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Santiago 1.12-15 | Si hay algo que todos hemos experimentado es la tentación.
Todos hemos envidiado algo nuevo, atractivo o poco común que otra persona
posee.
¿Qué es
“eso”? El objeto de la tentación podría caer dentro de varias categorías. Tal
vez sea algo tangible, como una casa o un automóvil; o podría ser algo de
naturaleza física o emocional, como la emoción que produce una relación nueva o
el reconocimiento por un trabajo bien hecho.
Independientemente
de la categoría, la tentación nos hace desear lo que no tenemos. Si nos
pusiéramos a pensar en los pros y los contras, es posible que la conversación
en nuestra mente sonara algo así: ¿Es bueno para mí? Eso no tiene importancia. ¿Me
beneficiará a mí y a mi familia? Ese no es el punto. ¿Pudiera causar daño a
alguien que amo?
Es que la
tentación no conoce la lealtad. Es una bestia furiosa que, si se deja sin
control, puede destruir nuestra vida.
En pocas
palabras, la tentación nos impulsa a satisfacer los deseos que nos fueron dados
por Dios más allá de los límites que Él ha puesto. Por ejemplo, la sexualidad
humana es un regalo precioso del Señor, pero muy a menudo se utiliza fuera de
los límites que nuestro Creador estableció originalmente. ¿Significa esto que
el deseo sexual es malo? De ningún modo. Sin embargo, si no se controla puede
ser el punto de partida para todo tipo de problemas.
¿Está usted
permitiendo que un deseo controle su vida? Acabe con el dominio de la
tentación. Dé gracias a Dios por los deseos que Él ha puesto en su corazón, y
pídale que tome el control de cada uno de ellos.
(En
Contacto)
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