MATEO 5: 14
Vosotros sois la luz del mundo; una
ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.
15 Ni se
enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y
alumbra a todos los que están en casa.
Cada
domingo, innumerables personas en todo el mundo van a las iglesias con un falso
sentido de seguridad. Asumen que su moralidad, su membrecía, o el bautismo, les
merecerán un lugar en el cielo. Aunque muchas de estas personas están
sinceramente deseosas de agradar a Dios, están equivocadas en cuanto a qué es
la vida cristiana. Piensan en términos de hacer en vez de ser. Por tanto,
imitan las acciones de los buenos cristianos: asisten a un servicio semanal,
oran, leen la Biblia, y tratan de ser personas decentes.
Sin
embargo, la salvación no es el producto de las buenas obras. Venimos al mundo
con una naturaleza corrupta, y toda maldad proviene de un corazón apartado del
Señor. Pecamos porque somos pecadores. Es así de simple. La buena noticia es
que en la experiencia de la salvación se nos da una naturaleza nueva (2 Co
5.17). Nuestro pecado es borrado, porque Jesucristo sacrificó su vida por nosotros.
Desde el momento en que pusimos nuestra fe en Él, el Espíritu Santo mora en
nuestro corazón para que podamos vivir rectamente.
El mundo
valora la acción, pero Dios da prioridad a la relación, específicamente a una
buena relación con Él. Las personas que van por allí haciendo alarde de
religiosidad, están desaprovechando la relación profundamente satisfactoria y
gozosa que hay entre un creyente y el Señor.
Podemos
ayudar a otros a convertir en una victoria su equivocación, cuando estamos
dispuestos a explicarles por qué tenemos esperanza (1 P 3.15). Hable de la
relación con Cristo que es posible cuando la persona reconoce su necesidad y
pone su fe en Él. Si su luz brilla, ella se reflejará en la iglesia.
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