viernes, 23 de diciembre de 2011

Sí o no



 “Trujillo me mandó a llamar y tuve una entrevista con él hoy,” me dijo Alejandro Rodríguez muy confidencialmente, y ciertamente nervioso por lo que luego me contó.

“El jefe me propuso -continuó Alejandro-, que yo fuera espía para él, y me aseguró que sería muy bien premiado por eso...”.

--“¿Y qué contestaste...?”, pregunté yo, temiendo que hubiera aceptado.

“Pues eso es precisamente lo que vengo a consultarte”, me respondió.

Esa noche mí amigo Alejandro se fue tranquilo a dormir, decidido a llevarse de mí, y responder el día siguiente que estaba “sumamente agradecido por esa oportunidad”, pero que realmente él no servía para eso.

No vi más a Alejandro. Mi “sabio” consejo le costó la vida. Por no aceptar la oferta, lo mataron y tiraron su cuerpo a la incineradora.

Verdaderamente aquello era una oferta impositiva: exigía un sí.

Lo curioso es que Dios, siendo infinitamente más poderoso que aquel sanguinario tirano, no se impone a nadie. Ante su oferta de amistad a usted y a mí, estamos en total libertad de decir sí o de decir no.
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El evangelio de hoy, (Lucas 1,26- 38) por ejemplo, nos habla de una muchacha de unos catorce años que recibió de Dios una oferta.

La misma no incluía beneficios materiales inmediatos. Al contrario, esta oferta, aunque estupenda, era tremendamente comprometedora.

Tampoco la iban a matar si decía que no. Era al revés, había la posibilidad de que, de aceptarla, ella fuera apedreada hasta la muerte.

La muchacha preguntó. Quería entender bien. Y luego, hubo un corto silencio. Dice un autor llamado Cabodevilla, que mientras la muchacha pensaba qué repuesta iba a dar, “el tiempo se detuvo, la historia se quedó en suspenso”.
Y luego dijo sí. O mejor, dijo: “Hágase”.

Y desde entonces “todas las generaciones la han llamado bienaventurada, feliz, dichosa”.

Es asombroso que una muchacha pudiera decir a Dios sí o no, pero así fue, y así sigue siendo.

A ella, le ofreció ser su madre; a usted y a mí nos ofrece ser sus hijos y sus amigos.

Y es sorprendente que usted y yo tengamos el poder de decir sí y de decir no, a la oferta de amistad que nos hace Dios, en este preciso momento de nuestra vida. Pero esto demuestra cómo Dios nos respeta a usted y a mí.

Para todo aquel que acepta la oferta de amistad de Dios, él hace una promesa.
“Yo seré para el un Padre, y él será para mí un hijo” (2.a Samuel 7,14).

Y esta promesa será para ese hijo garantía de su integridad, de su esperanza y de su paz.

La pregunta de hoy

¿Cómo se logra la amistad con Jesucristo? Si usted la desea, su mismo deseo es ya una oración. Ahora sólo tiene que hacer dos cosas: escuchar y confiar.

ESCUCHAR es hacer silencio. Dios habla en voz muy baja, y el susurro de una brisa suave sólo puede escucharse en el silencio.

Cinfiar significa acoger. Es decir sí a su oferta de amistad, ya que para que exista una amistad ha de haber un amor acogido, aceptado, correspondido.

Nota: Solemos pensar que lo contrario del miedo es valentía, enfrentamiento o coraje. Pero según Jesús, es empatía, es compasión. ¿Te atreves a creer esto, mi hijo...?

Por Luis García Dubus -Santo Domingo
Fuentes: Listin Diario

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