Leer | 2
PEDRO 3.9 | En el Nuevo Testamento, vemos que el llamado
de Dios a la salvación a toda la humanidad se repite varias veces (Jn 1.12;
3.16; 6.40; 2 P 3.9). Pero cada uno de nosotros tiene que tomar la decisión
personal de responderle o no.
Dios quiere
que la humanidad sea salva, por varias razones. Primero, porque Él nos ama (Ef
2.4). Nos ama porque es parte de su naturaleza amar y cuidar a su creación, y
no por ningún mérito de nuestra parte. Segundo, porque su gracia se ve
claramente en sus seguidores (v. 7). Creyentes que una vez fueron rebeldes, son
ahora siervos obedientes —tal trasformación Él la quiere festejar por toda la
eternidad. Además, nuestras buenas obras glorifican al Señor (Mt 5.16). Todo lo
que hacemos en su nombre, ayuda a que otros lo conozcan.
La salvación
solamente es posible por medio de Cristo, quien reconcilia a los pecadores con
un Dios santo. Isaías 53.6 dice que todos somos pecadores, y Romanos 6.23
añade: “La paga del pecado es muerte”. Sin una solución divina, estaríamos
endeudados y sin esperanzas. Pero la muerte del Salvador en la cruz a favor de
toda la humanidad pagó la pena, y por eso cualquier persona puede tener una
relación con el Padre celestial. Creer que Cristo murió por nuestros pecados y
someternos a la voluntad del Señor, es todo lo que necesitamos para iniciar un
compañerismo eterno con Él.
Nuestro
Padre celestial nos ama, y quiere estar con nosotros para siempre. Lo único
capaz de separarnos de Él es la decisión de rechazar su invitación. Una vez que
recibimos a su Hijo como Salvador, pertenecemos a Dios, y ningún defecto en
nuestro carácter podrá destruir nuestra eterna relación con Él.
(En
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