He aquí, yo
estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él,
y cenaré con él, y él conmigo. – Apocalipsis 3:20.
En los años
1990, Carl Lewis, atleta excepcional, fue el hombre más rápido del mundo en
correr los 100 metros. Consiguió nueve medallas de oro y tres títulos olímpicos
consecutivos de salto de longitud.
En una
entrevista declaró lo siguiente: «En junio de 1981 pasé por una experiencia que
cambió mi vida. Estaba participando en los campeonatos americanos de atletismo
en Louisiane, cuando Willy G., un buen amigo, atleta a nivel mundial del salto
de valla, me invitó a la iglesia.
Yo creía
que era cristiano porque siempre había asistido a las reuniones cristianas con
mis padres. Pero como mucha gente, tenía una idea equivocada de lo que es un
verdadero cristiano. El predicador habló del amor de Dios por los hombres, de
la venida de Jesús a la tierra, de su vida sin pecado, de su muerte en la cruz
y su resurrección. Nos invitó a tener una relación personal con Jesús el
Salvador.
En el curso
de la reunión hizo la siguiente pregunta: –Si murieses hoy, ¿estarías seguro de
ir al cielo? Yo sabía que tenía que ponerme en regla con Dios, que debía
recibir a Cristo en mi vida, y este fue el momento crucial. Acepté a Jesús como
mi Salvador y Señor. También encontré a muchos amigos cristianos para
sostenerme y animarme a ir por el buen camino, el que conduce a Dios».
“Aquellos
hombres entonces, viendo la señal que Jesús había hecho, dijeron: Este
verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo” (Juan 6:14).
(Amen,
Amen)
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