
En
principio hay dos cosas que están implícitas en las palabras del Señor y que
nunca cambian:
• Por un lado, notamos que a pesar de
toda la alegría que una semana de fiesta como aquella pudiera haberles
proporcionado, el Señor sabía que todavía persistía la sed.
• Y por otro, quedaba en evidencia la
insuficiencia de la religión judía y sus rituales religiosos para llenar
completamente el vacío y las necesidades espirituales de las personas.
Por eso, a
pesar de las amenazas y la hostilidad de las autoridades judías, el Señor quiso
volver a hacer su oferta de gracia a toda aquella multitud. Y es hermoso ver
que no había ni un gramo de aspereza en su voz, ni amenazas de violencia en su
proclamación, sino únicamente la expresión de un amor que sólo Dios puede tener
hacia sus criaturas necesitadas. No cabe duda de que lo que encontramos aquí es
una oferta completamente inmerecida de la gracia divina.
Pero
pensemos un poco más en algunos aspectos que se deducen de la afirmación del
Señor.
1. Cristo es la fuente que
calma la sed
Empecemos
por señalar que Cristo es la verdadera fuente de la vida y el único que puede
proveer para todas las necesidades del hombre. Sólo en él puede encontrar
alivio el corazón oprimido por el peso de sus pecados. No hay nadie más donde
el hombre halle la felicidad auténtica. Ninguna otra cosa, ni fiestas, ni
sistemas religiosos pueden satisfacer a las almas sedientas, sólo Cristo es la
fuente de la vida.
Además, él
sabe mejor que nadie qué es lo que el alma necesita. Él nos ha creado y conoce
perfectamente nuestra sed espiritual, intelectual y emocional. Por eso es el
único que puede dar plena satisfacción a todo nuestro ser.
Y aunque
con mucha frecuencia el hombre no lo quiera reconocer, la vida sin Dios carece
de sentido y se va secando. El mundo busca en vano satisfacer este anhelo sin
tener en cuenta a Dios. Intenta hacerlo con vacaciones, espectáculos, deportes,
drogas, trabajo, nuevas relaciones... pero el anhelo persiste, o en el mejor de
los casos, la satisfacción obtenida dura muy poco. ¿Qué significa esto? ¿Cuál
es el problema?
El error
del hombre moderno es el mismo del que ya advirtió el profeta Jeremías al
pueblo de Israel hace siglos: buscaban calmar su sed en el sitio equivocado.
(Jer 2:13)
"Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua
viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua."
2.
El origen de esta sed
Como ya
hemos dicho, la sed a la que el Señor se refiere aquí tiene que ver
principalmente con la sed espiritual. Hay profundos anhelos espirituales en
cada hombre y mujer que no han quedado satisfechos.
Con
frecuencia se culpa a otros de esta insatisfacción: a la mujer o al marido, al
trabajo, la economía, los políticos, el gobierno... pero en realidad, la
verdadera causa de este descontento está dentro de uno mismo. De hecho, si
insistimos en culpar a otros, nunca solucionaremos esta angustia interior, y lo
único que realmente conseguiremos será proyectar esta amargura sobre los demás.
Seguramente
por eso, en un intento de llenar la vida de sentido, el hombre ensaya en vano
los más diversos cambios. Cambia de trabajo, de aspecto, de amigos, de
costumbres, de mujer, de religión, de gobierno, de país... pero siempre
subsiste ese mal misterioso que nos acompaña tenazmente a través de todos los
cambios, y la sed perdura.
Según el
diagnóstico que el Señor Jesucristo hizo, es la falta de fe en él lo que crea
este vació interior en el ser humano. Y aunque el hombre moderno haya
descartado de su vida la fe en Dios y crea que su destino está marcado por la
economía, la ciencia, la tecnología y la política, sin embargo, el hombre
conserva en el fondo de su corazón profundas necesidades espirituales, y es
precisamente por el hecho de reprimirlas e ignorarlas, por lo que nunca llega a
llenar su vacío. Tal vez ha logrado acallar la voz de su conciencia, pero
persiste su conflicto interior, que al no haber sido solucionado, avanza
progresivamente destruyendo su ser. Ha dejado de tener en cuenta las realidades
morales y espirituales, pero en el fondo de su alma no ha logrado borrar por
completo la noción de la ley divina, así que sigue teniendo remordimientos por
su violación, temor al castigo, necesidad de ser perdonado, de reconciliarse
con Dios y con los hombres, en definitiva, necesidad de una renovación total de
su ser.
