Estoy segura de que si hiciera una encuesta online en este momento y les
pidiera que le pusieran “Me gusta” a la frase “A mí también me gusta fallar”,
nadie le daría un click. ¿Me equivoco? Al menos yo no lo haría. No me gusta
fallar, no me simpatizo cuando me equivoco, es más, me llamo la atención y me
corrijo inmediatamente.
Soy severa y exigente conmigo misma; no me gusta darme
cuenta que no tomé las medidas necesarias para no cometer un error y cuando
hiero a alguien, me siento aún peor. Así soy yo, aunque no me guste muchas
veces (la mayoría de las veces, la verdad)
Como soy así, muchas veces creo que Dios funciona de la misma manera
conmigo, es como si pensara que Él mueve su cabeza asintiendo negativamente por
lo que hice o dejé de hacer. Y en todos los años de conocer a Cristo que llevo,
aún esta idea aparece como un fantasmita en los momentos de prueba o
dificultad.
Por lo mismo, he tenido que aprender a mirar el lado positivo de mis
equivocaciones y desaciertos. Sí, existe ese lado. Aunque sea MUY difícil de
creer y a veces de encontrar.
Muchas veces me he preguntado porqué seguimos equivocándonos si eso
provoca heridas en nuestra alma y corazón, me respondo inmediatamente que a
partir de esas experiencias, formamos nuestro carácter y nos preparamos para la
vida. Pero yo creo que hay más, y que hay una razón muy positiva de porqué
seguimos “metiendo la pata”, como se dice en mi país.
Una de las formas en que Dios nos demuestra Su amor es a través del
perdón y la gracia que derrama en nosotros, ¿verdad?. Cuando sentimos esa clase
de amor, una aplanadora puede pasar sobre nosotros y seremos capaces de hacerle
frente y volver a ponernos de pie (mucho más delgados, por cierto). Sin
embargo, para mí, hay algo maravilloso en el equivocarse. Sí, leíste bien.
Escribí MARAVILLOSO. Déjame profundizar en esto.
Cuando vivimos una larga vida cristiana, muchas veces naturalizamos las
oportunidades y posibilidades que otorga el evangelio y que en algún momento impactaron nuestra
vida. Cuando esto ocurre, el regalo de la vida eterna y todas las garantías que
Cristo nos da se vuelven un “pack” que parecemos adquirir cuando le permitimos
a Jesús vivir en nuestro corazón.
Lo que ocurre cuando fallamos, cuando nos equivocamos y nos arrepentimos
de haber hecho algo contrario al plan de Dios, es maravilloso. Y lo es, porque
recordamos lo frágiles que somos y que NADA nos diferencia de la gente que no
tiene una relación personal con Cristo. Nada excepto la cruz….
En esos momentos, cuando nos sentimos profundamente arrepentidos, cuando
nos duele el corazón por haberle fallado a Dios, es donde debemos tener los
ojos bien abiertos y observar al mundo con los mismos ojos con que nos mira el
Padre, esos ojos de amor y no de juicio. Esos ojos que son capaces de
aceptarnos por completo y de separar lo que hacemos, de lo que somos. Nunca te
olvides que también el pecado, el error, es una forma de acercarnos al corazón
perdonador de Dios y volver a encantarnos, a enamorarnos. Cuando dejamos
nuestra “divinidad” y vemos nuestra naturaleza humana emerger a la superficie
recordamos quiénes somos de verdad, qué somos capaces de hacer y la inmensa
“capa” de gracia que Dios debe poner sobre nosotros para que exista gente que
nos ame, que nos respete y que, incluso, nos admire por alguna cualidad o
atributo personal.
La próxima vez que sientas que fallas y te equivocas, piénsalo de esta
manera:
“lo maravilloso (aunque suene muy loco) de pecar, es que recuerdo que no
hay nada distinto entre yo y el resto de las personas que me rodea; sólo Su
gracia, Su amor incondicional y Su perdón eterno me hacen ser tremendamente
bendecido/a y seguir adelante, porque sé que al final del camino Él siempre
estará esperándome, aunque a veces yo tome el camino más largo, de todas formas
llegaré y Él aguardará por mí”.
Autora: Poly Todo
Escrito para www.destellodesugloria.org
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