lunes, 6 de agosto de 2012

La vez que maté al Gigante



El Gigante había estado atormentándome por más de 10 años, pero en los últimos 6 meses salió todos los días, día y noche a intimidarme. No descansaba. De su boca salían maldiciones y blasfemias, y mi atada alma le temía.


Su fuerza era indescriptible, con un soplo de su boca él me paralizaba. El padre del Gigante era el Rey del fuego, por lo que el Gigante tenía autoridad para quemarme. Lanzó llamas hacía mí, día y noche sin descanso.

Su fortaleza era impresionante, no tenía puntos débiles; él había estado cazando almas desde su nacimiento, y robarles la vida era su alimento.

Su armadura era impenetrable, su motor era maldad pura y estaba determinado a matarme.

Muchos habían perecido en manos del Gigante; y justo antes de sumar una muerte más a su lista, él llegó. Un Caballero de un reino lejano había escuchado los gemidos de aquellos que el Gigante había atormentado.

Su presencia era Gloriosa, tan Gloriosa que el Gigante enmudeció. El Gigante no podía sostenerle la mirada a este Caballero. -He visto lo que le has hecho a mi siervo y por ello pagarás, pronto mi siervo te cortará la cabeza, él dijo.

Me tomó de la mano y me llevó a un valle. En aquel lugar había Caballeros con armadura dorada. Has sido elegido para ser uno de ellos y formar parte de mi legión, pero tendrás que enfrentar al único Gigante. Puso frente a mí un espejo, y dijo: “ese es tu Gigante”

Aquél día morí a mí antigua naturaleza y en el fuego se quemó mi antigua vestidura con todo y mis temores. Estuve dispuesto a formar parte de esa legión, me puse de rodillas y fui ungido como Caballero. Se me fue entregada una armadura hecha del más fuerte material; y aquel Glorioso Caballero, me dio su espada para expandir su reino en todo lugar y liberar a los cautivos.

Cuando volví a mi hogar, el Gigante seguía ahí. Estaba furioso, y está vez trajo consigo a los de su pueblo, ellos le alentaban haciendo danzas de guerra.

No sabía ante quién se estaba enfrentando esta vez. El Gigante pensaba que yo era el mismo. Comencé a avanzar, y conforme avanzaba el tomó su justo tamaño. No era tan grande como yo creía. Lanzó llamas de fuego hacía mí, pero esta vez mi armadura me protegía. En eso, él lo supo. Pudo percibir que yo era miembro de la legión del Caballero Glorioso….y de nuevo enmudeció.

Trató de pelear contra mí, pero aquél día se cumplió lo que había dicho el Caballero Glorioso…y con mi espada corté su cabeza.

Esta es la historia de la vez que este Caballero mató al Gigante.

Si hay algún Gigante en tu vida que te roba la paz día y noche, y te consume con las llamas de su boca, yo te invito a formar parte de mi legión. Solo invoca el nombre del Caballero Glorioso, Jesucristo el Salvador y él te ayudará a cortarle la cabeza a ese Gigante.

Por  Richy Esparza
Fuentes: devocionalesderichy.com y cristodavida.com

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