Y como
consecuencia de todo lo anterior, aunque parece que el hombre moderno ha
superado la necesidad de creer en Dios, aun así sigue evidenciando esta
necesidad espiritual oculta cuando devora las publicaciones de astrología, se
entrega al espiritismo o aclama como dioses a las estrellas del deporte o el
cine.
3.
Sed de perdón
En el fondo
de toda esta cuestión está la necesidad de disfrutar del perdón de Dios y
comenzar una nueva relación con él. Por esta razón el Señor hizo su llamamiento
a aquellos que todavía no creían en él y que por otro lado estaban dispuestos a
reconocer que en lo íntimo de sus corazones estaban sedientos.
Ahora bien,
aunque la sed espiritual está presente en todos aquellos que no creen en Dios,
sin embargo, son muy pocos los que están dispuestos a reconocerlo. Son muchos
los que se esfuerzan en aparentar que todo les va bien en lugar de buscar la
forma de llenar su vacío espiritual.
Pero el
llamamiento del Señor fue dirigido a aquellos que sí que están dispuestos a
admitir su estado y anhelan el perdón de sus pecados. Aquellos que se han dado
cuenta de su total incapacidad para solucionar este problema por sus propios
medios y que están plenamente convencidos de la gravedad de sus pecados, a
estos son a los que llama el Señor. En otra ocasión los describió como los
"pobres de espíritu", y se refirió a ellos como bienaventurados
porque a ellos pertenece el reino de los cielos (Mt 5:3).
Un buen
ejemplo de esta sed espiritual lo podemos encontrar en aquellos judíos que
escucharon predicar a Pedro en el día de Pentecostés y que compungidos de
corazón les dijeron: "Varones hermanos, ¿qué haremos?" (Hch 2:37). O
como el carcelero de Filipo que ansioso preguntó a Pablo y Silas:
"Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?" (Hch 16:30).
Por
desgracia, son pocos los que manifiestan esta sed. La mayor parte de los hombres
anhelan todo menos la salvación. Buscan el dinero, los placeres, los honores,
la fama, los excesos de todo género, esto es lo que desean.
4.
Una invitación universal a todos los que tienen sed
Evidentemente
el llamamiento del Señor significaría poco para aquellos que se sentían
satisfechos de sí mismos entre las multitudes que abarrotaban los atrios del
templo. Para los cansados y trabajados, sin embargo, abriría la puerta de una
nueva esperanza. El salmista se había identificado con ellos cuando escribió:
(Sal 42:1)
"Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti,
oh Dios, el alma mía"
Y Jesús
mismo ya había prometido saciar este tipo de hambre y sed:
(Mt 5:6)
"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos
serán saciados".
Lo
importante del anuncio que el Señor hizo, es que nadie será rechazado, por eso
dijo: "Si alguno tiene sed...". Esta es la gracia de Dios que se
ofrece por igual a todos los hombres.
5.
Hay que ir a la fuente y beber
Por muy
obvio que parezca, hay que recordar que quien tiene sed debe ir a donde está el
agua y beberla. Y aplicado a las palabras de Jesús, nos recuerda la necesidad
de ir a él, de creer en él, de seguirle a él.
(Mt 11:28)
"Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré
descansar"
El agua de
vida que el Señor ofrece no se encuentra en ninguna religión o iglesia, sino
únicamente en su Persona. Desgraciadamente esto se confunde con mucha
frecuencia. Muchos creen que ir a una iglesia es lo mismo que ir a Cristo, pero
no lo es. Todos los judíos que escuchaban a Jesús en esa ocasión habían ido al
templo para cumplir con lo que Dios mandaba, y sin embargo, muchos de ellos no
creían en Cristo y seguían sedientos. Y de igual manera se puede ir a la iglesia
y cumplir con sus ritos sin llegar a entregar la vida a Cristo.
