“Todo tiene
su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora” (Eclesiastés
3:1)
Una persona
que aprecio mucho, me hizo llegar, hace unos días, el siguiente pensamiento por
vía Internet: “Si te parece que todo va muy despacio, probablemente sea porque
vas muy de prisa”. La frase no venía con un nombre rimbombante debajo, no era
de ninguna celebridad de la ciencia, la política, o de un archiconocido
predicador. Era solo un adagio, de esos
que oralmente se propagan, y que su fuerza reside en la verdad que
encierra. Su mensaje me ha calado tan adentro, que no he podido evitar un
necesario autoexamen. He recorrido en mi mente episodios de mi vida y he traído
a cuentas, reminiscencias casi olvidadas. Quizás quieras hacer lo mismo.
“Una de las
grandes desventajas de la prisa – escribió Gilbert Keith Chesterton- es que
lleva demasiado tiempo”. John Wesley, el fundador del metodismo, tenía un
pensar parecido, él decía: “No tengo tiempo para andar apurado”. Y es que “la
prisa se tropieza con sus propios pies” (anónimo) y lo que se quiso lograr con
rauda maña, se pierde por el ímpetu humano descontrolado.
Vivimos en
la era de los emails, los trenes súper veloces, los aviones supersónicos, la
comunicación vía satélite, y donde todo el mundo va a una marcha trepidante, a
veces sin caer en cuenta del porqué de
tanta agitación. La mentalidad de “aquí y ahora” va permeando todos los
estratos sociales y las mentalidades se van conformando a un estilo de vida que
sofoca la paz y el sosiego del hombre. La enfermedad de la prisa, el estrés,
cobra cientos de vidas todos los años y algunos llegan a tener obsesión y
dependencia del estrés como una droga que les ayuda a realizar el trabajo
diario.
Equipos de
investigación de distintos centros médicos del mundo, han llegado a la
conclusión de que el estrés produce un serio envejecimiento celular que ha sido
llamado, estrés oxidativo, y que puede quitarnos de 9 a 15 años de vida. Lo que
significa que las prisas en lugar de redimir el tiempo, en realidad lo acortan
considerablemente. Además, el estrés de las prisas puede llegar a desembocar en
enfermedades mentales como la neurosis, la ansiedad, las fobias y las
depresiones. Estudios muestran que el 43 por ciento de las personas adultas
sufren efectos adversos en su salud ocasionados por el estrés. Las cifras son
tan escandalosas que del 75 al 90 por ciento de las visitas a un facultativo de
la salud, se deben a enfermedades relacionadas con el estrés. Incluso, el
estrés está relacionado con las principales causas de muerte del mundo:
enfermedades cardiacas, el cáncer, las enfermedades del aparato respiratorio,
accidentes, cirrosis hepática y suicidio.
De Dios es
el tiempo y de los hombres las prisas. La solicitud, la diligencia, el
compromiso y la disciplina son mejores sustitutos para el apuro postmoderno que
amenaza la integridad física y espiritual de las personas. La iglesia ha de ser
ícono de ello y vivir en este mundo “sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:12).
No troquemos el camino, no falseemos los principios bíblicos, no nos afanemos
como si todo dependiera de nosotros.
El remedio
para el estrés es la confianza en Dios, y la consecuencia de la confianza es la
paz. El apóstol Pablo escribió: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas
vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de
gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros
corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6,7). Al final
todo se trata de una elección, de un derrotero a seguir.
Lo interesante de esta encrucijada es que los
caminos están bien señalados. Con letras grandes y caligrafía impecable, los
rótulos de la vía al estrés y de la senda que conduce a la paz, están visibles
a todos. Cada transeúnte elegirá su destino y cada elección tendrá, por
supuesto, sus consecuencias. Eso sí, no se puede andar por los dos caminos a la
vez, están diametralmente opuestos. Por el bien de tu familia, de la obra de
Dios y por el tuyo propio, acepta confiar. No sigas el modelo ilusorio de este
mundo. No corras como quien quiere batir
un record. No se trata de llegar primero, sino de correr dentro de las reglas
de Dios. En Su reino no se mide la velocidad, sino la integridad y la
obediencia. “Considera lo que digo, y el Señor te dé entendimiento en todo” (2
Timoteo 2:7)
Autor: Osmany Cruz
Ferrer
Escrito para
www.devocionaldiario.com
Gracias por publicar mi artículo en su blog. Osmany Cruz Ferrer
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