LEA:
Levítico 4:1-3; | Una vez, mientras llevaba de regreso con su familia a nuestro
nieto Alex, que había venido a visitarnos, el tránsito parecía particularmente
complicado. Automóviles que maniobraban rápidamente impidieron que me colocara
en el carril correcto del peaje, y tuve que seguir por donde solo se permitía
el paso a quienes tenían un pase prepago, lo cual yo no tenía.
Alex me dijo que iban a fotografiar la
matrícula de mi auto y que me enviarían una multa por correo. Me frustré porque
tendría que pagar por una infracción que había cometido sin intención.
En el caso
de los judíos de la antigüedad, la violación de las leyes de Dios cometida
incluso en ignorancia se tomaba muy en serio. El Antiguo Testamento reconocía
esta posibilidad y ofrecía una solución de sacrificios especiales para los
pecados cometidos sin intención: «Cuando alguna persona pecare por yerro en
alguno de los mandamientos […], ofrecerá al Señor […] un becerro sin defecto
para expiación» (Levítico 4:2-3).
Estos
sacrificios no eran solo un recordatorio de que los errores accidentales tienen
consecuencias, sino que se establecieron para anticipar que Dios, por su
gracia, proveería un medio de expiación incluso para los pecados que no nos
damos cuenta que cometemos. Lo hizo a través de la muerte de Jesús en nuestro
lugar. ¡La gracia de Dios es muchísimo más grandiosa de lo que podamos
imaginar!
Gracia es
recibir lo inmerecido. Misericordia es no recibir lo merecido.
(Nuestro
Pan Diario)
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