miércoles, 18 de julio de 2012

Una vida que rebosa



No es sino hasta que estamos dispuestos a dar lo que recibimos, que las bendiciones de Dios se completan en nuestra vida
Nuestra cultura hace que sea difícil vivir con generosidad, que es lo que el Señor nos llama a hacer. A medida que la vida exige más de nosotros en el trabajo y en el hogar, nuestro tiempo se vuelve cada vez más valioso. Con tantas cosas por hacer, no es de extrañar que podamos ver las necesidades de otras personas como interrupciones indeseables, en vez de gratas oportunidades para ayudar.



Esta manera de pensar afecta también nuestra disposición de ayudar económicamente a los demás. Los temores de lo que podría suceder en el futuro nos llevan a guardar para nosotros el dinero o los bienes que tenemos. ¿Y si me enfermo, o pierdo mi trabajo? Entonces no tendré suficiente para atender mis necesidades. Por otro lado, la inestabilidad que hay en nuestro mundo: ataques terroristas, desastres naturales, conflictos políticos y nerviosismo acerca de lo que podría salir mal, son suficientes para hacernos perder el sueño. Pero también son suficientes para hacernos egoístas, aunque no nos demos cuenta.

Dios tiene un propósito más grande para nuestras vidas. Cuando Jesús ascendió al Padre, nos dejó aquí para que funcionáramos como su cuerpo. No nos dejó para que nos ocupáramos de nuestros intereses, sino para que nos ocupáramos de los suyos.

El Señor Jesús resumió su papel en la Tierra, en Lucas 22.27: “Yo estoy entre vosotros como el que sirve”. Todo lo que Él hacía confirmaba esta misión: sanaba a los enfermos, echaba fuera demonios, daba de comer a los hambrientos, enseñaba a las multitudes, capacitaba a sus discípulos, e incluso resucitaba a los muertos. Pero su supremo acto de servicio fue dar su vida en rescate por muchos (Mt 20.28).

Si queremos ser seguidores de Jesús, necesitamos tener su espíritu de servicio. La vida cristiana no consiste en pasar una hora o dos en la iglesia cada semana. Es un estilo de vida  continuo de servicio en el hogar, el trabajo, la escuela, o dondequiera que estemos.

Compartir las bendiciones de Dios


Cultivar un estilo de vida de servicio es, en realidad, traspasar a otros las bendiciones que el Señor nos da. Las maneras de servir son tan diversas como las bendiciones que Él concede.
Empleo: Si usted está empleado, el Señor le ha puesto en ese lugar de trabajo para bendecir a quienes le rodean. Imagine lo que haría Jesús allí. ¿Puede verlo llegando tarde, haciendo el trabajo sin entusiasmo, o quejándose? Recuerde que usted puede ser el único ejemplo de Cristo que verán sus compañeros de trabajo en toda su vida.

Talentos y habilidades: Tal vez usted tiene algunas habilidades que puede compartir, como experiencia en construcción, planificación financiera, o alguna otra cosa. Pero, aunque no se considere excepcionalmente talentoso, hay muchas otras maneras de servir. Por ejemplo, si conduce un carro, puede transportar a un vecino o hermano de la iglesia que no esté en capacidad de hacerlo.

Dones espirituales: El Espíritu Santo da a cada creyente al menos un don espiritual, para que lo utilice en bien de toda la iglesia (1 Co 12.7). Si usted no lo usa, está privando a los creyentes de la ayuda que Dios quiso que usted diera.

Experiencias: El Señor puede utilizar cada una de nuestras experiencias, ya sea negativa o positiva, para ayudar a quienes estén enfrentando situaciones parecidas.

Conocimiento y sabiduría: La educación nunca debe ser un fin en sí mismo. Si el Señor le ha bendecido con amplio conocimiento bíblico, tiene la responsabilidad de compartirlo con los demás.

Actuar de acuerdo con las bendiciones de Dios


Ahora que hemos ampliado nuestra visión de lo que podemos compartir, piense en todas las cosas maravillosas que Dios ha hecho por usted. Con cada bendición hay una responsabilidad para con los demás.

Dios nos ha salvado (2 Ti 1.8, 9).

Antes de volver al Padre, el Señor Jesús dio a sus discípulos este mandamiento: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mr 16.15). No piense que este versículo se aplica solo a los llamados a servir en lugares remotos. Dondequiera que usted se encuentre, Dios desea que comparta el mensaje de salvación con las personas que están a su alrededor.

El Señor nos ama (Jn 13.34).

