Cristo
padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos
a Dios. – 1ª Pedro 3:18.
Se humilló
a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. –
Filipenses 2:8.
El Salmo 22
comienza con el clamor de dolor que Jesús expresó en el momento en que concluía
la obra de expiación de nuestros pecados ante Dios: “Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has desamparado?” (v. 1; Mateo 27:46). Al dolor físico, al menosprecio y
rechazo de los hombres, se añadían los sufrimientos insondables del abandono de
su Dios.
Él, el
único hombre que nunca cometió pecado, fue abandonado por Dios. En cambio David
había dicho: “Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado”
(Salmo 37:25). Este fue un momento único en la historia del mundo: el justo
clamó y Dios no respondió. Se rodeó de una nube para que la oración no pasase
(Lamentaciones de Jeremías 3:44).
Nosotros
que hemos creído en el Señor sabemos por qué Dios dio la espalda así a su amado
Hijo. En ese momento Jesús asumió todos nuestros pecados como si fuesen suyos y
aceptó soportar el juicio en nuestro lugar. “Al que no conoció pecado, por
nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en
él” (2 Corintios 5:21).
El recuerdo
de esas terribles horas y del sufrimiento de nuestro Salvador es, para cada
creyente, un tema eterno de agradecimiento y adoración. Suplicamos al lector
que no sea indiferente ante la cruz. Su futuro eterno depende de la actitud que
usted tenga respecto al sacrificio de Jesús.
Fuentes:
Amen, Amen
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