LEA: Hechos
1:1-11 | Hace años, caí de un puente de unos once metros de altura y, como mi
vida corría peligro, me internaron en un hospital. Mientras estaba allí, la
esposa del hombre de la cama de al lado se detuvo para hablar conmigo: «Mi
esposo acaba de contarme lo que te sucedió. No tenemos duda de que Dios te
protegió porque desea utilizarte. Hemos estado orando por ti».
Quedé
pasmado. Había crecido yendo a la iglesia, pero nunca había imaginado que Dios
quería hacer algo con mi vida. Las palabras de aquella mujer me mostraron un
Salvador del que había oído hablar, pero al que no conocía… y marcaron el
comienzo de mi acercamiento a Cristo. ¡Cuánto valoro el recuerdo de aquellas
palabras dichas por una testigo amable a quien le interesó decirle algo a un
extraño sobre el Dios cuyo amor es verdadero! Sus palabras transmitieron
interés y preocupación, y brindaron una promesa y un propósito.
Jesús
desafió a sus discípulos (y a nosotros) a hablarles a los demás sobre el amor
de Dios: «… recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu
Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo
último de la tierra» (Hechos 1:8).
Mediante la
obra del Espíritu Santo, nuestras palabras y testimonio pueden tener poder para
marcar una diferencia eterna en la vida de los demás.
Una palabra
amable puede lograr más de lo imaginable.
(Nuestro
Pan Diario)
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