Por Lesbia
Gómez Suero | Júbilo con alegría y gozo se siente; el amor se percibe por
doquier. Un aroma a jazmín y rosas hablan de la presencia del Señor; entonces
se hace expansiva la armonía, te alcanza, te arropa, te embriaga. Todo eso es
la Gloria. Sin embargo, hay condiciones especificas y necesarias para que esto
se produzca en tu Ser; y es realizarte con el conocimiento de Dios, el
desarrollo del amor que te separe del egoísmo.
Rectificar
la mente para que los sentimientos sean nobles y repletos de altruismo. Desligar
al ser de los aprestos que ligan con los aspectos subliminales del mal, que
incidentan por demás en el hombre, a sufrir por las conquistas del placer a
través de los sentidos.
Es sabido,
que no es nada fácil domesticar o sustraerse de las pasiones que en el mundo se
expresan; las cuales quiérase o no hay que frecuentar en cada tiempo mientras
se está en el cuerpo; además, es en el mundo que debemos trascenderlos; pero no
menos cierto es, que cuando hay voluntad, decisión disciplinada, y se muestra una
actitud sincera de salirse de ello, el Espíritu Santo aparece, y se hace
maestro y controlador de las circunstancias; y neutraliza los efectos con que
se atrapa la conciencia.
Entonces es
aquí que las ventanas del Cielo se abren y desciende el maná suculento de bien
y sabiduría, que ayuda a discriminar con sensatez y sin presión lo que es
verdadero transparentado en lo falso. Consciente del trabajo realizado, eres
elegido como fiel discípulo, facultado para recibir la iniciación, y como
corolario de Gracia: “Vivir la Gloria de Dios en tu vida y en tu mundo…”
Fuentes:
Blog Luces Para el Alma
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