Lo que el
Señor espera es que el hombre ponga su fe en él. Pero algunos podrían dudar de
que algo tan sencillo pudiera ser eficaz, y quizá por eso se sienten más
seguros en una religión donde ellos mismos deben cumplir con ciertos requisitos
y exigencias que según piensan, les ayudará a garantizar su salvación. Pero
como dijo el Señor, la salvación es por gracia, no por obras, y siempre se
ofrece al hombre de forma gratuita:
(Is 55:1)
"A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero,
venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y
leche"
"Como
dice la Escritura"
Cuando cada
día, como parte de la celebración de la fiesta de los tabernáculos, los
sacerdotes traían un jarro de agua del estanque de Siloé, estaban recordando
aquella provisión milagrosa de agua que fluyó de la roca en el desierto. Y lo
que el Señor estaba diciéndoles en ese momento es que él mismo era la realidad
última a la que apuntaba aquella roca de la que los israelitas habían bebido
agua para aplacar su sed en el árido desierto.
Y lo que
ahora estaba diciendo el Señor es que él mismo era el cumplimiento de todos
aquellos símbolos del pasado.
Con esto
concuerda también el apóstol Pablo cuando identificó a Jesús con la roca herida
de la cual brotaron las aguas que aliviaron al pueblo que moría de sed en el
desierto (Ex 17:6) (Nm 20:7-8) .
Además, las
aguas que derramaban sobre el altar en el templo, eran también un símbolo del
futuro derramamiento del Espíritu Santo que las Escrituras habían anunciado que
tendría lugar en el tiempo del Mesías y del que participarían todos aquellos
que creyeran en él.
(Is 44:3)
"Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal, y ríos sobre la tierra
árida; mi Espíritu derramaré sobre tu generación y mi bendición sobre tus
renuevos".
Sin
embargo, los judíos estaban tan absortos en sus ceremonias que no se dieron
cuenta de la presencia del Mesías en medio de ellos. Así que fue necesario que
Jesús alzara su voz para anunciar que el cumplimiento de la promesa dada por
las Escrituras se estaba cumpliendo delante de ellos mismos.
"De su interior correrán
ríos de agua viva"
Quienes
beben de este agua, no sólo calman su propia sed, sino que esta bendición se
multiplica dentro de ellos, de modo que vienen a convertirse en una fuente de
nuevas corrientes para otros:
(Is 58:11)
"Y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas
nunca faltarán".
(Jn 4:14)
"Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que
el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida
eterna."
El Señor
explicó que est
a plenitud
interior sería posible por medio del Espíritu Santo que vendría a morar en
ellos: "Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en
él". Como vemos, la vida del que posee la plenitud del Espíritu no es
inactiva ni estéril, sino que es vigorosa, dinámica, está en continuo progreso
y tiene como finalidad derramarse en bendición sobre los demás. No sólo suple
nuestras propias necesidades, sino que también nos ayuda a satisfacer las
necesidades ajenas. Empieza por inundar nuestro corazón para después derramarse
en un servicio fructífero sobre el mundo.
Según dijo
el Señor, todos los auténticos creyentes tienen el Espíritu Santo, pero es un
hecho que no todos disfrutan de esta plenitud descrita aquí. Lamentablemente no
siempre vivimos a esa altura. Dios nos ha dado su provisión generosa (Jn 3:34),
pero no somos capaces de apropiarnos plenamente de ella.
1. ¿Cómo se consigue la plenitud del
Espíritu?
En primer
lugar debemos recordar que el ser llenados con el Espíritu no es algo que se
pueda conseguir por esfuerzos humanos, sino por permitir a Dios que cumpla su
obra en la vida del individuo. Así que perdemos esta plenitud porque no estamos
dispuestos a morir al yo, a negarnos a nosotros mismos y a someternos a la
voluntad de Dios. Sólo cuando dejamos que todos nuestros pensamientos,
sentimientos, palabras y actos sean dominados por la influencia del Espíritu
Santo, podemos disfrutar de su plenitud. Es por eso que aquellos cristianos que
viven su fe a medias, nunca llegan a experimentar esta plenitud del Espíritu.
Es triste ver cómo muchas veces los creyentes nos estancamos espiritualmente, y
con nuestras actitudes carnales impedimos que el Espíritu Santo llegue a
cumplir todo lo que él ha venido a hacer en nuestras vidas.
Es un hecho
que el Espíritu Santo nunca ejerce su poder en nosotros en contra de nuestra
voluntad. La Escritura nos dice que es posible apagarlo o contristarlo (Ef
4:30). Por lo tanto, si queremos la plenitud del Espíritu, no podremos
contrariarle con nuestros criterios y actos carnales. De esa manera su obra en
nosotros queda prácticamente anulada.
