“Trujillo me mandó a llamar y tuve una
entrevista con él hoy,” me dijo Alejandro Rodríguez muy confidencialmente, y
ciertamente nervioso por lo que luego me contó.
“El jefe me
propuso -continuó Alejandro-, que yo fuera espía para él, y me aseguró que
sería muy bien premiado por eso...”.
--“¿Y qué
contestaste...?”, pregunté yo, temiendo que hubiera aceptado.
“Pues eso
es precisamente lo que vengo a consultarte”, me respondió.
Esa noche mí
amigo Alejandro se fue tranquilo a dormir, decidido a llevarse de mí, y
responder el día siguiente que estaba “sumamente agradecido por esa
oportunidad”, pero que realmente él no servía para eso.
No vi más a
Alejandro. Mi “sabio” consejo le costó la vida. Por no aceptar la oferta, lo
mataron y tiraron su cuerpo a la incineradora.
Verdaderamente
aquello era una oferta impositiva: exigía un sí.
Lo curioso
es que Dios, siendo infinitamente más poderoso que aquel sanguinario tirano, no
se impone a nadie. Ante su oferta de amistad a usted y a mí, estamos en total
libertad de decir sí o de decir no.
** **
El
evangelio de hoy, (Lucas 1,26- 38) por ejemplo, nos habla de una muchacha de
unos catorce años que recibió de Dios una oferta.
La misma no
incluía beneficios materiales inmediatos. Al contrario, esta oferta, aunque
estupenda, era tremendamente comprometedora.
Tampoco la
iban a matar si decía que no. Era al revés, había la posibilidad de que, de
aceptarla, ella fuera apedreada hasta la muerte.
La muchacha
preguntó. Quería entender bien. Y luego, hubo un corto silencio. Dice un autor
llamado Cabodevilla, que mientras la muchacha pensaba qué repuesta iba a dar,
“el tiempo se detuvo, la historia se quedó en suspenso”.
Y luego
dijo sí. O mejor, dijo: “Hágase”.
Y desde
entonces “todas las generaciones la han llamado bienaventurada, feliz,
dichosa”.
Es
asombroso que una muchacha pudiera decir a Dios sí o no, pero así fue, y así
sigue siendo.
A ella, le
ofreció ser su madre; a usted y a mí nos ofrece ser sus hijos y sus amigos.
Y es
sorprendente que usted y yo tengamos el poder de decir sí y de decir no, a la
oferta de amistad que nos hace Dios, en este preciso momento de nuestra vida.
Pero esto demuestra cómo Dios nos respeta a usted y a mí.
Para todo
aquel que acepta la oferta de amistad de Dios, él hace una promesa.
“Yo seré
para el un Padre, y él será para mí un hijo” (2.a Samuel 7,14).
Y esta
promesa será para ese hijo garantía de su integridad, de su esperanza y de su
paz.
La pregunta de hoy
¿Cómo se
logra la amistad con Jesucristo? Si usted la desea, su mismo deseo es ya una
oración. Ahora sólo tiene que hacer dos cosas: escuchar y confiar.
ESCUCHAR es
hacer silencio. Dios habla en voz muy baja, y el susurro de una brisa suave
sólo puede escucharse en el silencio.
Cinfiar
significa acoger. Es decir sí a su oferta de amistad, ya que para que exista
una amistad ha de haber un amor acogido, aceptado, correspondido.
Nota:
Solemos pensar que lo contrario del miedo es valentía, enfrentamiento o coraje.
Pero según Jesús, es empatía, es compasión. ¿Te atreves a creer esto, mi
hijo...?
Por Luis
García Dubus -Santo Domingo
Fuentes:
Listin Diario
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