Jesús puso
la conducta cristiana en la perspectiva correcta cuando le pidieron que
identificara el mandamiento más importante. Él dijo: “Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el
primero y grande mandamiento”. Pero después agregó el segundo mandamiento
importante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt. 22:37-39).
Podemos
mostrar nuestro amor por Dios con nuestra adoración pública, nuestros momentos
diarios de oración y estudio de la Biblia y nuestras ofrendas a ministerios
para el avance de su reino. Pero también nos llama a demostrar nuestro amor por
Él con nuestro amor por el prójimo de maneras concretas: “Y nosotros tenemos
este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Jn.
4:21). En un mundo caído, tal amor por otros no viene de forma natural. Nadie
nos tiene que enseñar a querer “ser primeros”; no necesitamos instrucción para
aprender a ser egoístas. Y, si no lo sabía antes de tener hijos, sin duda lo
sabrá después: No hace falta que nadie les enseñe a los niños a pelear.
El amor por
otros seres humanos es una dádiva de Dios, que viene principalmente de la
gracia y la obra del Espíritu Santo, que cambia nuestros corazones y nos da un
creciente deseo y capacidad de amar a otros (véase Fil. 2:13). Pero Dios
también ha escogido hacer partícipe a las personas, especialmente a los padres,
en este proceso educacional, para que seamos ejemplo y enseñemos cómo amarnos
unos a otros. Este hecho tiene un profundo efecto en cómo criamos a nuestros
hijos. Pues la verdad es que, con la ayuda de Dios, debemos enseñar a nuestros
hijos a respetar, convivir y, más importante, amar al prójimo.
Para que
puedan vivir una vida que agrade a Dios, necesitarán educación que les enseñe
cómo llevarse bien con sus hermanos y amigos. Y para esto, deben saber cómo
resolver adecuadamente los conflictos incluso entre ellos. En resumen, se les
debe enseñar a ser pacificadores. Y nosotros, como padres, debemos ser los
maestros. Puede que nuestras iglesias y escuelas contribuyan a conseguir esta
meta, pero en lo que respecta a enseñar a nuestros hijos a llevarse bien con el
prójimo y resolver los conflictos entre ellos, los padres deben asumir la
responsabilidad principal de ser ejemplo y enseñar cómo amarse unos a otros
como Dios manda (véase 1 Jn. 3:23; Dt. 6:6-7; Ef. 6:4).
Para
cumplir esta importante responsabilidad, los padres deben aprender a ver este
asunto como Dios lo ve. A través de las Escrituras, Dios nos enseña que las
relaciones siempre implican conflicto. También nos enseña que deberíamos estar
preparados para responder a estos conflictos de diversas maneras constructivas.
Algunos
conflictos requieren de una conversación amistosa, enseñanza o un debate
respetuoso (véase Jn. 3:1-21; 2 Ti. 2:24-26). En otras situaciones deberíamos
dejar pasar la ofensa, renunciar a nuestros derechos y hacer el bien a aquellos
que nos hacen mal (véase Lc. 6:27- 28; 9:51-56; Mt. 17:24-27). A veces el amor
requiere de una amable confrontación o una firme reprensión (véase Jn. 4:1-42;
Mt. 23:13-29). Por encima de todo, necesitamos estar dispuestos a perdonar a
otros así como, en Cristo, Dios nos perdona (véase Lc. 23:34; Ef. 4:32). Como
indican estos pasajes, para llevarse bien con otras personas hace falta un
corazón amoroso y una gran capacidad de resolución. En otras palabras, hace falta
pacificación.
Cómo
preparar a los hijos para enfrentar la vida Dado que toda la vida está
compuesta de relaciones, y todas las relaciones tienden a originar conflictos,
la pacificación es clave para el éxito en la vida. Esto es una realidad tanto
para nuestros hijos como para nosotros. Por lo tanto, el primer requisito para
enseñar a nuestros hijos a ser pacificadores es mostrarles que es necesario
desarrollar destrezas de pacificación para tener éxito en la vida cristiana.
Las
destrezas de pacificación son especialmente importantes para cualquier
cristiano que quiere ser fiel a Cristo en nuestra cultura cada vez más impía.
Considere a Daniel y Ester, que vivían en culturas completamente hostiles para
con su fe. Aunque se enfrentaron a conflictos de vida o muerte, nunca
comprometieron su integridad o compromiso espiritual con Dios. Ellos confiaron
en Dios y practicaron algunas de las soluciones más inteligentes al conflicto
que se encuentran en las Escrituras. Sorprendentemente, no solo sobrevivieron,
sino que prosperaron, pues Dios bendijo sus esfuerzos y los colocó en una
posición sumamente influyente de la sociedad en la cual vivían. Si nuestros
hijos aprenden a desarrollar estas mismas destrezas a una edad temprana, Dios
podría usarlos a ellos también en lugares de ministerio o influencia política o
corporativa más allá de lo que podamos imaginar.
Los niños
necesitan aprender que la pacificación es esencial para su testimonio
cristiano. Jesús dijo: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si
tuviereis amor los unos con los otros” (Jn. 13:35). Si nuestros hijos están
peleados con aquellos que los rodean, sus intentos de dar testimonio serán
infructuosos. Pero si aprenden a amar y a reconciliarse con aquellos que les
hacen mal, es más probable que las personas les crean cuando hablen del amor y
el perdón de Dios (Jn. 17:23).
La
pacificación es también crucial para el éxito en la vida profesional y
vocacional. He trabajado como ingeniero corporativo, abogado y ministro
ejecutivo. He contratado, promovido y despedido a personas. Estas decisiones,
raras veces se basaron principalmente en las destrezas técnicas de la persona.
Lo que más he valorado en un empleado o gerente es la capacidad de trabajar
como parte de un equipo, mantener relaciones fuertes y obtener consenso para
que los dones y energía de un grupo puedan enfocarse en el proyecto en
cuestión. Estas son las destrezas de un pacificador, y son las mismas destrezas
que ayudarán a sus hijos a tener éxito en la vocación a la cual Dios los ha llamado.
La pacificación es un ingrediente clave en un matrimonio pleno y una familia
feliz (y un agente protector contra el divorcio). El matrimonio une a dos
pecadores en estrecha cercanía, donde cada día sus deseos egoístas rozan uno
con el otro. ¡Y la fricción se incrementa cuando Dios añade “pequeños
pecadores” a la mezcla! Hay solo una manera de lidiar con esta mezcla volátil:
con confesión humilde, confrontación amorosa y perdón genuino; tres
herramientas básicas del pacificador bíblico.
En resumen,
la pacificación prepara a los hijos para enfrentar la vida. Si usted quiere que
sus hijos glorifiquen a Dios, tengan un matrimonio pleno y duradero, sean
prósperos en su profesión y contribuyan a su iglesia y a la edificación del
reino de Dios, ¡enséñeles a ser pacificadores!
– Tomado
del libro Paz en la familia por Ken Sande con Tom Raabe. Publicado por
Editorial Portavoz. Usado con permiso.
Fuentes: Vida Cristiana
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.