RIES | A
pesar de lo que parece, no se trata de una broma, ni el tema estaba
para el cachondeo del personal. Hace dos meses, los Centros para el
Control y Prevención de Enfermedades (CDC, sus siglas en inglés) de los
Estados Unidos tuvieron que aclarar públicamente que no había una
epidemia zombi en el país. ¿Cómo pudo llegarse a esta situación? En
primer lugar, hay que tener en cuenta la figura de los zombis en la
cultura popular norteamericana, que se ha visto más difundida en los
últimos tiempos con los cómics y, sobre todo, la serie televisiva The
Walking Dead, además de algunos videojuegos.
Todos estos
productos coinciden en poner a la humanidad ante una situación límite,
de carácter apocalíptico, provocada por una epidemia que convertiría a
las personas en muertos vivientes que, además de inspirar el consabido
terror, resulta que contagian su estado a aquellos a los que muerden.
¿Y esto es
suficiente para provocar una alarma social? No; falta el segundo factor:
algunos episodios de canibalismo en los Estados Unidos y en otros
lugares que coincidieron cercanos en el tiempo y que se asociaron, en el
imaginario colectivo, al fenómeno zombi (el ataque de Rudy Eugene, en
Miami el 26 de mayo, Alexander Kinyua en Baltimore el 4 de junio, y Luka
Rocco en Montreal el 24 de mayo).
Quizás hay que
añadir un tercer elemento a la hora de valorar lo que pasó: los CDC no
habían tenido mejor ocurrencia que, para llamar la atención, dedicar un
apartado sobre la prevención en su página de Internet a los zombis. Bajo
el título “Preparación zombi” los responsables de los CDC señalaban que
si un ciudadano está preparado para resistir un “apocalipsis zombi”, lo
estará también para hacer frente a huracanes, epidemias, terremotos o
ataques terroristas. Es decir, no era más que una estrategia
comunicativa que aprovechaba la popularidad de los muertos vivientes
para animar a la gente a la preparación ante posibles catástrofes.
Con todo esto en la
coctelera, y agitándola al ritmo de las típicas preocupaciones
postmodernas y apocalípticas de la sociedad norteamericana, resultó que
el pasado 1 de junio la expresión “zombie apocalypse” era la tercera en
el pódium diario de búsquedas en Google. Al final, el portavoz de los
CDC tuvo que salir en público para asegurar que “nuestra oficina no
tiene constancia de ningún virus que pueda reanimar a los muertos (o
algún otro que pueda presentar síntomas parecidos a los zombis)”,
desmintiendo de esta forma la existencia de una epidemia zombi.
Claro que un ataque
de estos muertos vivientes cobra un significado diferente según el lugar
donde suceda, porque si en España podemos pensar en estos seres
fantásticos como una “persona que se supone muerta y que ha sido
reanimada por arte de brujería, con el fin de dominar su voluntad”
(definición del Diccionario de la Real Academia ),
en los Estados Unidos se refieren a algo más temible aún: “un cadáver
animado que se alimenta de carne humana viva”, lo que añade un plus de
peligrosidad.
La exitosa serie The
Walking Dead, que ha dado el salto del cómic a la pequeña pantalla, y
los videojuegos que se han difundido de un tiempo a esta parte, han
servido para renovar el interés por los zombis. Un interés que, como
podemos ver, pasa a preocupación y, sin mayor dificultad, acaba siendo
una alarma social desmedida. Un ejemplo curioso es el que protagonizó
Vitaly Zdorovetskiy, un realizador de cine que se disfrazó de zombi y se
dedicó a atemorizar a los viandantes de Miami. En los vídeos publicados
en Internet puede comprobarse cómo la gente huía despavorida en una
situación cómica que no lo es tanto si nos fijamos en la reacción
asustada de los atemorizados personajes de una película improvisada.
Se trata de una
visión postmoderna del fin del mundo, que podría llegar también –¿quién
le pone límites a la imaginación?– por la vía de un “apocalipsis zombi”.
Éste es, precisamente, el argumento de la serie citada: un oficial de
policía despierta de un coma y se encuentra con un mundo totalmente
diferente al que había conocido. La rápida extensión de un virus zombi
ha originado una catástrofe planetaria, y el mundo entero está poblado
de hordas de zombis que vagan buscando carne humana fresca.
