LEA: Éxodo
16:1-8 | «Dios te dio dos oídos y una boca por una razón», expresa el dicho.
Escuchar es una capacidad esencial en la vida. Los consejeros nos alientan a
escucharnos unos a otros, y los líderes espirituales nos enseñan a tener un
oído atento a Dios. Pero casi nadie dice: «Escúchate a ti mismo». No estoy
sugiriendo que tenemos una voz interior que siempre nos dice lo correcto ni que
debemos escucharnos a nosotros mismos en vez de a Dios y a los demás, sino que
debemos oírnos para averiguar cómo podrían estar recibiendo los demás nuestras
palabras.
Los
israelitas podrían haber aplicado este consejo cuando Moisés los sacó de
Egipto. A los pocos días de su liberación milagrosa, estaban quejándose (Éxodo
16:2). Aunque su necesidad de alimentos era legítima, no así su manera de
expresarla (v. 3).
Siempre que
hablamos motivados por miedo, enojo, ignorancia u orgullo, aunque estemos
diciendo la verdad, los que escuchan oyen algo más que nuestras palabras.
Perciben emociones, pero no saben si estas nacen del amor y el interés o del
desprecio y la falta de respeto. Entonces, corremos el riesgo de ser
malinterpretados. Si nos escuchamos antes de hablar en voz alta, podemos juzgar
nuestro corazón antes de que nuestras palabras descuidadas dañen a los demás o
entristezcan a Dios.
Las
palabras dichas precipitadamente hacen más daño que bien.
(Nuestro
Pan diario)
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