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Hechos 17.22-31 | En el pasaje de hoy, el apóstol Pablo le dice a los griegos
que en Dios vivimos, nos movemos y existimos, al afirmar que siempre estamos en
presencia del Señor, lo cual es una bendición para quienes conocen al Salvador.
La realidad
es que Dios es perfecto, y existe en su plenitud dondequiera que Él está. El
Salmo 139 nos dice que no hay un lugar en la faz de la Tierra en el que Dios no
exista: “Si… habitare en el extremo del mar, aun allí me asirá tu diestra” (vv.
9, 10).
Esto
significa que Dios no está en un lugar con su misericordia, y en otro con su
ira. Él no está en un lugar con su perdón, y en otro con su desaprobación. Más
bien, Él es plenamente santo en dondequiera que esté. Su plenitud está
dondequiera que está su presencia.
Esto debe
afectar nuestra manera de actuar, lo que creemos, y cómo respondemos a nuestras
circunstancias. Si creemos que Dios es siempre perfecto, esta convicción debe
afectar nuestras palabras, nuestras acciones y nuestros pensamientos. Debe, sin
duda, fortalecer también nuestra fe.
Si Dios es
perfecto, y si Él le llama su hijo o su hija, ¿podría haber siquiera un momento
en el que Él no esté velando por usted? ¿Habrá jamás, por un instante, la
posibilidad de que algo se deslice a la vida suya sin que Dios lo sepa? ¿Qué el
enemigo de su alma tenga siquiera la oportunidad de la mil millonésima parte de
un segundo para destruirle?
La
respuesta es rotundamente ¡no! Confíe en la presencia de Dios, y recuerde que
Él está con usted cada segundo de su vida.
(En
Contacto)
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