Rick –que así se
llama el policía– busca otros supervivientes, y casualmente se encuentra
con su familia, que forma parte de un grupo de humanos que buscan
subsistir en este mundo post-apocalíptico. Actualmente la serie está
abierta, después de haber emitido la segunda temporada, y habiendo
dejado a los espectadores en un momento de gran tensión en cuanto al
futuro de los personajes que huyen de los “caminantes”, como llaman en
la serie a los zombis.
Para entender la
figura del zombi hay que ir hasta el vudú, culto sincretista
afroamericano en el que sería “una figura legendaria que se identifica
con un muerto viviente, alguien que habiendo muerto vuelve a la vida por
medio de ritos mágicos a partir de hechicería para someterlo como
esclavo”, como explica Vicente Jara en un trabajo sobre esta
religiosidad alternativa. El bokor (sacerdote vudú) podría devolver a la
vida, mediante determinados rituales, a una persona muerta
recientemente.
Algunas
explicaciones hablan de una sustancia que puede inducir una muerte
aparente, y tras el entierro del falso fallecido se “desenterraría para
darle un segundo principio activo como contraveneno, pero dejando
anuladas algunas capacidades psíquicas del sujeto, siendo incapaz de
disponer totalmente de su voluntad, quedando esclavizada por el
hechicero bokor”, tal como afirma Jara. Una neurotoxina presente en
algunos peces sería el elemento utilizado para estas prácticas, según el
antropólogo Wade Davis, que defiende una teoría discutida por muchos.
Estamos hablando de un fenómeno en el que se mezclan muchos elementos
legendarios y míticos, por lo que es difícil sacar algo en claro.
Una vez dicho esto
de los orígenes “religiosos” de todo lo relativo a los zombis, creo que
queda claro que el tema que nos ocupa, el “apocalipsis zombi”, da un
paso más allá, y puede situarse en lo que se considera un subgénero
dentro del cine de terror: las películas de zombis. Un subgénero nada
desdeñable, si tenemos en cuenta que en su obra Cine zombi, Ángel Gómez
Rivero ha catalogado más de 400 cintas de esta temática. Lo mismo
podemos decir de los cómics y de la literatura.
Me ha resultado
curioso que, visto el éxito de The Walking Dead en España, algunos hayan
pensado en la posibilidad de adaptar a la televisión una saga de
novelas de un escritor gallego, Manel Loureiro, titulada Apocalipsis Z, y
que sitúa la acción en una ciudad española. Así presentan los medios el
punto de arranque de estos libros: “¿Qué sucedería si un día al
levantarte descubrieras que la civilización se está cayendo a pedazos?…
Lo que era simplemente una pequeña información en los medios, terminará
creciendo hasta anunciarse la expansión de una epidemia monstruosa.
Debido a sus proporciones devastadoras, los efectos del experimento irán
infectando a la población, devorando país tras país, amenazando con
aniquilar a toda la humanidad”. Queda claro lo apocalíptico de la
situación.
He encontrado una
afirmación muy interesante en una entrevista hecha al novelista gallego.
Dice que el inicio de este tipo de literatura catastrofista, que tanto
gusta ahora –ya sea en su versión escrita o audiovisual–, es “contar el
derrumbe de la sociedad”. Aquí está la razón de su éxito: plantean al
consumidor de estos productos –ya sea lector o espectador– una situación
límite de la humanidad, logrando así tenerlo en tensión, enganchado a
una trama en la que la supervivencia del hombre pende de un hilo, ya que
se encuentra rodeado de muertos vivientes que, además de caminar
torpemente, dar miedo y oler mal, son antropófagos.
Que en la sociedad
norteamericana se haya pasado al alarmismo con un tema tan raro no debe
extrañarnos, ya que el miedo a un fin inminente está extendido por
ciertos sectores de la población, como ya he señalado en artículos
anteriores. Que esta versión sea, en concreto, protagonizada por los
zombis, nos da una idea del mal gusto estético al que pueden llegar
algunas propuestas apocalípticas.
Luis Santamaría del Río
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