La
experiencia de ser llenado con el Espíritu sólo puede ser disfrutada cuando un
cristiano toma el paso inicial de presentar su cuerpo en sacrificio vivo.
(Ro 12:1)
"Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis
vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro
culto racional."
Esta entrega
no se refiere a algún asunto en particular, sino que implica una actitud de
estar deseoso de hacer cualquier cosa que Dios quiera que el creyente haga.
Implica en primer lugar una rendición total a la Palabra de Dios. Y también
implica dejar el pecado fuera de nuestras vidas. El pecado siempre contrista al
Espíritu Santo, lo que impide su plena manifestación.
2.
¿Cómo se manifiesta la plenitud del Espíritu en nuestras vidas?
Podemos
resumir algunos de sus múltiples efectos:
• Santifica al creyente de tal manera
que se produzcan en él los frutos del Espíritu (Ga 5:22).
• Ilumina a los cristianos para
conocer la Palabra y aplicar sus verdades a cada situación particular por la
que atraviese .
• Le da poder para servir fielmente
de acuerdo con los dones recibidos y también para testificar de Cristo (Hch
1:8).
• Guía y dirige las oraciones de los
creyentes para que estén de acuerdo con la voluntad de Dios(Ef 6:18) (Jud
1:20).
• Hace que su adoración sea agradable
a Dios (Jn 4:24).
3.
¿Quién debe aspirar a ser lleno del Espíritu?
No es una
opción exclusiva de pastores o personas en el ministerio. Cuando Pablo escribió
a la iglesia en Éfeso para exhortarles a que fueran llenos del Espíritu (Ef
5:18), se dirigió a todos sus miembros. Notemos el contexto: (Ef 5:22)
"casadas", (Ef 5:25) "maridos", (Ef 6:1) "hijos",
(Ef 6:4)"padres", (Ef 6:5) "siervos", (Ef 6:9)
"amos".
Quizá en
este momento debamos detenernos para hacernos una reflexión personal: ¿Hemos
bebido de este agua? ¿Sabemos lo que es estar satisfechos? ¿Estamos comunicando
a otros lo que hemos recibido del Señor?
¿Anhelamos
sinceramente recibir la plenitud del Espíritu Santo? "Si alguno tiene
sed" es la única condición. "Venga a mí y beba" es la generosa
invitación del Señor. Al recibirlo, el Espíritu será en nosotros una fuente y
derramará de su plenitud, para bendición nuestra y de nuestros semejantes.
"Esto
dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él"
Aunque las
Escrituras del Antiguo Testamento ya lo anunciaban, el Señor aclara también que
esta plenitud sería producida por el Espíritu Santo en la vida de aquellos que
creyeran en él.
Esta
afirmación es muy importante por varias razones:
• En primer lugar vemos que el Señor
Jesucristo es quien suministra el Espíritu Santo, algo que sin duda es una
prerrogativa divina.
• Que la vida divina se comunica a
los hombres por medio de su Espíritu (Tit 3:4-6).
• También vemos que el único
requisito para recibir el Espíritu Santo es creer en él, y que quien no lo
tiene es porque no es un auténtico creyente . En otras palabras: no es cierto
lo que algunos pretenden, que el Espíritu Santo viene a morar en los creyentes
algún tiempo después de su conversión. Este versículo declara de una manera
clara y concreta que todos los que creen en Cristo reciben el Espíritu.
"Pues
aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún
glorificado"
1.
El orden de los acontecimientos
Según las
afirmaciones de Juan el Bautista (Jn 1:29-34), la misión de Cristo abarca dos
aspectos fundamentales: el primero quitar el pecado del mundo y el segundo
bautizar en el Espíritu Santo. Cuando una persona cree en el Señor Jesucristo
para salvación, lo primero que recibe es la justificación, el perdón y la
limpieza de sus pecados. Pero una vez que ha quitado el pecado, no deja a la
persona vacía, sino que la regenera y la llena de su Espíritu Santo para que le
pueda servir.
