miércoles, 7 de diciembre de 2011

El Señor de nuestra vida



Lucas 6:    46 ¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?
 47 Todo aquel que viene a mí, y oye mis palabras y las hace, os indicaré a quién es semejante.
 48 Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el río dio con ímpetu contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada sobre la roca.
 49 Mas el que oyó y no hizo, semejante es al hombre que edificó su casa sobre tierra, sin fundamento; contra la cual el río dio con ímpetu, y luego cayó, y fue grande la ruina de aquella casa.


El término “Señor” no debe utilizarse a la ligera. Cuando esa palabra aparece en relación con Jesucristo, se refiere a Aquel que es soberano sobre la vida y la creación. En el idioma griego, este título para Jesús es kurios, uno que gobierna la vida de otros para el bien de ellos.

Recuerdo la vez que estuve hospitalizado hace años, y llegué a la conclusión de que estaba allí porque Cristo no era el Señor de mi vida. Si alguien hubiera estado observando mi vida en aquel entonces, probablemente habría pensado que le estaba sirviendo con todo mi ser. Estaba sobrecargado de proyectos y planes para la obra del Reino. Pero ese era, en realidad, el problema. Cuando Dios me dijo que hiciera un alto, que frenara, o que hiciera algo diferente a lo que había planeado, seguí haciendo lo mismo. De espaldas en el hospital, finalmente permanecí quieto el tiempo suficiente para que el Señor me recordara que solamente Él podía dirigir mis pasos (Jer 10.23).

Usamos el término “Señor” en la conversación y en nuestras oraciones, pero luego negamos su significado al desafiar su voluntad y su obra en nuestras vidas. Nuestra resistencia es a menudo sutil. Por ejemplo, un creyente puede condicionar su obediencia, diciendo: “Voy a obedecer al Señor si…”, o “Quiero hacer lo correcto, pero…”

La pregunta de Jesús a sus discípulos en Lucas 6.46 debió causarles un profundo dolor: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que os digo?” Cuando pidamos al Señor, debemos estar preparados para obedecerle sin resistencia o excusas. Él es quien nos gobierna para nuestro bien.
Fuentes: En Contacto

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