Leer | Juan
20.30, 31 | En los versículos de hoy, Juan nos dice que “Jesús es el Cristo, el
Hijo de Dios” (v. 31). Pero ¿por qué es tan importante que creamos esto?
La razón
más obvia es porque nuestra salvación, y por consiguiente nuestro destino
eterno, dependen de nuestra fe en esta verdad. Sin embargo, después de la
salvación, la identidad divina de Cristo debe seguir afectándonos.
Primero que
todo, conocer al Hijo lleva a una comprensión más profunda del Padre celestial.
Puesto que Jesús es Dios y hombre, nos da ese discernimiento. Cuando estudiamos
su vida, los aspectos del carácter y el modo de obrar de Dios adquieren vida por
medio de la enseñanza y el ejemplo de Cristo.
Él también
nos muestra qué podemos llegar a ser. El Señor está comprometido a transformar
a cada uno de sus seguidores a la semejanza de su Hijo. Aunque no alcanzaremos
la perfección en esta vida ni tendremos jamás los atributos divinos de Cristo,
su carácter puede desarrollarse en nosotros si nos sometemos al Espíritu Santo.
Otra manera
como Cristo nos afecta, es inspirando nuestra gratitud. Él dejó las glorias del
cielo para convertirse en nuestro Salvador, y cuando reconocemos ese
sacrificio, nos llenamos de gratitud y alabanza.
Permita que
el Señor Jesús le motive a vivir de una manera pura. Él habita en el interior
de cada creyente por medio de su Santo Espíritu, lo que significa que los
pensamientos, las actitudes, las palabras y las acciones egoístas no tienen
cabida en nuestras vidas.
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