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Romanos 5.6-19 | Hay un asunto de suprema importancia que a menudo olvidamos
con el ajetreo de la vida, y es la pregunta en cuanto a dónde las personas
pasaran la eternidad.
Al mirar al
ser humano desde el punto de vista divino, entendemos que al final del tiempo
habrá dos grupos: quienes vivirán para siempre con Dios y quienes sufrirán la
muerte eterna separados de Él. El destino final de cada persona dependerá de
algo sencillo: recibir el perdón de sus pecados de parte de Dios.
Nadie
—salvo o no— merece la misericordia de Dios. Ninguna cantidad de buenas obras o
de religiosidad puede ganar la dádiva del perdón y de la relación eterna con
nuestro Creador. Desde el más bondadoso hasta el más cruel heredó la naturaleza
pecaminosa del “primer Adán”, quien fue el primer hombre que conoció al Señor,
y también el primero que se rebeló contra Él.
Sin el
regalo de la gracia de Dios —es decir, de un espíritu nuevo, hecho posible por
la muerte expiatoria y la resurrección del Señor Jesús— podríamos ser lavados.
Por medio de un sencillo acto de fe, recibimos el regalo del perdón total de
Dios, y una nueva naturaleza espiritual.
Todos
llegamos al mundo con una naturaleza “carnal” inclinada a alejarse de Dios (Ro
8.7, 8), y la muerte espiritual solo puede evitarse por medio de Jesucristo y
el perdón que Él ofrece. ¿Le ha recibido usted como su Salvador personal? Si no
es así, ore en este momento pidiendo sinceramente su salvación. Dios quiere que
reciba su dádiva de la vida eterna, la justicia perfecta y la adopción en su
familia.
(En
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