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Efesios 3:14-21 | La primera vez que jugaba en la liga de
béisbol juvenil, un muchachito del equipo al que yo entrenaba recibió un golpe
en la cara con la pelota. No se lastimó, pero quedó comprensiblemente afectado.
Durante el resto de la temporada, le tuvo miedo al balón. Partido tras partido,
intentaba jugar con valentía, pero parecía no poder pegarle a la bola.
En nuestro
último juego, ya sin esperanzas, íbamos perdiendo, y no había nada que aclamar.
Entonces, aquel jovencito se levantó para batear. ¡Paf! Para sorpresa de todos,
¡le pegó a la pelota perfectamente! Sus compañeros de equipo se pusieron
eufóricos; sus padres y los padres de sus compañeros animaban a viva voz y
aplaudían. Aunque todavía perdíamos, ¡yo no dejaba de saltar! Todos amábamos a
este muchachito y no parábamos de vitorear.
Me imagino
que el Señor también nos alienta en la vida. Nos ama profundamente y desea que
seamos «plenamente capaces de comprender […] la anchura, la longitud, la profundidad
y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento»
(Efesios 3:18-19).
Algunos
piensan que el Señor no nos ama y que está esperando que fallemos para
castigarnos. Por eso, tenemos el privilegio de contarles sobre su gran amor.
¡Imagina su gozo cuando escuchen que Dios los ama tanto que envió a su Hijo a
morir en la cruz por sus pecados y que desea animarlos!
Las manos
clavadas de Jesús revelan el corazón amoroso de Dios.
(Nuestro
Pan Diario)
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