Aunque las
grietas pueden ser devastadoras, la más universal y dañina es la que se produce
en el corazón humano. El rey David fue un ejemplo.
Exteriormente,
la vida de David parecía equilibrada; sin embargo, su ser interior se apoyaba
en un cimiento endeble. Pensó que había podido esconder su pecado de adulterio
y asesinato (2 Samuel 11–12), pero la convicción que Dios produjo en él tras la
confrontación con Natán hizo que comprendiera que negar la presencia del pecado
debilitaba el fundamento de su vida espiritual. Para prevenir que esa grieta
espiritual empeorara, David se arrepintió y confesó su pecado al Señor (Salmo
32:5). Como resultado, Dios cubrió su pecado y le dio el gozo del perdón.
Nosotros
también experimentaremos la gracia del Señor si confesamos nuestros pecados. Él
nos perdonará por completo y cubrirá nuestras grietas espirituales.
Cuando
destapamos nuestros pecados con arrepentimiento, Dios los cubre.
(Nuestro
Pan Diario)
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