Cómo describiría usted a su iglesia? Tal vez la palabra amorosa le
venga a la mente, o quizás afable, familiar, tradicional, contemporánea
o evangelizadora. De todos los adjetivos que describen a nuestras
iglesias, la palabra poderosa probablemente no es la primera que le
viene a la mente. Sin embargo, eso es exactamente lo que Cristo quiere
que sea su iglesia.
Todo el infierno se estremecería si el pueblo de Dios reconociera su tarea, usara su poder, y se uniera para llevar a cabo la obra de Dios. Pero, lamentablemente, pocas iglesias ven evidencias de la presencia del Señor en medio de ellas. Tal vez sea porque han perdido de vista su objetivo y están distraídas con sus propias metas.
El verdadero poder de la iglesia es espiritual, no político ni social. A veces, la gente trata de fabricar, manipular, o duplicar su impacto, lo cual es imposible porque la iglesia es de naturaleza divina, y tiene su fuente en el cielo, no en el hombre. Su esencia se encuentra, no en comités, credos o confesiones, ni en congregaciones grandes, sino en la persona de Cristo que vive a través de sus seguidores.
Si queremos ser creyentes dinámicos, tenemos que alinearnos con los objetivos del Señor. Su poder no está disponible para quienes prefieren disfrutar de un club social en lugar de la espiritualidad. Si el pueblo de Dios solo quiere sentirse a gusto en sus cómodas bancas, no tiene ninguna necesidad de la instrumentalización divina.
Cristo dio a su iglesia una comisión: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt 28.19, 20). Pero muchas iglesias no están respondiendo. Son como personas sentadas en sus automóviles, con los tanques de gasolina vacíos y las baterías muertas. Están compartiendo cómodamente entre sí y saludando al mundo mientras éste está perdido y yendo a la condenación eterna. Su única esperanza de salvación se encuentra en el mensaje dado a la iglesia. Tenemos que llenar nuestros tanques con el evangelio, cargar nuestras baterías con el Espíritu Santo, y comenzar a movernos.
La poderosa provisión de Dios
El Señor ha provisto todo lo que necesitamos para llevar a cabo la obra que Él ha puesto delante de nosotros, pero cada iglesia es responsable de colaborar activamente con Él.
El evangelio: Ante todo, Él nos ha dado un mensaje de reconciliación y redención para transmitirlo al mundo. El evangelio es poder de Dios para salvación (Ro 1.16). Puede cambiar el destino eterno de quienes escuchan y creen, pero ¿cómo van a creer si no oyen (10.13-14)? Solo los que han recibido la salvación en Cristo pueden decir a otros cómo y por qué deben hacer lo mismo. La responsabilidad de alcanzar a los perdidos descansa exclusivamente en la iglesia.
La Biblia: El Señor también ha provisto su Palabra inspirada, que es la verdad absoluta (Jn 17.17). Cuando una iglesia se aferra a la Biblia, y pone activamente en práctica sus principios, el poder de Dios fluye a través de esa congregación. Pero una iglesia que abandona la Palabra, o escoge qué partes creer y obedecer, se separa de la fuente de poder divino.
El Espíritu Santo: Por más poderosos que sean el evangelio y la Palabra de Dios, necesitamos una fuente interna de alimentación para llevar a cabo la misión que Cristo nos ha dado. Cuando Jesús estaba a punto de ascender al cielo, les dijo a sus discípulos que permanecieran en Jerusalén y esperaran el Espíritu Santo prometido. En el momento de la llegada del Consolador, recibirían poder y serían testigos de Cristo en su tierra y en todo el mundo (Hch 1.4, 5, 8). Si ellos pudieran haber hecho el trabajo por cuenta propia, Jesús simplemente habría dicho: “Vayan y háganlo”.
Sin embargo, a pesar de que los discípulos habían vivido con Cristo por más de tres años, y lo habían visto enseñar y realizar señales y milagros, todavía no estaban preparados para llevar a cabo la misión que Él les dio. Cualquiera de nosotros podría pensar que estar con el Hijo de Dios en persona sería suficiente para ganar el mundo para Cristo, pero no es así. Lo único que nos prepara y nos permite cumplir con nuestro llamamiento, es la presencia interior del Espíritu Santo.
