“Por tanto,
si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo
contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y ve, reconcíliate primero
con tu hermano, y entonces vuelve y presenta tu ofrenda” (Mateo 5:23,24).
Mi esposa y
yo nos casamos el 16 de junio de 1960. A menudo, cuando dirijo un seminario y
explico a la audiencia cuánto tiempo hace que estamos casados, algunos empiezan
a aplaudir. Entonces les digo: “¡Esperen, no me aplaudan hasta mi funeral! Al
fin y al cabo, cuando nos casamos prometimos ser fieles “hasta que la muerte
nos separe’”.
Con los años
he descubierto que mi relación con Dios afecta a mi relación con mi esposa y mi
relación con mi esposa afecta a mi relación con Dios. Jesús dijo que, si el
sábado por la mañana, mientras vamos de camino a la iglesia, tenemos un mal
sentimiento contra alguien (quizá alguien de nuestra propia familia), antes de
dar un paso más, es preciso que volvamos a casa y arreglemos las cosas con esa
persona. Solo entonces podremos ir a la iglesia (Mat. 5:24).
El apóstol
Juan formula una difícil pregunta: Si alguno dice: “Yo amo a Dios”, pero odia a
su hermano, es mentiroso, pues el que no ama a su hermano a quien ha visto,
¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Juan 4:20). Algunos creen que
pueden amar al Señor con todo el corazón, con toda el alma, con toda la fuerza
y con toda la mente y no amar al prójimo como a sí mismos. Jesús enseñó que eso
es imposible.
Una vez
conocí a una hermana en la fe a la que no le gustaba otra hermana de la
iglesia. Le pregunté si alguna vez había orado por ella. Ella respondió: “Por
supuesto. ¡Oro para que Dios le dé su merecido!”.
Esa no es
la actitud que debemos tener si queremos hacer bien las cosas con los demás.
Tenemos que decir que lamentamos el malentendido y luego pedir perdón. Entonces
podremos orar así: “Señor, esta mañana te ruego que hagas por Fulano de Tal y
su familia lo mismo que te pido que hagas por mí y los míos”.
Si pensamos
que nuestros sentimientos sobre los demás pueden separarse de nuestra relación
con Dios, solo conseguimos engañarnos a nosotros mismos. ¿Por qué no prueba
hoy con la pequeña oración que he sugerido?
Fuentes:
Reflexiones Cristianas
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