Pero
teniendo el mismo espíritu de fe, conforme a lo que está escrito; creí, por lo
cual hablé, nosotros también creemos, por lo cual también hablamas.” (2
Corintios 4:13).
En más de
30 años de ministerio no puedo decirles cuántas veces he fallado ¡y fallado de
verdad!
Ha habido
momentos en los que nuestras circunstancias parecían oscuras e imposibles. Momentos
en los que no teníamos suficiente dinero para pagar las cuentas del ministerio.
Momentos en los que nos hemos dejado llevar hasta el desánimo por no haber
actuado según la forma en que sabíamos y se suponía que debimos haber actuado.
Durante esos momentos habríamos fallado en no haber dicho las cosas correctas,
lo que la Palabra de Dios dice respecto a nuestra situación.
Mas luego
hemos oído un mensaje predicado en una asamblea o tal vez hemos escuchado
alguna grabación plena de fe que nos devolvió directo hacia la fe. Como
resultado, nos hemos levantado, hemos tomado el poder de nuestras palabras, nos
hemos arrepentido por nuestra falta de fe y de otros errores que habíamos
cometido en el proceso y hemos corregido nuestro pensamiento y nuestras palabras.
En todo
momento, Dios nos condujo hasta un lugar de victoria. En todo momento salimos
del problema después de pronunciar no palabras comunes y corrientes, no
únicamente palabras exactas, sino palabras de fe que salían de nuestro corazón.
Si usted
está pasando alguna dificultad ahora, quiero que sepa que la diferencia entre
permanecer bajo esa dificultad o superarla está en las palabras de fe que
hable.
A menudo es
el paso que falta a los creyentes que están haciendo muchas cosas correctas.
Pueden estar caminando en la verdad y viviendo vidas con fe y diligencia.
Pueden estar sembrando y cosechando y aun así no prosperar tanto como querrían
o deberían. La verdad es que no recibirán todos los deseos que Dios tiene para
ellos hasta que revisen lo que está pasando ¡literalmente bajo sus narices.
Nuestras palabras son una hoz
Nunca
debemos pasar por alto el paso que consiste en decir palabras de fe
provenientes de nuestro corazón si es que vamos a ver la plenitud de Dios
manifestarse en nuestras vidas.
Es creer y
decir lo que hace que las cosas pasen. Es creer y decir lo que hace que que se
produzca el incremento. La parte de confiar es la parte de fe. Nuestras
palabras deben estar respaldadas por la fe para que sean palabras de fe.
En Marcos
11:22-23 dice: “Tened fe en Dios, porque de cierto os digo que cualquiera que
dijere a este monte: quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón,
sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho”.
En pocas palabras, eso es fe.
Hace años,
el Reverendo Kenneth E. Hagin dijo que en esta Sagrada Escritura Jesús menciona
“creer” una vez y “decir” tres veces. La primera vez que oí su cinta Usted
puede lograr lo que dice yo estaba escuchando y muy ocupada tomando notas
cuando oí estas palabras en mi espíritu.
En la constancia está el poder
La luz que
recibí de Marcos 11:23 cambió mi vida: todas mis palabras son importantes. No
solamente las que pronuncio cuando hago oración, sino las de siempre. Nuestras
palabras son nuestra fe hablando: ya sea bien o mal. Me di cuenta de que todas
mis palabras son vitales para mi futuro. No solamente cuando oro, sino que
todas esas cosas que siempre digo están abriendo o cerrando puertas para que
Dios actúe en mi vida. Todo lo que digo debe estar en línea con la Palabra de
Dios y mis deseos. En pronunciar siempre palabras de fe radica el poder de una
vida vencedora.
Si usted dice que “nada está pasando”, entonces
nada está pasando.
Si usted se
pasa lamentándose y sintiendo lástima de sí mismo y diciéndose “esto siempre me
pasa a mí” y “no sé por qué Dios no hace nada”, entonces siempre pasará y Él
nada hará.
Lo que
usted realmente cree es lo que dice cuando está bajo presión. Si quiere saber
si usted actúa según la fe o no, escuche lo que dice en la privacidad de su
propio hogar. Y sepa esto: aun tras las puertas cerradas en la oscuridad de la
noche, lo que usted diga importa.
Malaquías
3:13-15 nos dice que Dios estaba escuchando cuando su pueblo dijo: “… ¿qué
hemos hablado contra ti? Habéis dicho: por demás es servir a Dios. ¿Qué
aprovecha que guardemos su ley, y que andemos afligidos en presencia de Jehová
de los ejércitos. Decimos pues ahora: bienaventurados son los soberbios, y los
que hacen impiedad no solo son prosperados, sino que tentaron a Dios y
escaparon”. Dios los enfrentó en sus murmuraciones. Él dijo: “vuestras palabras
han sido duras contra mí”.
No permita
que sus palabras sean duras contra Dios. Él no es su problema, Él es su
solución. Deje salir la fe en sus palabras y dé a Dios algo con qué trabajar.