Para entender la diferencia que Él puede lograr en la vida de una persona, veamos la vida de Pedro. Aunque era parte de los discípulos de Cristo, fracasó estrepitosamente en permanecer fiel y valiente. Había negado al Señor (Mt 26.73-75), y después de la crucifixión y resurrección de Cristo se escondió por temor a los judíos (Jn 20.19). Pero cuando vino el Espíritu en Pentecostés, Pedro predicó con osadía a una gran multitud, y 3.000 personas fueron salvas (Hch 2.14-41).
Si los discípulos no podían cumplir con su llamamiento sin el Espíritu, nosotros tampoco podremos. Para llevar a cabo el trabajo humanamente imposible que Cristo ha dado a su iglesia, tenemos que estar absorbidos por su mensaje y llenos de su Espíritu.
¿Quién dijo que los cristianos han recibido el regalo de la salvación, para que puedan holgazanear y esperar hasta que Jesús los lleve al cielo? ¡Tenemos trabajo que hacer! Él nos llama y nos equipa para que derramemos nuestra vida como una bendición sobre los demás. Aunque todos tenemos dones diferentes, el trabajo de cada persona es vital para el éxito de esta singular misión.
La responsabilidad individual
Cada miembro de la iglesia juega un papel esencial en la determinación de la vitalidad de su congregación (Ef 4.7-16). Podemos ser, o bien un canal de poder del Espíritu, o bien un factor de debilidad en nuestra iglesia local. La manera como usted vive no es solo una cuestión personal, sino que afecta también a todo el cuerpo de creyentes en maneras que son evidentes solamente para Dios.
La mayoría de los cristianos quieren que sus congregaciones exhiban el poder de la iglesia del Nuevo Testamento. ¿Quién no quisiera ser parte de una iglesia en la que las oraciones son contestadas, los enfermos sanados, y los perdidos salvados? Pero el poder de Dios fluye solamente a través de las iglesias cuyos miembros han rendido personalmente sus vidas a la dirección del Espíritu Santo. Me temo que demasiados creyentes no están dispuestos a hacer el compromiso personal que se requiere para tener esa clase de fe. No podemos tener los beneficios de una comunidad dinámica sin el sacrificio de nuestra voluntad.
Hacemos un solo viaje por esta vida terrenal. La decisión que tenemos ante nosotros es si vamos a vivir para el Señor o para nosotros mismos. ¿Va usted a estar lleno del Espíritu, o lleno de sí mismo? ¿Dejará que Dios le utilice para llevar a cabo sus grandes planes, o desaprovechará su oportunidad? Hoy es el día para tomar la decisión, porque usted nunca sabe cuántos mañanas más tendrá.
Si usted quiere ser usado grandemente por Dios, empiece a seguir estos pasos:
Reconozca su incapacidad para cumplir con el propósito de Dios para su vida sin el poder del Espíritu Santo.
Enfrente cada pecado conocido que el Señor traiga a su mente. En vez de buscar excusas, coincida con Dios en que debe arrepentirse; es decir, dar la espalda al pecado y volverse al Señor (1 Jn 1.9). Dios quiere hacer de usted un vaso puro lleno de su Espíritu.
Ríndase a Cristo. Esto significa que usted transfiere voluntariamente a Jesús, todo lo que tiene, el control, y el uso de su cuerpo, alma y espíritu. Él es con todo derecho su Señor, porque le creó y le redimió. No se trata de una transacción parcial en la que usted se quedará con una parte y le dará el resto a Él. Todo le pertenece a Él, y es puesto bajo su autoridad y control: sus derechos, planes, deseos y sueños.
Crea que el Espíritu Santo le ha llenado. Si usted ha tomado los pasos anteriores, entonces en base a la autoridad de la Palabra de Dios, sepa que Jesús vivirá a través de usted (Gá 5.24, 25).
Viva en el poder del Espíritu Santo. Siga adelante con fe y obediencia, poniendo su confianza en Dios, quien promete hacerle competente para su llamamiento (2 Co 3.4, 6).
Si usted pone continuamente en práctica estos pasos, el Señor derramará su poder en su vida, y de ese modo, en su iglesia. Él le usará de maneras que nunca imaginó posibles. No podemos sentarnos en nuestras bancas, esperando que el poder de Dios caiga simplemente del cielo. Cada uno de nosotros debe comprometerse a dejar que Cristo viva a través nuestro. Entonces, nuestras iglesias se convertirán en fuerzas motrices de energía divina, capaces de hacer su parte para evangelizar al mundo.
Preguntas de estudio
Todo el infierno se estremecería si el pueblo de Dios reconociera su tarea, usara su poder, y se uniera para llevar a cabo la obra de Dios. Pero, lamentablemente, pocas iglesias ven evidencias de la presencia del Señor en medio de ellas. Tal vez sea porque han perdido de vista su objetivo y están distraídas con sus propias metas.
