Por
Fernando Alexis Jiménez | Desconozco cuántas veces ha cometido errores por
decisiones equivocadas. En mi caso han sido muchas las veces que fallé al
inclinarme por un negocio, un viaje o simplemente una compra doméstica.
Minutos, horas o días después me arrepentí. ¡No había nada qué hacer!
Lo más
probable es que a todos nos ha ocurrido lo mismo. Nos dejamos guiar por
amistades o quizá un promotor comercial. Nos pintan un panorama alentador, que
promete mucho. Llegado el momento comprendemos la magnitud del equívoco.
Si queremos
cambiar el panorama, es necesario volvernos a Dios, confiar en Él, avanzar
tomados de Su mano poderosa. El rey David lo expresó con las siguientes
palabras: “Oh Dios, tú eres mi Dios; de todo
corazón te busco. Mi alma tiene sed de ti; todo mi cuerpo te anhela en esta
tierra reseca y agotada donde no hay agua.”(Salmo 63:1. NTV).
Es esencial
que no solo anhelemos a nuestro Padre celestial como por un rapto de emocionalismo, sino con un corazón
sincero, y que desarrollemos intimidad con Él emprendiendo cada día con oración.
Nuestro
Maestro Jesús no tomaba decisiones sin antes consultarlas al Padre. Sus
actuaciones estaban rodeadas por oración, como lo leemos en Evangelio de Lucas:
“Cierto día, poco tiempo después, Jesús subió a un
monte a orar y oró a Dios toda la noche.”(Lucas 6:12. NTV)
¿Por qué lo
hizo? Porque al día siguiente debía escoger a sus discípulos. Y Él oró sin
medir el paso de las horas. Intimidad con Dios. Permanencia en Él.
Un
principio que aprendemos para nuestra vida práctica de fe, es orar antes de decidir
algo, incluso aquello que nos parezca muy trivial.
Lo mejor
que podemos hacer como discípulos de Jesús el Señor, es comenzar nuestras
actividades diarias en oración, pero además, terminar las jornadas en búsqueda
del rostro de Dios.
Aun cuando
estaba muy cansado, nuestro Salvador lo hacía siempre. No había excusa. El
evangelista Mateo lo describe así: “Después de
despedir a la gente, subió a las colinas para orar a solas. Mientras estaba allí solo, cayó la noche.” (Mateo 14:23.
NTV)
¡Cuántas
veces pretextamos estar muy cansados para no orar! No le ha ocurrido a usted
solamente. A mí, al vecino, a todos. Y el hecho de tratarse de un
comportamiento o hábito común, no significa que sea bueno. Por el contrario, es
equivocado y nos lleva a errores, por con Dios iniciamos el día y con él, debe
terminar.
Sólo cuando
aplicamos modificaciones a nuestro esquema de oración, podemos expresar: “En paz me acostaré y dormiré, porque solo tú, oh Señor,
me mantendrás a salvo.”(Salmo 4:8. NTV)
No es
asunto de si queremos o no, sino de evaluar qué nos conviene. Y usted está
llamado a tomar decisiones radicales, que con ayuda de Dios, permanezcan en el
tiempo.
Con
frecuencia al dictar conferencias me preguntan: ¿Cuánto tiempo debemos orar? Y
mi respuesta es invariablemente la misma: Todo cuanto más pueda.
El apóstol
Pablo reafirma este principio cuando enseña: “Nunca
dejen de orar.”(1 Tesalonicenses 5:17.NTV)
Orar debe
ser un principio de vida que no se circunscribe a tiempo, sino más bien, a la
disposición de nuestro corazón. Orar siempre.
Le animamos
para que evalúe su vida de oración y, desde hoy, aplique modificaciones en la
meta que nos asiste de desarrollar intimidad con Dios… y si no ha recibido a
Jesucristo, hoy es el día para que lo haga. Le aseguro que no se arrepentirá.
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