Tampoco
haga lo que hicieron los hijos de Israel en Deuteronomio 1:27. Cuando se les
dijo que había gigantes en la tierra, dejaron entrar el miedo en sus corazones
y empezaron a murmurar en sus tiendas. Se quejaron diciendo: “Oh, realmente el
Señor debe odiarnos al sacarnos de Egipto solo para hacernos matar por gigantes
en la tierra que Él nos prometió”.
Dios
escuchó las palabras que ellos decían en la privacidad de sus moradas y esas
palabras fueron malas a su vista. No tenían fe en lo que Dios les había
prometido y por eso, toda una generación se perdió las bendiciones de entrar a
la tierra prometida.
Si no está
obteniendo resultados, no se queje ni murmure. En vez de eso, enfrente el hecho
de que usted puede necesitar un cambio en lo que cree y lo que dice. No va a
decir una cosa y cosechar otra. De manera que no diga, “nada está pasando”. En
vez de eso diga: “lo tengo y no me moveré hasta que se manifieste, en el Nombre
de Jesús”. Usted no puede decir reducción y esperar aumento. Sus palabras son
la hoz. Ellas le traen lo que usted dice.
¿Qué hay en su corazón?
En Mateo
12:34-35 dice: “¡Generación de vívoras!, ¿cómo podéis hablar lo bueno, siendo
malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del
buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro
saca malas cosas”.
Aquí Jesús
nos dice que nuestras palabras revelan con qué hemos estado constantemente
llenando nuestros corazones. A medida que llenemos nuestros corazones con la
Palabra de Dios y la creamos, la fe se derramará en nuestras palabras. Esas
palabras llenas de fe tienen poder y afectarán nuestras circunstancias.
Del buen
tesoro de nuestros corazones, buenas cosas saldrán.
Si usted no
tiene un buen tesoro almacenado en su corazón (si usted no está creyendo las
cosas correctas) usted puede cambiar lo que cree. Simplemente vaya a la Palabra,
vea lo que Dios dice de su situación y afirme: “Ese es el camino. Le hago honor
a esa Palabra y hago lo que dice”. Es así como usted introduce la Palabra en su
corazón.
Al llenar
su corazón con la Palabra de Dios se establece el Reino de Dios en su corazón.
Ella le da las palabras del dominio de Dios.
En Mateo
6:22-23 Jesús dijo: “La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es
bueno, todo tu cuerpo está lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu
cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas,
¿cuántas no serán las mismas tinieblas?” En otras plabras, en qué pone usted su
atención es de vital importancia.
La entrada
a su corazón es a través de sus ojos y oídos. El “ojo” de la fe ve la Palabra
de Dios en vez de ver las circunstancias. Usted puede tener un “ojo” sano
siguiendo las instrucciones de Dios: “Hijo mío, está atento a mis palabras;
inclina tu oído a mis razones. No se aparten de tus ojos; guárdalas en medio de
tu corazón; porque son vida a los que las hallan y medicina a todo su cuerpo.
Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida”
(Proverbios 4:23).
Lo que
permitamos que entre a nuestros corazones afecta a todas las partes de nuestras
vidas.
Si
dedicamos tiempo a la Palabra hasta que inunde nuestros corazones, nos dice el
Salmo 119:105 que será una lámpara a nuestros pies y una luz en nuestro camino.
Pero si estamos llenando nuestros corazones con información mundana: viendo
películas y televisión mundanas, leyendo libros y revistas mundanas; nuestros
corazones no estarán llenos de luz. Con solo renovar nuestras mentes con la
Palabra de Dios (Romanos 12:2), serán nuestros corazones inundados de luz.
A medida
que usted renueva su mente con la Palabra, usted aprende a pensar como piensa
Dios y tomará decisiones correctas, será bendecido. Es de lo que está hablando
Mateo 6:33 cuando dice: “mas buscad primeramente el reino de Dios y su
justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”.
Si Dios
verdaderamente gobierna en su corazón, si Él es el Señor de su vida y usted
hace lo que Él dice, entonces el reino de Dios (su dominio, presencia, poder,
gloria y unción) fluirá continuamente de usted y ejercerá autoridad sobre las
cosas que vengan en su contra. Ese es el plan de domino de Dios. Las palabras
de autoridad son palabras de fe que salen del corazón.
Fe, el estilo de vida del creyente
El estilo
de vida de la fe es el estilo de vida del verdadero creyente. Romanos 1:17
dice: “El justo vivirá por la fe”.
La fe
complace a Dios porque forja un camino para que Él actúe en nuestras vidas. Nos
conecta con su unción sobrenatural. Fíjese en Abraham. Dios prometió bendecirlo
diciendo: “Te he puesto por padre de muchedumbre de gentes hecho un padre de
muchas naciones..” (Génesis 17:5). Aunque parecía imposible, Abraham creyó en
el Dios “quien llama a las cosas que no son, como si fuesen“ (Romanos 4:17).
“Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció
en fe, dando gloria a Dios.” (Versículo 20).
Cuando
estuvo de acuerdo con lo que Dios había dicho, vio la promesa cumplirse. Se le
concedió lo prometido porque creyó en Dios.
