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SALMO 24.1, 2 | El principio fundamental de la verdadera
prosperidad es simple. En realidad, se reduce a seis sencillas palabras: Dios
es el dueño de todo.
Incluso
para los cristianos maduros, esta verdad puede ser difícil de captar plenamente
y de poner en práctica. Después de todo, está en contra de la mentalidad de la
cultura moderna. Pero la Biblia nos recuerda una y otra vez que Dios es el
Creador y, por consiguiente, el único dueño legítimo de todo lo que hay en la
creación.
Según Hageo
2.8, el Señor es también el dueño de la plata y el oro; en otras palabras, toda
moneda le pertenece. El Salmo 50.10 lo dice de manera diferente: Que Él es el
dueño de “los millares de animales en los collados”.
Puesto que
Dios reitera con insistencia que Él es el dueño de toda la creación, debemos
reconocer esto cuando utilicemos sus recursos, incluyendo el dinero. En otras
palabras, debemos aceptarlo exactamente como cuando usamos algo que pertenece a
nuestro vecinos: le pedimos permiso para utilizarlo; respetamos las
instrucciones del dueño, y hacemos exactamente como él ha dicho; no tomamos
riesgos innecesarios; manejamos lo que tomamos prestado de la misma manera que
quisiéramos que los demás manejen lo nuestro; y lo devolvemos a tiempo,
preferiblemente en mejores condiciones o en mayor cantidad que antes.
Primera a
Timoteo 6.10 dice que el amor al dinero es la raíz de todos los males. El
comprender que Dios es el dueño legítimo y que nosotros somos simplemente
administradores de sus recursos, nos ayudará a tener la actitud correcta en
cuanto al dinero, o sea, de gratitud en vez de un derecho.
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