Leer | 1 TIMOTEO 1.12-17
| Sin el Señor, nuestras vidas no tienen sentido. Por nuestra naturaleza
imperfecta caminamos por sendas equivocadas a lo largo de nuestra existencia.
El castigo por el pecado es la muerte y la separación eterna de Dios. Nadie
está exento de esta verdad bíblica; y no hay nada que ninguno de nosotros pueda
hacer para cambiarla. Pero entra en escena el favor inmerecido de Dios; su
gracia. No podemos hacer nada para ganarla. Él nos bendice de acuerdo con su
benevolencia, sin tener en cuenta nada que hayamos hecho.
Pensemos en
Pablo, cuyo propósito original fue perseguir y destruir a cualquiera que
invocara el nombre del Señor Jesús. El apóstol tuvo un papel importante en la
brutal violencia dirigida contra los cristianos y, en sus propias palabras, era
“el primero” de los pecadores (1 Ti 1.15). Nada de lo que él hizo merecía el
amor de Dios.
Sin embargo,
la gracia divina llevó al Todopoderoso a alcanzar y perdonar a este infame
fanático que blasfemaba el nombre de Jesús. Dios lo convirtió tiernamente
en un hombre que se dedicó a compartir el mensaje del evangelio. Pablo es un
hermoso ejemplo de la gracia de Dios.
No podemos
hacer suficientes buenas obras para ganar nuestra entrada al cielo. La
salvación es posible solo por la gracia. Cristo murió en la cruz y solo Él
merece todo el crédito de nuestra redención.
La muerte de
Jesucristo cubrió los pecados de toda la humanidad. No hay transgresión que Él
no pueda perdonar. No podemos añadir nada a su acto de expiación; lo único que
podemos hacer es recibir este regalo. Si ponemos nuestra fe en Cristo, nos
salvará, y nos hará sus hijos para siempre.
(En Contacto)
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