¿Por qué no
confesarlo? Como he compartido en este espacio en ocasiones anteriores, la
frustración por las metas y sueños sin realizar, o por un pasado de fracaso,
nos nubla la mente de tal forma que gastamos más energías pensando cómo
resolveremos eso que ya pasó, que ideando nuevos proyectos y objetivos por los
cuales seguir adelante.
Dios es un
Dios de oportunidades. Lo digo porque el otro día iba en mi auto y mi mente
viajaba a toda velocidad, mientras soñaba en cosas que quisiera aún realizar. Y
no creo que se tratara de una simple resolución, de esas que a veces uno se
fija a principio de año más por la costumbre que por la convicción de que lo
hará.
Y digo que
Dios es un Dios de oportunidades porque de la manera que comenzaban a aflorar
los pensamientos es como si el Señor me estuviera diciendo, ‘nunca es tarde’,
‘aún estás a tiempo’, ‘no pienses en tus supuestas limitaciones, piensa en lo
deseas hacer’.
Interpreté
esos pensamientos que vinieron a mi mente como una oportunidad de un cambio, de
dar un giro a mi vida.
Creo que
Dios es un Dios de oportunidades, porque en otras circunstancias, otros
estarían pensando en lo que no han logrado. A mí me ha sucedido. He caído en
semejante tipo de pensamiento que en lugar de levantar nuestro espíritu, lo que
hace es derrumbarnos por darle cabida en nuestra mente, casi sin darnos cuenta.
Por eso, que
Dios te ponga pensamientos de victoria y no de fracaso, de sueños que quieres
alcanzar y no de frustraciones pasadas, es una clara señal de su amor y de que
sus planes para conmigo y contigo son de bien.
Y como
fueron casi automáticos los pensamientos contrarios que venían a robarme la
bendición tratando de convencerme de que lo que estaba soñando, ya era muy
tarde para lograrlo, comprendí que debo depender de Dios y pedirle que no me
deje claudicar cuando quieran volver a interponerse pensamientos contrarios,
como, "no se puede", "no tendrás tiempo", "no tienes
dinero".
Escojo
ganar este año; escojo subir varios peldaños, adelantar en la carrera. Me niego
a quedarme estancado. Tengo las de ganar pues resulta que no es en mis fuerzas,
sino que Dios va a mi lado, equipándome, dándome fortaleza, sabiduría y visión.
Es Él, el que me fortalece con su gozo, cada vez que me recuerda para qué fui
hecho, y para qué me ha equipado.
Esa
convicción que nos hace sentir Dios en su inmenso amor, nos llena de gozo porque
tiene que ver con el propósito para el que fuimos creados. Y no hay
satisfacción más grande que el ser humano pueda tener, que sentirse seguro que
lo que hace, es exactamente lo que es como persona. Lo que está en su ADN.
Es una
convicción que llena de gozo porque aun cuando la persona no estuviera
realizando lo que está soñando, ese sueño o visión lo llena de entusiasmo
porque es como si hubiera descubierto el lugar exacto donde está escondido un
tesoro, razón por la cual en su corazón se propone que lo buscará hasta
encontrarlo.
Dicho de
otro modo, no es lo mismo ser, que hacer. Casi en el 99.9% de los casos, cuando
a alguien se le pregunta quién es, aparte de su nombre dirá a modo de
presentación a qué se dedica: su profesión u oficio. Pero lo paradójico es que
muchas veces eso que se hace (trabajo, profesión u oficio) no necesariamente
habla de quién eres.
Cuántos
casos vemos a diario de personas que estudiaron una carrera y ejercen otra. U
otros casos en que aun ejerciendo lo que estudiaron, no están a gusto. En este
segundo ejemplo, muchas veces el disgusto o sentido de que les falta algo, se relaciona a que escogieron mal
la carrera. Mal, porque quizás eligieron estudiar tal o cual profesión en base al prestigio que tiene, o a la buena
remuneración, pero no tomando como base sus verdaderas aptitudes, talentos y
capacidades.
Por eso
muchos terminan frustrados, porque solo están haciendo, pero no siendo. Eso lo
vemos casi a diario en personas que actúan solo a cambio de obtener un salario,
pero en quienes no vemos la más mínima vocación ni amor por lo que hacen.
Por otro
lado, a veces pecamos de pensar mucho y no actuar; de soñar, pero no ejecutar.
Esta línea me lleva a recordar la corta reflexión de fin de año que trajo mi
pastor durante la reunión de despedida de año. Se explica por sí sola y
consiste de una encomienda, si se le puede llamar así, que consiste en tres
pasos: Sueña, planifica y actúa.
“Porque,
¿quién de vosotros, deseando edificar una torre, no se sienta primero y calcula
el costo, para ver si tiene lo suficiente para terminarla? No sea que cuando
haya echado los cimientos y no pueda terminar, todos los que lo vean comiencen
a burlarse de él”. (Lucas 14:28-29)
Una de las
razones por las que nuestras resoluciones de principio de año no se concretan
al llegar el mes de diciembre, es porque no planificamos, ni mucho menos
actuamos. Nos quedamos en la fase de soñar, pero no damos el paso extra.
Otra de las
razones por la que fracasamos, es cuando nuestros planes no están alineados al
diseño con que Dios nos creó; la razón por la cual nos trajo a este mundo.
Por eso
digo que él es quien nos da fuerza, porque cuando escogemos seguir el diseño de
Él, Dios mismo se encarga de equiparnos y adiestrarnos en el camino. Ese
adiestramiento incluye la fase de caer y levantarse. Aprender de los errores y
también de los éxitos.
Y muchas
veces la manera de Dios fortalecernos y animarnos, es recordándonos para qué
nos trajo. Esto último me hace recordar también algo que me hizo comprender
hace unos años; que Dios tiene sueños con nosotros.
“Mis planes
no son sus planes, mi proyecto no es su proyecto. Cuanto se alza el cielo sobre
la tierra, así se alzan mis proyectos sobre los de ustedes, así superan mis
planes a sus planes”. (Isaías 55:8-9)
Él nos ve
triunfadores aunque nosotros nos sintamos inadecuados. Él sigue esperando que
nosotros confiemos en él por completo, y no a medias. Él confía y sueña con
nosotros; nos ve llevando a cabo el propósito para el que nos creó.
“Pues yo sé
los planes que tengo para ustedes –dice el Señor. Son planes para lo bueno y no
para lo malo, para darles un futuro y una esperanza”. (Jeremías 29:11)
(Buenas
Nuevas, por Antolín Maldonado)
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