Los niños imitan lo que ven |
ABC.es | Cuando
vio la nota de condolencia de la maestra, no se lo podía creer: «Pero, hija,
¿por qué le has dicho a la profesora que se ha muerto la abuela?». Era la
excusa inventada que en ese momento se le ocurrió a la niña para evitar una
reprimenda en el colegio. A Antonio Escaja Miguel, coautor junto a Bernabé
Tierno de «Saber educar hoy», no le extraña el caso. En su larga trayectoria
como psicólogo escolar y orientador ha conocido una amplia variedad de mentiras
infantiles. «El hombre tiende a defenderse a sí mismo por encima de la defensa
de la verdad», señala el exdirector de la escuela de padres del colegio
Fundación Caldeiro de Madrid.
Mentir es innato, pero también se
enseña aunque sea de forma indirecta, según explica Escaja. Cuando un padre le
dice a su hijo antes de coger el teléfono «si es Fulanito dile que no estoy»,
si oye cómo se le dice a un vendedor a domicilio que no se le puede atender
porque estaba a punto de salir o el niño escucha a su madre un «qué pesados»
minutos después de cerrar la puerta a la visita a la que ha tratado muy
amablemente, el menor capta la utilidad que puede tener la mentira por mucho
que se le insista en que no hay que mentir.
Un estudio elaborado por expertos del
Museo de la Ciencia de Londres determinó que los hombres mienten tres veces al
día de media (1.092 al año) y las mujeres lo hacen dos veces diarias (728
anuales). La mayoría de las veces son «mentiras piadosas», para no herir los
sentimientos de una persona, pero hipocresías al fin y al cabo que el niño no
siempre distingue del resto.
«Los niños no hacen caso a lo que
decimos, imitan lo que ven», asegura el psicólogo. Si los progenitores hablan
de «los ladrones» de tal banco o tal empresa, mientras comentan cómo engatusan
a sus clientes, el niño lo percibe y si su padre hace trampas con la
declaración de la renta, ¿por qué no lo puede hacer él con un examen? «Educamos
por lo que somos», subraya Escaja.
Incluso se les enseña directamente a
mentir por compromiso al decirles cómo deben actuar ante un regalo que no les
gusta, por ejemplo. «La mayoría de padres no trata todas las mentiras por
igual. No quieren que sus hijos digan siempre la verdad sobre cualquier tema:
no se alaba a un acusica ni tampoco la verdad sin tacto», admite el psicólogo
estadounidense Paul Ekmanen su libro «Cómo detectar mentiras en los niños».
Pinocho
Las mentirijillas, los trucos, los
engaños son tan viejos como la propia historia de la humanidad... y también las
mentiras infantiles. Sin embargo, Escaja detecta un incremento de éstas en la
sociedad actual, tan basada en la imagen. «En los niños siempre se ha dado,
pero hoy es más frecuente porque la sociedad miente más», asegura antes de
constatar que hoy los menores «pierden antes la inocencia».
¿Todos
mienten?
Un estudio realizado en Canadá en
2010 concluía que a los dos años el 20% de los niños miente. La proporción se
eleva al 50% al año siguiente y casi al 90% cuando cumplen los cuatro. Claro
que a esa edad no se pretende engañar. Es hacia los 7 años cuando los niños se
dan cuenta de su dimensión moral. La edad más mentirosa, según esta
investigación, serían los 12 años.
Kang Lee, director del Instituto de
Estudios sobre el Niño en la Universidad de Toronto, cree que «los padres no
deben alarmarse si su hijo dice una mentira. Sus hijos no van a llegar a ser
mentirosos patológicos. Casi todos los niños mienten», según señaló al
presentar el estudio entonces.
Tanto Lee, como Victoria Talwar,
profesora adjunta de la Universidad McGill de Montreal y una experta en la
conducta infantil mentirosa, sostienen que los niños que mienten son más
inteligentes, puesto que deben reconocer la verdad, concebir una alternativa y
exponerla de forma convincente. Desde este punto de vista, la mentira es un
hito del desarrollo.