El Señor
Jesucristo aclaró que el cumplimiento de esta segunda parte de su obra no
tendría lugar hasta que él hubiera sido "glorificado". Esto hacía
referencia al hecho de que primero era necesario completar su misión redentora
con su muerte, resurrección y ascensión al cielo.
Esto mismo
es lo que dijo la última noche que estuvo con sus discípulos en el aposento
alto:
(Jn 16:7)
"Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me
fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo
enviaré".
2. La razón para este orden
El Espíritu
Santo había de venir para comunicar al creyente todos los beneficios obtenidos
por Cristo en la cruz. Por lo tanto, era imprescindible que primero hubiera
dado su vida en favor de los pecadores y también que resucitase y ascendiese al
cielo para así completar su obra redentora.
Este orden
nos enseña una verdad fundamental en la que tenemos que meditar: primero hemos
de ser justificados y purificados de nuestros pecados antes de ser santificados
por el Espíritu Santo. Y esta purificación no se consigue por medio de nuestros
propios esfuerzos para guardar la ley de Dios, sino por la fe en el sacrificio
de Cristo.
Algunos
creen que si logran limpiar su vida tanto como puedan, el Espíritu Santo quizás
acceda a morar en ellos. Pero esto es imposible. Nadie puede alcanzar por sus
propias obras la limpieza absoluta que es imprescindible para que el Santo
Espíritu de Dios more en un hombre. Aunque hagamos oraciones, ayunos y
aumentemos nuestra actividad religiosa al máximo, nunca podremos eliminar las
manchas de nuestros pecados y el Espíritu Santo no vendrá a nuestras vidas.
Esta purificación absoluta sólo es posible por medio de la fe en el sacrificio
sustitutorio de Cristo en la cruz. Primero hemos de ser justificados de todo
pecado para que podamos llegar a ser templo del Espíritu Santo.
3. El momento del cumplimiento de la
promesa
El
cumplimiento de esta promesa tuvo lugar en el día de Pentecostés (Hch 2:1-13).
(Hch 1:4-5)
"Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que
esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan
ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu
Santo dentro de no muchos días."
4.
La forma en que se cumplió la promesa
A partir de
Pentecostés los creyentes en Cristo recibieron el Espíritu Santo de una forma
muy diferente a como la habían recibido los fieles del Antiguo Testamento. En
el pasado, sólo algunos creyentes lo recibían, pero en la era mesiánica todos
los creyentes sin excepción lo reciben, tal como el profeta Joel había
anunciado y el apóstol Pedro se encargó de enseñar al pueblo en el día de
Pentecostés:
(Hch
2:16-18) "Mas esto es lo dicho por el profeta Joel: Y en los postreros
días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y
vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros
ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en
aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán."
Mientras
que en la antigüedad sólo habían recibido el Espíritu Santo algunas personas
especiales, para servicios especiales, en momentos especiales, pero nunca de
forma permanente, por contraste, todos los creyentes del Nuevo Testamento
tienen siempre al Espíritu Santo morando en ellos.
(Jn 14:16)
"Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con
vosotros para siempre."
Los
creyentes hemos sido sellados con el Espíritu Santo hasta el día de "la
redención de la posesión adquirida" (Ef 1:13-14), nos ha constituido en
templo de Dios (Ef 2:22), nos llena de su presencia y poder y nos capacita con
diferentes dones haciéndonos idóneos para su servicio . ¡Gloria a Dios!
Preguntas
1. Busque
otras ocasiones en los evangelios donde Jesús "alzó la voz".
Transcriba las citas bíblicas y explique la importancia de lo que dijo en cada
caso.
2. ¿Por qué
decimos que Cristo es la única fuente donde el hombre puede calmar su sed
espiritual? ¿Qué tipo de cosas hace el hombre de nuestro tiempo para intentar calmar
su sed? ¿Qué debe hacer el hombre para calmar su sed?
3. ¿A qué
partes de la Escritura hizo referencia Jesús en este pasaje? Transcriba las
citas del Antiguo Testamento y explique cuál era su cumplimiento.
4. ¿Cuáles
son a su juicio las razones por las que no todos los creyentes viven en la
plenitud del Espíritu? ¿Cómo se manifiesta esta plenitud en la vida del
creyente?
5. ¿Por qué
no era posible que el Señor enviara el Espíritu Santo al corazón de los
creyentes antes de que hubiera muerto, resucitado y ascendido al cielo? Razone
su respuesta.
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