El amor de Cristo por nosotros es tan grande, que Él nos manda que lo compartamos con los demás. En efecto, Pedro consideraba al amor como una prioridad en la vida del cristiano (1 P 4.8). Esta clase de amor se expresa en acciones que ayudan a otros.

Cristo perdona nuestros pecados (Ef 4.32).

Jesús nos perdonó gratuitamente, y esa es exactamente la manera como debemos perdonar a los demás. Piense en cuán misericordioso ha sido el Señor para con usted; tenga, entonces, esa misma benevolencia con quien le haya agraviado. No debe haber límites para el perdón que demos, no importa lo que haya sido hecho, o quien lo hizo, o cuántas veces sucedió.

Dios suple nuestras necesidades (1 Ti 6.17-19). 

No se deje engañar por la filosofía del mundo, que dice que lo más importante es acumular suficiente riqueza para garantizar nuestra seguridad. La única manera de tener un fundamento seguro es acumular tesoros en el cielo, dando generosamente a quienes están necesitados (Lc 12.33).

El Señor nos enseña la verdad (Jn 17.17).

Si usted ha aprendido algo de la Palabra de Dios, tiene una verdad para compartir con los demás. No tiene que ser un gran maestro. Comparta simplemente con alguien más lo que el Señor le ha enseñado. Aunque puede sentirse incompetente, recuerde que usted tiene un Maestro que vive dentro de usted: el Espíritu Santo. Él le mostrará la verdad divina si lee la Biblia con un espíritu humilde y receptivo.

Dios nos consuela en nuestras aflicciones (2 Co 1.3-7).

El Padre celestial promete consolarnos en nuestras aflicciones, pero no para que esa consolación se quede solamente con nosotros. Nuestras experiencias de consolación divina nos capacitan para consolar a otros. Aunque usted no entienda todo lo que esas personas están sufriendo, puede escucharlas con atención e interés, orar por ellas para que sean reconfortadas, o darles un abrazo que les sirva de aliento.

El Señor nos anima (Ro 15.5).

Siguiendo el ejemplo del Señor, estamos llamados a acercarnos a quienes sufren. Un correo electrónico, una visita, una llamada telefónica, o una carta, pueden hacer maravillas para levantar el ánimo de los que se sientan tristes o desanimados. Recuerde que caminar con el Señor es también caminar junto a otros.

Cristo nos acepta (Ro 15.7 NVI).

A los creyentes se nos dice: “Acéptense mutuamente, así como Cristo los aceptó a ustedes”. Esto no significa que tenemos que aprobar la conducta de todo el mundo, o estar de acuerdo con los demás en todas las cosas; pero sí podemos valorarnos unos a otros como hermanos en Cristo. Nuestro terreno común es la cruz.
Dios nos amonesta (Sal 81.8).
A veces, necesitamos una advertencia del Señor para evitar ir en la dirección equivocada. Pero otras, Él quiere utilizarnos para amonestar a alguien más. No decir nada cuando vemos a un amigo que está yendo por el camino equivocado es incorrecto. A lo mejor, una amonestación suave o una pregunta desafiante pueden lograr que esa persona reflexione.
Cristo tiene paciencia con nosotros (1 Ti 1.16).

Cada vez que usted esté tentado a impacientarse con alguien, recuerde cómo ha trabajado Dios en su vida. Debido a que la madurez es un proceso lento, el Señor está dispuesto a conducirnos gradual y cuidadosamente en nuestro caminar con Él. ¿No deberíamos hacer lo mismo con los demás?
El Señor es benigno con nosotros (Ro 2.4).

Como personas que hemos experimentado las riquezas de la benignidad de Dios, necesitamos dejar que el Espíritu Santo produzca también en nosotros este fruto de su gracia (Gá 5.22, 23).

Bendiciones abundantes


Dios nos bendice para que podamos bendecir a otros. De manera que, si nos centramos solo en recibir del Señor, llegaremos a ser como un pozo estancado en vez de una corriente que fluye. Cristo quiere que seamos un canal a través del cual Él pueda responder a las necesidades de las personas. Nunca debemos temer a quedarnos sin provisión, porque los dadores tendrán siempre suficiente —Dios se deleita en reabastecer continuamente lo que Él da.

Comience cada día pidiéndole al Señor que le dé oportunidades para servir a los demás. Mire más allá de sus propias preocupaciones, y vea a las personas que pudieran beneficiarse de su ayuda o estímulo. Recuerde que cuando esté delante del Señor, Él le recompensará por lo que dio, no por lo que adquirió.

Por Charles F. Stanley


Fuentes: En Contacto

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