• La fe es
por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. – Romanos 10:17.
•
Auméntanos la fe. – Lucas 17:5.
• Que
vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de
Dios. – 1 Corintios 2:5.
Un
centurión romano, un pagano, tenía un esclavo paralítico que sufría mucho. Sin
duda había hecho todo lo posible para curarlo, pero sus esfuerzos habían sido
en vano; el hombre iba a morir. El centurión oyó hablar de Jesús y envió
algunos ancianos de los judíos para que le rogasen que viniese a salvar a su
esclavo (v.3). No se atrevía a ir él mismo porque temía molestar a alguien tan
importante. El Señor apreció esa humildad y dijo: “Yo iré y le sanaré” (Mateo
8:7). Cuando se acercaba a la casa, el centurión envió a su encuentro unos
amigos para que le dijesen: “No soy digno de que entres bajo mi techo; pero di
la palabra, y mi criado será sano” (v. 6-7).
Sólo
necesitaba que dijese una palabra, nada más, pues discernía que en Jesús estaba
tanto el poder como el amor. Jesús admiró esa actitud y declaró que incluso en
Israel no había hallado una fe tan grande. “Al regresar a casa los que habían
sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo” (v. 10).
Jesús
admiró a ese hombre. La confesión que hacía de su indignidad, la certeza de que
en Jesús estaban el poder y el amor para satisfacer sus necesidades y su fe en
una sola palabra fueron recompensados. Jesús le dijo: “Como creíste, te sea
hecho”. “La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se
ve” (Hebreos 11:1).
Fuentes:
Amen, Amen
@Reflexiones
Bíblicas
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