«El hombre es un lobo para el hombre»
(Plauto, 254-184 antes de Cristo) Tristemente esta frase es cierta, pues
vivimos en un mundo donde las guerras, los genocidios, las torturas y otras
crueldades perduran a principios del siglo 21 como en la época del poeta latino
Tito Maccio Plauto. Diariamente se constatan hechos que nos muestran la maldad
del corazón humano, pero esto no debe sorprendernos.
En efecto, hace mucho tiempo, las
personas consideradas más respetables y que representaban la autoridad y la
justicia de su país, crucificaron a Jesús. Y eso que él sólo había hecho el
bien durante toda su vida. Al rechazar a Jesús, el hombre rechazó al Dios
Salvador, él único que podía cambiar el corazón del hombre desesperadamente
malo. Desde entonces, ni los progresos de la ciencia y la tecnología, ni las
diferentes religiones o filosofías consiguieron mejorar el nivel moral de la
sociedad. La historia de todas las civilizaciones muestra que el hombre sigue
siendo un lobo para el hombre.
Pero si bien el corazón de los hombres
no ha cambiado con el paso de los siglos, Dios sigue siendo el mismo
eternamente. Pese a todos los actos de violencia cometidos en la tierra, Dios
persevera en su amor por cada ser humano, incluso por el más cruel o corrompido.
Desea salvarlo y darle una naturaleza parecida a la suya e inclinada hacia el
bien.
Aún hoy quiere salvar a todo el que
reconoce sus pecados y deposita su confianza en Jesús.
(Amén, Amén)
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