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Daniel 1.1-21 | A pesar de que nuestros círculos de influencia varían de
tamaño, todos tenemos el poder de afectar a los demás, para bien o para mal. Ya
sea en nuestro hogar, en la iglesia o en el mundo, nuestras vidas están a la
vista de todos. Muchas veces ni siquiera somos conscientes de quiénes son
afectados por nuestras palabras, actitudes y acciones.
Daniel no
tenía el propósito de causar una impresión en los demás, pero algo acerca de él
afectaba a todos los que le rodeaban. Lo que hacía sobresalir a este joven eran
sus convicciones. Creía en la verdad absoluta de las Sagradas Escrituras.
Cuando fue llevado a Babilonia, “propuso en su corazón” no contaminarse con la
comida del rey (v. 8); sabía que comer carne ofrecida a ídolos estaba prohibido
por la ley de Moisés.
Las
convicciones de Daniel, no la presión social, determinaban su conducta. Nuestro
mundo ofrece muchas maneras de hacernos olvidar de nuestros principios, pero si
nos mentalizamos con antelación, seremos capaces de mantenernos firmes en
nuestra obediencia a Dios. Aunque un mundo incrédulo pueda burlarse de nuestros
valores y estilo de vida, su respeto por nosotros se reduce cuando hablamos por
hablar y cedemos a las tentaciones. Y lo que es peor, nuestro testimonio de
Cristo resulta dañado.
La
convicción en cuanto a la verdad de Dios es como un ancla. Cuando soplen los
vientos de la opinión y nos azoten las olas de tentación, podremos saber con
certeza la manera correcta de responder. No vacile en su obediencia al Señor.
Su postura firme por lo que es correcto puede influir poderosamente en otros.
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