“Ya yo
había encargado a un abogado para que iniciara los trámites de mi divorcio”,
declaró I.F., un señor joven, de mucha personalidad y de mucho éxito en la vida
profesional.
“Hace dos
semanas -prosiguió I.F.- escuché algo que me hizo pensar.
Alguien
dijo que en una situación de conflicto entre dos, nunca hay uno que tenga el
100% de culpa.
Puede que
uno de los dos tenga el 60% y el otro el 40%. O el 70% y el 30%. Pero la realidad
nunca es que uno tenga el 100% y el otro cero por ciento de la culpa.
Así que fui donde mi esposa y le dije:
Siento que
tú tienes el 80% de la culpa de nuestros problemas. Eso me deja a mí
responsable de un 20%.
“Pues bien,
yo voy a mejorar nuestra relación en un 20%. Ese va a ser mi aporte”.
La esposa
de I.F. se quedó en silencio.
Aquello era
un enfoque nuevo para ella. Él no le había exigido que hiciera nada. En cambio,
había declarado que él daría algo, que él haría su aporte.
Hablé con
I.F. hace unos días. Me contó que hace poco su esposa le había dicho que ella
iba a tratar de mejorar. Que también ella iba a poner de su parte.
“Gracias a
esto, mi familia se ha salvado -concluyó I. F.-. Tenía mucho tiempo pidiéndole
a Dios que cambiara a mi mujer. En cambio, cuando yo aporté mi 20%, la
situación comenzó enseguida a mejorar”.
El
evangelio de hoy (Juan 6, 1-15) nos cuenta otra historia real de una situación
de conflicto, que también se resolvió gracias a un aporte.
El Señor se
da cuenta de que miles de personas que han venido tras de él tienen hambre.
Entonces un muchacho dijo que él aportaba cinco panes y dos peces.
Pues eso
era todo lo que el Señor necesitaba. El muchacho aportó lo suyo, y el Señor lo
multiplicó.
He
entendido que, además de pedir, debo hacer mi aporte para que el Señor pueda
hacer el milagro.
La clave
es: quien aporta algo recibe mucho. El Señor nunca se deja ganar en
generosidad.
La pregunta de hoy
¿Por qué el Señor pide nuestro aporte para
poder intervenir?
El Señor responde a cada cual según la humildad de su petición y la
determinación de su fe.
No es Él
quien necesita nuestro aporte, sino nosotros mismos, porque quien aporta algo
se hace apto para recibir, ya que quien solo pide y no aporta no está listo
para que lo ayuden.
Aportar nos
dispone para poder recibir y, quien ora y aporta algo, recibe mucho.
Y admiremos
no solo la infinita generosidad del Señor, sino también su admirable humildad,
ya que queriendo ser proclamado rey por la gente, se les escabulló y se fue
solo a la montaña a conversar con su querido abba (papá). ¡ese sí sabía qué era
lo único importante…!
NOTA:
Hoy es el
Día de los Padres. Cada vez que veo algo sobre los padres aparecen los
conceptos responsabilidad, fortaleza, energía… afirmando que eso es lo que
ellos son o deberían ser. Por ninguna parte aparecen palabras como cariño o
ternura, que es lo que ellos necesitan recibir.
¿Podríamos
hoy darle algo de esto último?
Luis García
Dubus
Fuentes:
Listin Diario de la República dominicana
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