Antonio Escaja prefiere definirlos
como «más creativos». En muchos casos, sobre todo entre los niños más pequeños,
detrás de una mentira hay un exceso de imaginación, que puede canalizarse
dejándoles que se expresen con la pintura o la escritura. Sin embargo, la
fabulación que rodea a los «amigos imaginarios», habitual en los pequeños de 4
y 5 años, se vuelve interesada a partir de los siete. «Son niños a los que les
gusta imaginar, pero la invención de cosas puede convertirse una cortina de
humo para tapar un problema», advierte el psicólogo.
¿Cuándo hay
que preocuparse?
Existen distintos tipos de mentiras
que conviene distinguir para no dar la misma importancia a unas que a otras.
Las hay motivadas por un exceso imaginativo; otras, la mayoría, están fundadas
en mecanismos de defensa para evitar un posible castigo, se miente para lograr
algo que de otra manera no se conseguiría, para ganarse la admiración de
alguien, para no defraudar a padres o profesores, para llamar la atención, para
evitar la vergüenza, para no hacer daño a otro, para mantener a salvo la
intimidad... En todo caso, si el niño miente con exagerada frecuencia y se
emperra en sostener algo falso o cuando emplea la mentira para hacer daño a
otro, hay que actuar y tomarse muy en serio el asunto.
«Hay que enseñarles a ser auténticos,
hacerles ver que ellos son lo que son, no lo quieran aparentar ante los demás»,
subraya Escaja, «haciéndoles comprender que les queremos tal y como son» para
que se acepten a sí mismos. Ser incongruente, añade el psicólogo, entraña sus
riesgos: «El ser humano acaba por destruir su salud mental por querer mantener
en su mente ideas contradictorias». Crear un ambiente familiar en el que el
menor se sienta libre hará que no vea la necesidad de mentir.
Y ante una mentira descubierta, el
experto insta a los padres y profesores a que «sean razonables» al corregir al
niño «para no obligarle a mentir más para evitar el castigo». Habrá que hacerle
reparar el daño, pero sin emplear la palabra «castigo», por la connotación que
ésta lleva de humillación. «Y en cuanto ha surtido efecto, hay que quitarlo»,
aconseja Escaja, que no ve inconveniente en suprimir un castigo si el niño está
arrepentido. «Los premios y los castigos hay que usarlos con gran prudencia»,
remarca.
«Enfréntese a ello: su hijo le mentirá
hasta que uno de los muera. No hay manera de evitarlo. Le habrá mentido en el
pasado y le mentirá en el futuro (...) Pero si crea más situaciones en las que
su hijo se sienta menos obligado a mentir y pueda decir la verdad, entonces
existirá una gran diferencia en la cantidad de mentiras que cuente su hijo»,
asegura Tom Ekman, el hijo del psicólogo estadounidense considerado una de las
autoridades mundiales sobre la detección de mentiras, al que él ha mentido en
ocasiones sin que Paul lo haya detectado siempre.
Cómo cazar
una mentira
Los mentirosos, en contra de lo que
se cree, no acostumbran a rehuir la mirada, a ponerse colorados o a mostrarse
nerviosos. Pamela Meyer, autora del best seller «Detección de mentiras», enseña
algunos métodos y señales para detectar el engaño, una habilidad muy útil
puesto que un día cualquiera, una persona recibe entre 10 y 200 informaciones
falsas. Según Meyer, las personas que engañan pueden inmovilizar la parte
superior de su cuerpo, e inconscientemente apuntar con sus pies hacia la puerta
o inclinarse hacia la salida. Suelen mostrar alivio o cambiar de postura cuando
finalizan las preguntas más difíciles e incluso mostrar cierto «orgullo» o
«placer» al creer haberlo hecho bien. También su lenguaje puede ofrecer pistas,
si habla con distanciamiento del objeto del engaño.
Un estudio de la University of
British Columbia, en Canada, señala que a un mentiroso le traiciona su propio
rostro, ya que tiende a levantar las cejas en expresión de sorpresa y a sonreír
ligeramente.
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