El verdadero poder de la iglesia es espiritual, no político ni social. A veces, la gente trata de fabricar, manipular, o duplicar su impacto, lo cual es imposible porque la iglesia es de naturaleza divina, y tiene su fuente en el cielo, no en el hombre. Su esencia se encuentra, no en comités, credos o confesiones, ni en congregaciones grandes, sino en la persona de Cristo que vive a través de sus seguidores.
Si queremos ser creyentes dinámicos, tenemos que alinearnos con los objetivos del Señor. Su poder no está disponible para quienes prefieren disfrutar de un club social en lugar de la espiritualidad. Si el pueblo de Dios solo quiere sentirse a gusto en sus cómodas bancas, no tiene ninguna necesidad de la instrumentalización divina.
Cristo dio a su iglesia una comisión: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt 28.19, 20). Pero muchas iglesias no están respondiendo. Son como personas sentadas en sus automóviles, con los tanques de gasolina vacíos y las baterías muertas. Están compartiendo cómodamente entre sí y saludando al mundo mientras éste está perdido y yendo a la condenación eterna. Su única esperanza de salvación se encuentra en el mensaje dado a la iglesia. Tenemos que llenar nuestros tanques con el evangelio, cargar nuestras baterías con el Espíritu Santo, y comenzar a movernos.
La poderosa provisión de Dios
El Señor ha provisto todo lo que necesitamos para llevar a cabo la obra que Él ha puesto delante de nosotros, pero cada iglesia es responsable de colaborar activamente con Él.
El evangelio: Ante todo, Él nos ha dado un mensaje de reconciliación y redención para transmitirlo al mundo. El evangelio es poder de Dios para salvación (Ro 1.16). Puede cambiar el destino eterno de quienes escuchan y creen, pero ¿cómo van a creer si no oyen (10.13-14)? Solo los que han recibido la salvación en Cristo pueden decir a otros cómo y por qué deben hacer lo mismo. La responsabilidad de alcanzar a los perdidos descansa exclusivamente en la iglesia.
La Biblia: El Señor también ha provisto su Palabra inspirada, que es la verdad absoluta (Jn 17.17). Cuando una iglesia se aferra a la Biblia, y pone activamente en práctica sus principios, el poder de Dios fluye a través de esa congregación. Pero una iglesia que abandona la Palabra, o escoge qué partes creer y obedecer, se separa de la fuente de poder divino.
El Espíritu Santo: Por más poderosos que sean el evangelio y la Palabra de Dios, necesitamos una fuente interna de alimentación para llevar a cabo la misión que Cristo nos ha dado. Cuando Jesús estaba a punto de ascender al cielo, les dijo a sus discípulos que permanecieran en Jerusalén y esperaran el Espíritu Santo prometido. En el momento de la llegada del Consolador, recibirían poder y serían testigos de Cristo en su tierra y en todo el mundo (Hch 1.4, 5, 8). Si ellos pudieran haber hecho el trabajo por cuenta propia, Jesús simplemente habría dicho: “Vayan y háganlo”.
Sin embargo, a pesar de que los discípulos habían vivido con Cristo por más de tres años, y lo habían visto enseñar y realizar señales y milagros, todavía no estaban preparados para llevar a cabo la misión que Él les dio. Cualquiera de nosotros podría pensar que estar con el Hijo de Dios en persona sería suficiente para ganar el mundo para Cristo, pero no es así. Lo único que nos prepara y nos permite cumplir con nuestro llamamiento, es la presencia interior del Espíritu Santo.
Para entender la diferencia que Él puede lograr en la vida de una persona, veamos la vida de Pedro. Aunque era parte de los discípulos de Cristo, fracasó estrepitosamente en permanecer fiel y valiente. Había negado al Señor (Mt 26.73-75), y después de la crucifixión y resurrección de Cristo se escondió por temor a los judíos (Jn 20.19). Pero cuando vino el Espíritu en Pentecostés, Pedro predicó con osadía a una gran multitud, y 3.000 personas fueron salvas (Hch 2.14-41).
Si los discípulos no podían cumplir con su llamamiento sin el Espíritu, nosotros tampoco podremos. Para llevar a cabo el trabajo humanamente imposible que Cristo ha dado a su iglesia, tenemos que estar absorbidos por su mensaje y llenos de su Espíritu.
