LEA: Marcos
12:28-34 | Cuando un doctor en leyes le pidió a Jesús que señalara cuál era la
regla más importante de la vida, Él respondió: «… amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus
fuerzas…» (Marcos 12:30). En estas palabras, resumió lo que Dios más desea que
hagamos.
Me pregunto
cómo puedo aprender a amar a Dios con todo mi corazón, alma y mente. Neal
Platinga señala un cambio sutil en el registro de este mandamiento en el Nuevo
Testamento. Deuteronomio nos encarga que amemos a Dios con nuestro corazón,
alma y fuerzas (6:5), pero Jesús agregó la palabra mente. Platinga explica:
«Hay que amar a Dios con todo lo que uno tiene y es. Absolutamente todo».
Esto nos
ayuda a cambiar la perspectiva. A medida que aprendemos a amar a Dios con todo,
empezamos a considerar nuestras dificultades como una «leve tribulación
momentánea», tal como el apóstol Pablo describe sus duras y extenuantes
experiencias. Él tenía en mente «un cada vez más excelente y eterno peso de
gloria» (2 Corintios 4:17).
En la
escuela superior de la oración, donde uno ama a Dios con toda el alma, no
desaparecen las dudas y las luchas, pero su impacto sobre nuestra vida
disminuye. «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero» (1 Juan 4:19),
y nuestras vacilaciones imperiosas se aplacan a medida que aprendemos a confiar
en su bondad suprema.
El don más
precioso que podemos darle a Dios es aquel que Él nunca nos fuerza a entregar:
nuestro amor.
(Nuestro
Pan Diario)
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