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Santiago 1.17-18 | La identidad del Señor es distorsionada con frecuencia por
el mundo. Para los ojos incrédulos, Dios puede parecer un gobernante duro que
se apresura a condenar cualquier desobediencia. De alguna manera, ese falso
concepto ha contaminado también a nuestras iglesias. Hay creyentes que se
acercan al Señor como si Él fuera un viejo tacaño que reparte amor, gracia y
perdón por pedacitos.
En el
momento de la salvación, recibimos todas las buenas dádivas de Dios: perdón,
redención, justicia, un lugar en su familia, y mucho más. Existe la idea
equivocada entre algunos creyentes de que la gracia del Señor para con nosotros
aumenta a medida que nuestra fe madura. Si fuera así, estaríamos ganando su
bendición por medio de obras. Lo que sí es verdad es que el crecimiento
espiritual amplía nuestra capacidad de reconocer y disfrutar de su gracia en
nuestra vida.
Es
lamentable que tantas personas se sientan indignas de gozar de las bendiciones
del Señor. Afortunadamente, no tenemos que merecer su bondad, porque ninguno de
nosotros sería capaz de estar a la altura. De hecho, la Sagrada Escritura
destaca el hecho de que Dios actúa teniendo en cuenta su gracia, no nuestras
obras (Ef 2.8, 9). Piense en lo grande, ancho y profundo que es su amor; se
preocupa por nosotros y nos colma de gracia porque Él quiere, no porque nos la
ganemos.
En vez de
míseros bocados de su Palabra y de su presencia el domingo, debemos devorar
“comidas” completas cada día. Siga el consejo de los Salmos: “Abre tu boca…
Gustad, y ved que es bueno Jehová” (81.10; 34.8).
(En
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