¿Quién dijo que los cristianos han recibido el regalo de la salvación, para que puedan holgazanear y esperar hasta que Jesús los lleve al cielo? ¡Tenemos trabajo que hacer! Él nos llama y nos equipa para que derramemos nuestra vida como una bendición sobre los demás. Aunque todos tenemos dones diferentes, el trabajo de cada persona es vital para el éxito de esta singular misión.
La responsabilidad individual
Cada miembro de la iglesia juega un papel esencial en la determinación de la vitalidad de su congregación (Ef 4.7-16). Podemos ser, o bien un canal de poder del Espíritu, o bien un factor de debilidad en nuestra iglesia local. La manera como usted vive no es solo una cuestión personal, sino que afecta también a todo el cuerpo de creyentes en maneras que son evidentes solamente para Dios.
La mayoría de los cristianos quieren que sus congregaciones exhiban el poder de la iglesia del Nuevo Testamento. ¿Quién no quisiera ser parte de una iglesia en la que las oraciones son contestadas, los enfermos sanados, y los perdidos salvados? Pero el poder de Dios fluye solamente a través de las iglesias cuyos miembros han rendido personalmente sus vidas a la dirección del Espíritu Santo. Me temo que demasiados creyentes no están dispuestos a hacer el compromiso personal que se requiere para tener esa clase de fe. No podemos tener los beneficios de una comunidad dinámica sin el sacrificio de nuestra voluntad.
Hacemos un solo viaje por esta vida terrenal. La decisión que tenemos ante nosotros es si vamos a vivir para el Señor o para nosotros mismos. ¿Va usted a estar lleno del Espíritu, o lleno de sí mismo? ¿Dejará que Dios le utilice para llevar a cabo sus grandes planes, o desaprovechará su oportunidad? Hoy es el día para tomar la decisión, porque usted nunca sabe cuántos mañanas más tendrá.
Si usted quiere ser usado grandemente por Dios, empiece a seguir estos pasos:
Reconozca su incapacidad para cumplir con el propósito de Dios para su vida sin el poder del Espíritu Santo.
Enfrente cada pecado conocido que el Señor traiga a su mente. En vez de buscar excusas, coincida con Dios en que debe arrepentirse; es decir, dar la espalda al pecado y volverse al Señor (1 Jn 1.9). Dios quiere hacer de usted un vaso puro lleno de su Espíritu.
Ríndase a Cristo. Esto significa que usted transfiere voluntariamente a Jesús, todo lo que tiene, el control, y el uso de su cuerpo, alma y espíritu. Él es con todo derecho su Señor, porque le creó y le redimió. No se trata de una transacción parcial en la que usted se quedará con una parte y le dará el resto a Él. Todo le pertenece a Él, y es puesto bajo su autoridad y control: sus derechos, planes, deseos y sueños.
Crea que el Espíritu Santo le ha llenado. Si usted ha tomado los pasos anteriores, entonces en base a la autoridad de la Palabra de Dios, sepa que Jesús vivirá a través de usted (Gá 5.24, 25).
Viva en el poder del Espíritu Santo. Siga adelante con fe y obediencia, poniendo su confianza en Dios, quien promete hacerle competente para su llamamiento (2 Co 3.4, 6).
Si usted pone continuamente en práctica estos pasos, el Señor derramará su poder en su vida, y de ese modo, en su iglesia. Él le usará de maneras que nunca imaginó posibles. No podemos sentarnos en nuestras bancas, esperando que el poder de Dios caiga simplemente del cielo. Cada uno de nosotros debe comprometerse a dejar que Cristo viva a través nuestro. Entonces, nuestras iglesias se convertirán en fuerzas motrices de energía divina, capaces de hacer su parte para evangelizar al mundo.
Preguntas de estudio
- Lea Efesios 4.1-16.
- ¿Qué clases de comportamientos y actitudes están presentes en una iglesia llena del Espíritu Santo (vv. 1-3)? ¿Cuáles son las fuentes de la unidad (vv. 4-6)?
- Aunque nuestros dones espirituales varían en la iglesia (vv. 7-11), ¿hacia el logro de qué metas debemos todos trabajar, según los versículos 12-15?
- ¿Cuál será el resultado cuando todos los miembros del cuerpo trabajan juntos en sumisión a Cristo? ¿Qué palabra del versículo 16 implica que una iglesia dinámica cumple su llamamiento de evangelizar a los perdidos?
Fuentes: En Contacto, Por Charles F. Stanley
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.