El Gigante
había estado atormentándome por más de 10 años, pero en los últimos 6 meses
salió todos los días, día y noche a intimidarme. No descansaba. De su boca
salían maldiciones y blasfemias, y mi atada alma le temía.
Su fuerza
era indescriptible, con un soplo de su boca él me paralizaba. El padre del
Gigante era el Rey del fuego, por lo que el Gigante tenía autoridad para
quemarme. Lanzó llamas hacía mí, día y noche sin descanso.
Su
fortaleza era impresionante, no tenía puntos débiles; él había estado cazando
almas desde su nacimiento, y robarles la vida era su alimento.
Su armadura
era impenetrable, su motor era maldad pura y estaba determinado a matarme.
Muchos
habían perecido en manos del Gigante; y justo antes de sumar una muerte más a
su lista, él llegó. Un Caballero de un reino lejano había escuchado los gemidos
de aquellos que el Gigante había atormentado.
Su
presencia era Gloriosa, tan Gloriosa que el Gigante enmudeció. El Gigante no
podía sostenerle la mirada a este Caballero. -He visto lo que le has hecho a mi
siervo y por ello pagarás, pronto mi siervo te cortará la cabeza, él dijo.
Me tomó de
la mano y me llevó a un valle. En aquel lugar había Caballeros con armadura
dorada. Has sido elegido para ser uno de ellos y formar parte de mi legión,
pero tendrás que enfrentar al único Gigante. Puso frente a mí un espejo, y
dijo: “ese es tu Gigante”
Aquél día
morí a mí antigua naturaleza y en el fuego se quemó mi antigua vestidura con
todo y mis temores. Estuve dispuesto a formar parte de esa legión, me puse de
rodillas y fui ungido como Caballero. Se me fue entregada una armadura hecha
del más fuerte material; y aquel Glorioso Caballero, me dio su espada para
expandir su reino en todo lugar y liberar a los cautivos.
Cuando
volví a mi hogar, el Gigante seguía ahí. Estaba furioso, y está vez trajo
consigo a los de su pueblo, ellos le alentaban haciendo danzas de guerra.
No sabía
ante quién se estaba enfrentando esta vez. El Gigante pensaba que yo era el
mismo. Comencé a avanzar, y conforme avanzaba el tomó su justo tamaño. No era
tan grande como yo creía. Lanzó llamas de fuego hacía mí, pero esta vez mi
armadura me protegía. En eso, él lo supo. Pudo percibir que yo era miembro de
la legión del Caballero Glorioso….y de nuevo enmudeció.
Trató de
pelear contra mí, pero aquél día se cumplió lo que había dicho el Caballero
Glorioso…y con mi espada corté su cabeza.
Esta es la
historia de la vez que este Caballero mató al Gigante.
Si hay
algún Gigante en tu vida que te roba la paz día y noche, y te consume con las
llamas de su boca, yo te invito a formar parte de mi legión. Solo invoca el
nombre del Caballero Glorioso, Jesucristo el Salvador y él te ayudará a
cortarle la cabeza a ese Gigante.
Por Richy Esparza
Fuentes:
devocionalesderichy.com y cristodavida.com
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