“Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán
sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en
tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Deuteronomio
6:6,7)
Todo padre
ha de ser un narrador de historias consagrado. Sus hijos llevarán consigo esos
relatos para siempre. Sé por qué lo digo. Mi madre solía pasar muchas horas
contándome las más emocionantes semblanzas. Recuerdo vívidamente aquellos
relatos narrados en el lenguaje de una juglar vestida de ama de casa. Oí los
cuentos de Andersen, las fábulas de Esopo, las aventuras de Salgari, las
exóticas peripecias de los personajes de Kipling, y los fantásticos episodios
de los héroes bíblicos.
La imagen
de aquellas recurrentes pláticas con mi madre ha moldeado mi paternidad y me ha
convertido en un cuenta cuentos para mis hijas. Sin la destreza de los hermanos
Green, ni la perspicacia de un Mark Twain, pero con la más tierna complicidad,
les narro a mis hijas aquellas historias que me son más gratas y que pienso le
serán más aleccionadoras. Antoine de Saint Exupery, Edmundo de Amicis, Édouard
René Lefebvre de Laboulaye, Washington Irving
y otros grandes escritores de la historia han adornado nuestras noches
antes de ir a la cama, o las tardes de sano ocio familiar. Sin embargo, ninguna
historia nos fascina tanto como las bíblicas. Sucesos reales llenos de lo
extraordinario y lo maravilloso. Las cuento vez tras vez, y cada ocasión me
sumerge en un feliz éxtasis ante la grandeza de mi Señor y Dios.
Charles
Chaplin recuerda en su autobiografía cómo su madre le escenificaba las
historias bíblicas. De pequeño lloró cuando su madre les contó, a su hermano
Sidney y a él, la escena de la crucifixión. Siendo un anciano, llevaba todavía
aquellas historias en su cabeza. Tal fuerza tiene una historia, tal poder sobre
una conciencia. Esa clase de efecto la quiero sobre los míos, con la certeza de
que se cumplirá el aforismo bíblico: “Instruye al niño en su camino, y aun
cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6).
El Señor
mismo contó muchas parábolas llenas de significado y doctrina a sus discípulos.
Algunas de ellas les vinieron a la mente tiempo después de que Jesús muriera.
Remembranzas que les hicieron creer en la divinidad del Mesías (Juan 2:22).
Evocaciones que les hicieron mejores discípulos y formidables mártires.
Quiero
seguir contando esas historias bíblicas a la cabecera de unas camitas rosas y,
sobre todo, representar con mi vida que creo en la fuerza de cada tilde y de
cada coma. También quiero contar cada relato que se haya en el Libro y hacerlo
dignamente en cada plaza, por los barrios, en la fila del mercado, en mi bella
congregación, o en compañía de un completo extraño. No hay misión más digna, ni
privilegio menos merecido, pero Dios se complace en comisionar a narradores
inexpertos para contar Sus hazañas.
Cuenta tú también los relatos de gracia de la
Biblia, y se un cuenta historias de Jesús. No te extrañes si algunos intentan
callarte y silenciar en ti la historia de la virtud encarnada. No cejes en el
noble empeño de referir aquello que te hizo libre y que te dio la luz. Cuenta a
otros lo que alguien evidentemente te contó primero. Continúa la buena obra,
repite los buenos ejemplos y actúa en obediencia a Dios y a tu conciencia. No
serás un experto narrador, ni presumirás de dotes oratorias, pero igual serás
efectivo y agudo porque la fuerza de tu historia está en la historia misma: la
historia de Dios, la historia de Jesús.
Autor: Osmany Cruz Ferrer
Escrito para www.devocionaldiario.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.