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LUCAS 15.20-32 | Al igual que el padre del hijo pródigo,
nuestro Padre celestial no nos obligará a permanecer con Él. Si no hacemos caso
a la dirección de su Santo Espíritu e insistimos en seguir la senda del pecado,
Él dejará que lo hagamos. Al examinar esta parábola, aprendemos lo que sucede
cuando nos alejamos del plan de Dios.
Nuestro compañerismo con Dios es afectado seriamente. El hijo rebelde no tuvo más
contacto con su padre; la relación entre ellos había dejado de ser importante
para ese hijo. Si nos extraviamos y hacemos de nosotros mismos una prioridad
mayor que la del Señor, también experimentaremos una desconexión con nuestro
Padre celestial. Como cristianos, no podemos apartarnos de la senda sin cerrar
primero nuestra mente y nuestro corazón a Dios.
Nuestros recursos —de
tiempo, talentos y bienes— son dilapidados. El hijo derrochó su dinero en
cosas frívolas, y terminó peor que los siervos de la casa de su padre. Dios nos
ha dado dones espirituales y recursos materiales para construir su reino, y su
Espíritu para guiarnos. Seguir nuestros propios planes malbarata lo que Él nos
ha dado.
Nuestras necesidades más grandes no son
satisfechas.
Perseguir sueños que están fuera de los propósitos de Dios, conduce a la
infelicidad. Solo en Cristo podemos encontrar verdadera satisfacción.
Si vivimos
separados de Dios, nos vencerá el desaliento. Las malas decisiones pueden causar
sentimientos de pesar para toda la vida, pero estos no tienen que dictar
nuestro futuro. El Padre celestial nos dará la bienvenida con gran gozo y amor
si nos arrepentimos y nos volvemos a Él.
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