Acuérdate
de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen
los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento. – Eclesiastés
12:1.
El autor de
Eclesiastés cuenta cómo se atormentó buscando la felicidad “debajo del sol”, es
decir, en el mundo tal como lo ve el hombre, con sus propias capacidades, sin
relación con Dios (Eclesiastés 1:3). Hombre rico y poderoso (era rey), exploró
“la sabiduría y los desvaríos y la necedad” (2:12). Al enumerarlas sólo puede
repetir: “También esto es vanidad y aflicción de espíritu” (2:26).
Piensa en
todos los aspectos de la condición humana: el nacimiento y la muerte, el
trabajo y el descanso, la alegría y la tristeza, la riqueza y la pobreza, el
amor y el odio, la juventud y la vejez… Nada de lo que ve en la tierra le puede
dar la paz ni la seguridad; mas se da cuenta de que cada uno tiene que ponerse
en regla con Dios y no puede escapar de su mirada: en cada una de las cosas
Dios da, Dios hace, Dios juzgará…
Concluye su
reflexión sobre la experiencia humana diciendo: “El fin de todo el discurso
oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo
del hombre” (12:13). Pero primero hace el llamado que aparece en el
encabezamiento de esta hoja.
Queridos
jóvenes: sí, vale la pena volverse a Dios, el Creador de todo, el mismo Dios
Salvador. Él quiere evitar dolorosas experiencias y amargas desilusiones a
quien acepta escucharle y responder a su tierna invitación: “Dame, hijo mío, tu
corazón” (Proverbios 23:26).
(Amen,
Amen)
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