Una pareja
que llevó a su tía anciana a vivir con ellos tenía miedo de que ella no se
sintiera a gusto. Entonces, transformaron una habitación de su casa en una
réplica exacta del cuarto donde vivía anteriormente. Cuando la tía llegó, los
muebles, las cortinas y otras cosas que ella apreciaba la hicieron sentir como
si le dijeran: «¡bienvenida a casa!».
En Juan
13:36–14:4, leemos que, en la última cena, Jesús les habló a sus discípulos y
trató de prepararlos para enfrentar la muerte que le aguardaba. Cuando Simón
Pedro le preguntó: «¿a dónde vas?», el Señor respondió: «a donde yo voy, no me
puedes seguir ahora; mas me seguirás después» (13:36). Todavía seguía
dirigiéndose a Pedro (pero también lo decía para todos sus seguidores) cuando
agregó: «En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo
hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os
preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo
estoy, vosotros también estéis» (14:2-3, énfasis añadido).
El cielo es
una reunión familiar de creyentes de toda tribu y nación, pero es también la
casa de nuestro Padre… y allí Él está preparando una habitación exclusiva para
nosotros.
Cuando
llegues al cielo y Jesucristo abra la puerta, sabrás que estás en casa.
Para el
creyente, cielo es sinónimo de hogar.
Fuentes:
Nuestro Pan Diario
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