Pero
acontecerá que después que el Señor haya acabado toda su obra en el monte de
Sión y en Jerusalén, castigará el fruto de la soberbia del corazón del rey de
Asiría, y la gloria de la altivez de sus ojos. Isaías 10:12.
El
versículo de hoy es una declaración profética. Tiene que ver con la
restauración final de los hijos de Dios y con la destrucción completa del enemigo
simbolizadas, en este texto, por el rey de Asiria.
Hay dos
características, en el carácter del rey de Asiria, que Dios desaprueba. Todas
las acciones despiadadas y pecaminosas que él realizó fueron fruto de estas dos
características: la soberbia de su corazón y la altivez de sus ojos.
Percibe que
el pecado siempre comienza en el corazón. Pero, lo que el rey de Asiria tiene
no es nada “moralmente malo”. En otras palabras, nadie va a la cárcel por
acariciar la soberbia; ninguna iglesia reprendería a un miembro por anidar este
sentimiento. Primero, porque no se ve; está en el corazón, protegido por las
cuatro paredes de las intenciones escondidas. Pero, en segundo lugar, porque la
soberbia no “le hace mal a nadie”. ¿No es así como pensamos?
El
adulterio, el robo, la drogadicción, la prostitución, esos sí que son “pecados
condenados”. Pero, Dios afirma que todo eso es fruto de la soberbia, acariciada
en el corazón. La soberbia es la alocada idea
de que
puedes vivir sin Dios: tú eres tu propio dios; nadie tiene que decirte lo que
debes o no debes hacer; tú eres el dueño de tu vida.
El tiempo,
sin embargo, se encarga de demostrarte que esa loca idea te hace descender a
las profundidades más oscuras del comportamiento humano.
La segunda
característica que Dios reprueba es la altivez de los ojos. Esta es la segunda
etapa de la soberbia: primero piensas, no te atreves a decirlo; crees que eres
el mejor, pero te lo guardas solo para ti. Los días pasan, y la repetición
constante de un mismo pensamiento te lleva, finalmente, a la acción: tus ojos
empiezan a revelar lo que tu corazón abriga. Te atreves a decirlo y a luchar,
con tus propias armas, para alcanzar lo que tu corazón anhela.
Esa fue la
tragedia de Lucifer; así comenzó el pecado en el cielo. Y esa, también, puede
ser nuestra tragedia hoy, si no buscamos a Dios y nos sometemos a él.
Haz de este
un día de humildad. Ríndete a Jesús, entrégale tus planes, colócate en sus
manos. Y recuerda la advertencia; “pero acontecerá que después que el Señor
haya acabado toda su obra en el
monte de
Sión y en Jerusalén, castigará el fruto de la soberbia del corazón del rey de
Asiria, y la gloria de la altivez de sus ojos”.
Fuentes:
Reflexiones Cristianas
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