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Mateo 11.28-30 | Jesús vivió sus días terrenales con un espíritu humilde, y
enseñó que también debemos demostrar humildad. A los ojos de Dios, quienes se
vuelven como niños son honrados (Mt 18.4); quien desee ser el primero, debe
tomar el último lugar (Mr 9.35); y el servicio humilde es una señal de
elevación (Mt 23.11). Con sus enseñanzas, nuestro Salvador cambió la definición
de grandeza. En el cielo, la mansedumbre es un atributo de honra.
La humildad
no se origina automáticamente en las personas que tienen pocas posesiones
materiales, o en quienes se desprenden de lo que tienen. Una persona rica puede
ser modesta, y una persona pobre ser orgullosa. El éxito no tiene que llevar al
orgullo, ni tampoco la derrota significa humildad. Lo que determina la humildad
es la actitud. El Señor Jesús promete a los que se humillan, que serán
enaltecidos por su Padre celestial. Pero advierte que quienes se pongan en
primer lugar encontrarán la oposición de Dios (Stg 4.6).
Al
reconocer que no podemos lograr nada en la vida sin el Señor habremos comenzado
a recorrer el camino de la humildad. Cuando renunciemos a nuestros planes y
aceptemos los del Padre celestial estaremos dejando atrás el orgullo. Si somos
malinterpretados o tratados injustamente, pero seguimos donde estamos hasta que
el Señor nos diga que hablemos o actuemos, habremos entonces comenzado a vivir
con la humildad que agrada a nuestro Salvador.
El Señor
Jesús ofrece ser nuestro Gran Maestro para que podamos aprender las virtuosas
lecciones de la humildad.
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