Mi amigo T.
L. cayó de rodillas frente a un sagrario y comenzó a llorar abundantemente. En
aquella solitaria capilla, alumbrada solo por la débil luz que despedía la vela
que siempre colocan junto a los sagrarios, acababa de producirse un milagro.
Durante años, el corazón de T. L. había estado siendo atormentado por un sordo
rencor, dirigido hacia las personas que lo habían torturado en la célebre
cárcel de “La 40”, en tiempos de Trujillo. En ese momento, en esa capilla, el
Señor acababa de sanarlo, concediéndole la capacidad y la potencia de perdonar.
T. L.
cuenta que lloró profusamente al sentirse liberado de ese martirizante peso que
mantenía su mente ocupada constantemente en amargos planes de venganza.
¿No le
parece a usted que eso fue un auténtico milagro? El hecho de que una persona
pueda liberarse de un profundo odio como este, solo puede ser explicado
mediante una intervención de Dios.
Algo
parecido pasa con otros sentimientos fuertes que nos esclavizan, condicionando
toda nuestra existencia. La tristeza, puede arruinar la vida de una persona.
Igual pasa con el miedo, el desaliento, la incomodidad, y otros estados de
ánimo que hacen sufrir y esclavizan.
Seguramente podrá usted añadir muchos otros ejemplos.
En el
evangelio de hoy (Marcos 1, 40-45) aparece otro pobre esclavo siendo liberado.
Se trata de un hombre que tenía gran necesidad de ayuda: era leproso. Ser
leproso en aquella época, equivalía a ser un rechazado, un solitario, un paria.
Y el hombre
cae de rodillas, frente al Señor y le dice: “Si quieres, puedes limpiarme”
Y el Señor
responde: “Quiero, queda limpio”. “Enseguida se le quitó la lepra y quedó
limpio”. (Marcos 1, 41-45)
¿De qué
necesita usted ser liberado hoy? ¿Qué lo
atormenta? ¿Qué lo hace infeliz? Pues escuche esta frase: “Vengan a mí todos los que se sientan
cargados y angustiados, porque yo los aliviaré”
El leproso
fue donde el Señor hace mucho. T. L. fue
hace poco. Usted y yo podemos ir HOY
La pregunta de hoy
Está claro
que el señor puede liberarme, pero ¿quiere liberarme...?
Lo voy a
relatar algo, y luego usted dirá: Una madre dijo a un hijo que no corriera
descalzo por el patio. El niño no hizo
caso a la mamá, y mientras se divertía jugando se clavó una espina. Así que fue donde su mamá llorando.
- “¿Qué te
pasó mi hijo?”
- “Que me
clavé una espina”... dijo el niño amilanado.
- “¿Estabas
corriendo en el patio descalzo?” pregunta la madre, (aunque ya ella sabía.)
-
“Perdóname mamá”, responde el niño aceptando su desobediencia. Y agrega: “Me
duele, mamá. ¡Ayúdame!”
Ahora
dígame: ¿querrá la madre ayudar a su hijo...?
Y si una
madre quiere ayudar a su hijo, ¿cómo no va a querer Dios ayudarlo a
usted...? Él es quien dice: “¿Puede una
madre olvidarse de su criatura...? Pues,
aunque ella se olvide, yo no te olvidaré”. (Isaías, 49, 15)
Así que Él
sí quiere liberarlo. Todo lo que hace falta es que usted, consciente de su
problema, vaya donde Él y le diga, “Señor, si quieres, puedes...”
Autor Luis García
Dubus
Fuentes: Listín
Diario
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