Los
creyentes de hoy pueden disfrutar del mismo provilegio que tuvo Abraham. En
Gálatas 3:29 leemos: “”Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de
Abraham sois, y herederos según la promesa”.” En los versículos 7 y 9 se lee:
“”sabed por lo tanto que aquellos que son de fe, los mismos son hijos de
Abraham. Así entonces los que son de fe son bendecidos con el creyente
Abraham.”.”
Se necesita
fe para que las bendiciones de Dios se manifiesten en nuestras vidas.
En Hebreos
6:12 se nos instruye: “”no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que
por la fe y la paciencia heredan las promesas”.” La Palabra de Dios se hará
realidad en su vida si usted la pone en su corazón y en su boca. Sea paciente.
No desentierre su semilla con palabras de poca fe.
El demonio
ha venido Satanás viene a robarse la palabra que ha sido sembrada en usted. Él
El demonio procurará que usted se aparte de la Palabra. Pero cuando venga la
presión, identifique la fuente y la razón. Las persecusiones y la aflicciones
vienen son por causa de la Palabra (Marcos 4:11-17115-17). El enemigo trata de
hacer que usted crea algo diferente de lo que Dios ha dicho en su Palabra.
¡Pero no
deje de creer!. ! No deje de confesar la Palabra. No deje que la presión le
haga hablar en forma negativa, hablar palabras sin fe de manera que el enemigo
tenga permiso de actuar sobre su vida. Y no se concentre en las circunstancias
ni hable de ellas. Al contrario, háblele a ellas.
Sea una
persona de fe-fe: alguien que no solo dice cosas correctas en la iglesia los
domingos, sino alguien que dice lo correcto siempre. Aun en circunstancias
desafiantesdifíciles, una persona de fe cree que la Palabra de Dios es
verdadera. Aun cuando aparezca la desperanza, hable la Palabra. Las cosas que
usted continuamente dice son las cosas que llegan a pasar en su vida.
El libro de memorias de Dios
Dios oye
todas nuestras palabras. Y a Él le gusta escuchar palabras de fe: palabras que
dejen salir todo lo que Él tanto desea derramar sobre nosotros. En Malaquías
3:16-17 dice:
“Entonces
los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó,
y fue escrito libro de memoria delante de él para que los que temen a Jehová, y
para los que piensan en su nombre. Y serán para mí especial tesoro, ha dicho
Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe, y los perdonaré, como el
hombre que perdona a su hijo que le sirve”.
No solo
Dios está escuchando, sino que está tomando nota de aquellos que creen en Él y
hablan de su bondad. Dios les llama sus joyas, sus tesoros.
Ese es el
grupo al que podemos pertenecer usted y yo si hablamos palabras de fe que
vengan desde nuestros corazones y obedecemos esas palabras con nuestras
acciones.
En cada uno
de los desafíos que Ken y yo hemos enfrentado, algo ha pasado mientras escuchábamos
una cinta o asistíamos a una asamblea. La Palabra de Dios nos corregía, nos
apartaba de la desobediencia o de la incredulidad y destruía lo que nos estaba
sujetando. Escuchar la Palabra de Dios nos ha sacado del desaliento. Ha
despertado de nuevo nuestra fe. Ha hecho que dejemos de vernos en el hoyo o en
problemas. Nos ha hecho empezar a creer y proclamar que tenemos la victoria.
Aunque nada
de lo natural cambió en forma inmediata, algo pasó en lo sobrenatural. Algo
pasó en nuestros corazones. Dios lo vio también, Él miró en nuestros corazones.
Escuchó nuestras palabras. Él se dio cuenta de que hay fe en ellas. ¡Se dio el
cambio! ¡Se movió la montaña! Ya fuera una cuenta de 6 millones de dólares para
pagar el programa de televisión o cualquier otro tipo de dificultad; siempre
salimos adelante.
Dios nos
ayudó. Aun cuando nos aplastara la dificultad y actuáramos como derrotados y
murmurásemos en nuestra tienda, nos restableció al lugar en donde teníamos
suficiente fe como para dejar de decir y hacer las cosas erróneas y empezar a
decir las palabras correctas. Derscubrimos que vale la pena pronunciar palabras
que agraden a Dios.
Así que, si
brotan de su boca palabras equivocadas, arrepiéntase y vuelva a la verdad de la
Palabra. Si usted dice palabras que están a contrapelo de lo que cree,
arrepiéntase y diga: “Yo anulo ese poder en el Nombre de Jesús. Creo en la
Palabra de Dios, y no aceptaré ninguna palabra que se le oponga proveniente de
mi boca. Padre perdóname”.
Haga que
todas sus palabras coincidan con la Palabra de Dios. Diga palabras de fe que
den a su Padre celestial la libertad para hacer lo que a Él más le gusta:
bendecirle a usted con la abundanciade de la vida de Dios y de sus riquezas.
Dele a Dios el gusto de anotar sus palabras de fe en su libro de memorias. Deje
que Él tome nota de que usted es uno de los que creen en Él y hablan de su
bondad. Colme la alegría de Dios de llamarle a usted su joya, su posesión
especial, su tesoro exclusivo.
Ofezca a
Dios las palabras de fe que brotan de su corazón.
Por Kenneth Copeland
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