“Bienaventurados
los de limpio corazón, porque verán a Dios” (Mateo 5:8).
En cierta
ocasión, junto a mí estaba una madre joven, llorando. “He orado”, dijo entre
sollozos, “para que el Señor me ayudara a vencer el abuso del azúcar, pero le
estoy fallando estrepitosamente”.
Me interesa
mucho todo lo que tenga que ver con un estilo de vida saludable. Jamás he
tomado una taza de café, ni siquiera descafeinado. Por regla general, no como
entre horas. Mi esposa y yo procuramos caminar un buen trecho cada mañana.
Comemos dos veces al día, tomamos bebida de soja y no comemos carne.
Cada vez
hay más cristianos que están convencidos de que la mejor manera de mantenerse
sano es no comer ningún producto animal. Además de no comer carne, no beben
leche, no comen huevos ni usan grasas saturadas. Este estilo de vida se llama
“vegano”.
No hay nada
malo en tratar de vivir de la manera más saludable posible. Es una actitud
cristiana. Sin embargo, el cristiano no debe mirar al que tiene al lado y
criticarlo por no seguir su mismo estilo de vida. En tiempos de Jesús, los
fariseos eran muy escrupulosos en el cumplimiento de la ley. Eran tan
escrupulosos que se inventaron leyes para guardar la ley. Jesús no veía con
malos ojos que cumplieran la ley.
Decía que
era su deber, pero no debían descuidar lo otro. ¿A qué “otro” se refería Jesús?
Se trata de “lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe”
(Mat. 23:23). Los fariseos eran duros con las personas que no creían lo mismo
que ellos. No les preocupaba cómo era su corazón. Lo único que les importaba
era cómo podrían utilizar su estilo de vida para impresionar a los demás.
El asunto
estriba en que si ser cristiano es cuestión de vestir de cierta manera o
eliminar ciertas cosas de la dieta, resulta claro que podemos hacerlo nosotros
mismos y no necesitamos a Jesús. Cualquiera puede cambiar su apariencia
externa, pero solo Dios puede cambiar el corazón. Jesús dice: “Os daré un
corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros. Quitaré de
vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Eze. 36:26).
Fuentes:
Reflexiones Cristianas
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