LEA: Éxodo
20:8-11 | A veces, nuestro perro se altera tanto que tiene convulsiones. Para
prevenir que eso suceda, tratamos de calmarlo. Lo acariciamos, le hablamos con
voz suave y le decimos que se acueste y descanse. Pero cuando oye «acuéstate y
descansa», mira para otro lado y empieza a quejarse. Finalmente, con un
dramático suspiro de resignación, obedece y se tira al suelo.
En
ocasiones, nosotros también necesitamos que nos recuerden que debemos
descansar. En el Salmo 23, aprendemos que nuestro Buen Pastor «en lugares de
delicados pastos [nos hace] descansar» y que nos guía «junto a aguas de
reposo». Sabe que nos hace falta esa tranquilidad y descanso, aun cuando
nosotros no nos damos cuenta.
Nuestro
cuerpo está diseñado para descansar con regularidad. Dios mismo reposó al
séptimo día, después de su obra creadora (Génesis 2:2-3; Éxodo 20:9-11). Jesús
sabía que había un tiempo para servir a las multitudes y otro para descansar.
Instruyó a sus discípulos: «Venid vosotros aparte […] y descansad un poco»
(Marcos 6:31). Cuando descansamos, nos renovamos y reenfocamos. Si llenamos
todo el tiempo con actividades, incluso con cosas válidas, Dios suele captar
nuestra atención haciéndonos acostar y «descansar».
El descanso
es un don, una dádiva buena de nuestro Creador que sabe exactamente lo que
necesitamos. Alabémoslo por hacernos descansar en delicados pastos.
«Si no nos
retiramos y descansamos, podemos desmoronarnos». —Havner
(Nuestro
Pan Diario)
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