Por Luis
García Dubus | Recuerdo
especialmente el momento en que una querida amiga que nos guiaba nos
pidió a mi esposa y a mí que nos detuviéramos en un punto específico de una
catedral famosa de Toledo y viéramos hacia arriba.
Sin embargo, de aquella visita inolvidable a Toledo, el recuerdo que más acaricio en mi memoria no es la belleza de sus templos, sino la belleza de la actitud de un gomero.
Averiguamos dónde podía conseguirse una persona que nos arreglara una goma dañada, antes de emprender el viaje de vuelta a Madrid. El taller, siendo Domingo, estaba cerrado, así que nos dirigieron a la casa del gomero. Tocamos la puerta y un niño preguntó. “¿Qué desean?” Y alcanzamos a ver a un señor sentado en su mecedora vestido con una ropa muy limpia y planchada. Me dio la impresión que acababa de bañarse y estaba reposando la comida en compañía de su familia.
Expresamos nuestro miedo de viajar de vuelta sin goma de repuesto. El hombre dudó. Era su día de descanso... Luego se levantó y nos ayudó. Cuando terminó, su ropa limpia y planchada estaba sucia y estrujada. Me recordó una frase que dijera un ejemplar padre de familia a sus hijos Eduardo y Fernando: “El trabajo no ensucia”. Y también me recordó una frase de mi Señor y Maestro: “El que quiera ser el mayor, que se haga el servidor de todos”.
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El evangelio de hoy (Marcos
4, 26-34) habla de la semilla más pequeña de todas: el grano de mostaza.
Es la imagen que Jesús encuentra para compararla con el Reino de Dios. No
lo comparó con una catedral de asombrosa belleza, sino con una humilde semilla.
Y dijo que esa semillita brotó y se hizo un arbusto, de un metro, sin grandeza
ni belleza, ¡como un simple plomero...!El Reino de Dios no se manifiesta en la grandiosidad desde el punto de vista humano. Las obras más poderosas de ese reino se realizan en secreto, en un cambio interior de nuestras actitudes, en pequeños progresos que vamos teniendo sin que nadie se dé cuenta, a veces ni siquiera nosotros mismos.
Total, que lo que más me impresionó de la famosa ciudad de Toledo, con todos sus monumentos y catedrales de impresionante bellezas, fue el humilde gomero que me arregló la goma.
Dice San Agustín: “No dijo el Señor aprendan de mí a fabricar los cielos y las tierras; aprendan de mí a hacer maravillas, echar demonios y resucitar muertos, sino aprendan de mí a ser sencillos y humildes de corazón”.
APRENDAN DE MÍ A SER SENCILLOS Y HUMILDES DE CORAZÓN”.
LA PREGUNTA DE HOY
¿Cómo se consigue la paz?
Esa es la fórmula que da el Señor: aprendan mi sencillez y mi humildad, “así encontrarán descanso para su alma, pues mi yugo es suave y mi carga ligera.”
Esta virtud de la humildad es el medio para la paz, el único terreno apto para el desarrollo de la semilla del Reino de Dios que nos sembró el Señor en nuestro interior en el bautismo.
Además de la paz, de la humildad, nace la capacidad de ver virtudes en los otros, y también nace la paciencia. “Ser cristiano no es hacerse grande; es dejarse volver chiquito”.
Fuentes: Listín Diario
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